mercoledì 30 maggio 2012

Un poco de austeridad...

            La austeridad - y no me refiero a la pobreza anti-humana que va en contra de la dignidad de la persona- es un valor muy poco de moda actualmente. El Perú se encuentra en un boom económico con un crecimiento anual del 7% que trae mayor bienestar para las familias peruanas. Sin embargo, hay siempre un riesgo de pensar que a más dinero mayor felicidad. Veo con preocupación que el Perú  se está organizando de tal manera que el trabajo termina por ocupar casi toda la jornada llegando a horarios laborales que pueden concluir incluso a las diez de la noche. Horarios que son impensables en sociedades como Inglaterra, Estados Unidos y otros países europeos. ¿Por qué los acepta un peruano? Quizás porque sólo con recordar la inseguridad económica de los 80’s y 90’s prefiere mantenerse seguro en el puesto que ocupa. Quizás porque si bien es cierto la situación ha mejorado, la incertidumbre laboral aún es grande y siempre hay el temor de perder el empleo y sobre todo de no encontrar uno nuevo. La competitividad, el aburrimiento, las urgencias económicas y familiares, o el no tener otros horizontes o intereses, todo ello puede contribuir a esta aceptación pasiva de las condiciones laborales.

            Creo firmemente que la austeridad es una virtud un poco olvidada. ¿Pero de qué austeridad hablamos? No me refiero a una austeridad donde te falte lo necesario para mantener dignamente a tu familia y para vivir una vida tranquila y humana. Creo que la austeridad tiene varios ángulos. Por un lado pienso que ante todo es una actitud interior de no considerar a los bienes materiales como los ídolos de la propia existencia. A veces pareciera que todos estamos en una carrera por conseguir mayor comfort con la vana ilusión que satisfaciendo nuestros deseos veremos colmado nuestro anhelo de plenitud humana. La austeridad es pues una actitud de desapego interior y de no ambicionar con avidez los bienes de otro o los bienes que uno no tiene.

El otro ángulo de la austeridad está en la relación con los otros. Viviendo en un país tan pobre como el Perú y en un mundo tan desigual como el nuestro se trata de tomar decisiones diarias de no despilfarrar los bienes con compras inútiles, con una actitud shopaholic, propia de las sociedades consumistas americanas. Cuando pienso en la austeridad me viene a la mente inmediatamente Simon Weil. Una filósofa muy sensibile que vivió en la época de la guerra civil española y decidió ser pobre entre los pobres por solidaridad con ellos. Este tipo de opciones son radicales pero expresan un poco algo de lo que creo que todos debemos vivir. Simon Weil habla de esa pobreza que dignifica y que hace grandes y no obviamente de la miseria: «Hay en la pobreza una poesía que no tiene equivalente en ningún lugar. Es la poesía que emana de la carne pobre contemplada en la verdad de su miseria. El espectáculo de la flor del cerezo en primavera no podría llegar directo al corazón si su fragilidad no fuese así de sensibile. En general una condición de la belleza extrema es la de estar casi ausente, o a causa de la distancia o a causa de la debilidad (…) La riqueza destruye la belleza, no porque no ofrezca ningún remedio a la miseria de la carne y del alma sometida a la carne, sino porque se esconde con la mentira. Es la mentira encerrada en la riqueza que mata la poesía».

            Por más que estamos a miles de kilómetros de nuestros hermanos de la India, Africa, o quizás de los barrios más populares y pobres del Perú, la austeridad nos invita a sentirnos responsables y solidarios con los más necesitados y por lo tanto saber que lo que gastamos inútilmente no es sólo un problema personal sino una responsabilidad moral frente a los pobres.

Un tercer ángulo de la austeridad hace referencia a la solidaridad efectiva. Para aquellos que gozan de una buena posición económica creo que la austeridad invita a poner todos los medios para compartir los bienes con los más desfavorecidos. No me refiero aquí a realizar acciones de voluntariado, a dar limosna en las esquinas… eso es sólo un tranquilizador de conciencia. Hablo más bien, de lo que en la tradición cristiana se llamaba el diezmo, el dar una parte considerable, importante de mis ingresos a quienes más lo necesitan. No lo que me sobra. Sino lo que es importante y valioso para mí.

         Sin embargo no podemos confundir la austeridad con la avaricia. La austeridad no es aquella actitud del que siempre guarda su dinero y no comparte con el temor de perder lo que tiene. La verdadera austeridad es una libertad frente a los bienes, que nos hace disfrutar con alegría y compartir con los que nos rodean las cosas de este mundo.

             Mounier criticaba el cristianismo burgués de su época. Creo que podríamos decir lo mismo de los cristianos actuales. Somos todos un poco burgueses acomodados, salvo honrosas excepciones. Y la burguesía ha invadido no sólo los hogares cristianos, sino las instituciones eclesiales, las congregaciones y las comunidades en los cuales los logros económicos son vistos muchas veces como signo de crecimiento. Nos hemos olvidado que el seguidor de Cristo debería de asemejarse a un San Francisco de Asís y no a un ejecutivo exitoso. A veces somos buenos para arreglar las cosas deformando su esencia más profunda. Nos es fácil hablar de "espíritu de pobreza", olvidándonos que el consejo evangélico fue siempre la pobreza. Y aquí hay mucho pan por rebanar.

 Creemos que podemos amar a Dios y seguir con el corazón apegado a todos nuestros bienes… aún así como al joven rico Dios siempre nos mira con amor. Pero quizás un poco de austeridad no nos haría mal.

martedì 15 maggio 2012

El trabajo creativo....


¿Cómo hacer ante un trabajo creativo? ¿Cuántas horas dedicarle a este tipo de trabajo? ¿Como uno debe organizarse?

         Estas son preguntas que me han rondado la mente por muchos años y debo decir que recién ahora puedo esbozar una respuesta.

Leí un artículo muy interesante que me pasó Steve Cournane sobre cuántas horas un músico debía practicar al día (http://www.bulletproofmusician.com/how-many-hours-a-day-should-you-practice/). El violinista Nathan Milstein dijo que cuando él le pregunto a su maestro Leopold Auer cuántas horas debía practicar al día éste le contestó: “Si practicas con tus dedos ninguna cantidad de tiempo es suficiente” … “pero si practicas con tu cabeza dos horas es más que suficiente”.

En el mismo artículo muestran las ideas del psicólogo Dr. K. Anders Ericsson quien en su investigación pone las bases de la “regla de diez años” y “las 10,000 horas regla” que sugiere que se necesitan al menos diez años o 10,000 horas de práctica deliberada para lograr un alto nivel de ejecución en cualquier ámbito. Es interesante que no se habla tanto de la cantidad de tiempo de práctica sino del tipo de práctica requerido.

Este psicólogo hace referencia no sólo al campo de la música, sino a cualquier ámbito en donde uno quiera volverse un experto. Haciendo cálculos y dividendo las 10,000 horas en diez años, estamos hablando más o menos de dos horas y media al día, o  tres horas al día si contamos que un día a la semana no trabajamos.

Leer este artículo para mí ha sido una revelación total. Siempre he sido una persona muy disciplinada en mi trabajo. Sin embargo, no pocas veces he sentido que las paredes de una oficina o un escritorio me asfixian un poco, así como el cumplir determinadas horas de trabajo al día. Debo aclarar que el tipo de trabajo que realizo al dedicarme a la investigación y al pensamiento es una actividad que requiere mucha creatividad.

Creo que he cometido dos errores. El primero de ellos ha sido el aplicar una perspectiva utilitarista y eficientista a mi trabajo. He pensado de manera inconsciente que más horas sentada en un escritorio trabajando significa obtener mayores resultados. Sin embargo, me doy cuenta lo dañino que puede ser el modelo workaholic para un trabajo que quiere ser original, novedoso, artístico. Creo que el modelo workaholic es nefasto aplicado a cualquier tipo de actividad, porque es un modelo deshumanizante que reduce la vida humana a la dimensión laboral y productiva. Nadie puede sobrevivir por mucho tiempo a una vida que sólo se concentra en el trabajo.

Basta ver lo que sucede en el Japón donde incluso han debido acuñar una palabra para la muerte que tiene como causa el exceso de trabajo: karoshi. El ministerio de la salud en 2007 en Japón publicó que 189 trabajadores murieron por ataques al corazón por exceso de trabajo y 208 se sintieron gravemente enfermos… 921 se enfermaron mentalmente debido al stress del trabajo… sin contar con 201 trabajadores que tuvieron intentos suicidas.

El problema es que si bien no llegamos a los extremos de Japón, nuestro modelo laboral sigue una dinámica que busca la eficiencia a través del agotamiento físico y mental. Ésto produce enormes daños pues se convierte en una fuente de stress y de dificultad para gozar la vida con todos sus valores. No hay tiempo para las amistades, para el ocio, para gozar de los pequeños y gratos momentos de la vida, no hay espacio para las actividades que alimentan el espíritu y eleven el alma… y aunque hablamos del tema y todos lo sabemos seguimos aplicando el modelo workaholic. ¿Por qué? Quizás en mi caso, el obtener resultados laborales es fuente de valoración y estima y sobre todo porque hay una parte de mi que tiene miedo de soltar la seguridad que este modelo ofrece para dejarse llevar por el ocio creativo.

Otros quizás necesitan la compensación económica y por lo tanto dejan que la presión externa ejercite un poder sobre ellos.

Así pues si el exceso de trabajo es un error para todo ser humano, creo que más aún para las personas que se dedican al trabajo creativo, la sobredosis es muerte inmediata para el espíritu y la fantasía.

Soy consciente que hay cierto tipo de actividades que requieren una presencia continua (el médico, la secretaria, el empresario…), pero aún en estas actividades creo que nuestras sociedades están organizadas de una manera tal que esta presión psicológica en torno al horario, la eficiencia y los resultados, lo único que genera es que los jefes puedan tener más control de sus trabajadores, pero dudo que consigan resultados creativos donde cada quien dé lo mejor de sí. Sí, quizás se llega a tener una máquina que funciona, pero no se logra que cada quien en su puesto de trabajo tenga la flexibilidad y libertad necesaria para que aporte desde su lado más creativo.

Bueno, hasta ahora he hablado solamente de mi primer error en cuanto a la eficiencia y el utilitarismo a la hora de trabajar.

Mi segundo error ha sido un perfeccionismo malsano y un sentimiento de culpa si es que no respondía a la producitividad máxima. Aquí creo que tuve una concepción equivocada de la vida por una formación religiosa muy estricta, muy centrada en su dimensión ascética, demasiado voluntarista pensando que la propia perfección está casi en las propias manos. Con el tiempo también se madura en la visión de fe y en la perspectiva ante la vida. Un error ahora no es más que un error que puede ser superado con la enmienda. Las fallas se reponen, los errores no son mortales, la vida no es perfecta, nosotros no somos perfectos. Hay que hacer lo que se puede… y nada más.

Y al mismo tiempo, lo que yo consideraba “ocio” es para mi ahora la fuente de mayor inspiración… mi musa. Y mi musa puede ser la conversación con alguien, la lectura ociosa, el deporte realizado con entusiasmo, las manos en la cocina… todas estas actividades lejos de ser una pérdida de tiempo, se convierten en el espacio para que el alma repose tranquila y pueda ir trabajando sin que uno la disturbe para el momento de máxima creatividad y calidad. Justamente, las actividades más manuales son fundamentales porque no distraen, y sobre todo permiten que la mente y el alma puedan seguir trabajando. 

Conclusión: lo importante en un trabajo creativo no es tanto el tiempo que dedico a la actividad sino la calidad mental y la concentración que pongo en él. Tres horas diarias de esfuerzo concentrado, deliberado, creativo pueden ser más productivas que nueve horas de trabajo aburrido, disperso y poco concentrado.  

mercoledì 2 maggio 2012

La tierra llama...




Es curioso el llamado de la tierra.

Tengo que empezar diciendo que he estado feliz estos tres meses trabajando en México en un proyecto bellísimo en la Universidad UPAEP.

Sin embargo, qué curioso es regresar a tu patria cuando has estado lejos por un tiempo. No había tenido esta experiencia pues al haber vivido siempre en el extranjero nunca regresaba a mi tierra, siempre a mi casa extranjera.

Es la primera vez, en cambio, que después de un período regreso a mi tierra. La experiencia es curiosa.

Cuando bajé las escaleras del avión sentí que el alma regresaba al cuerpo. Después de haber estado con mucha tos sentí que la humedad limeña me hacía de vaporizador para aliviar mis accesos continuos como quien me daba la bienvenida aliviando mi malestar.

Tomé el taxi para casa y no podía faltar una conversación amena y profunda con el taxista. Me hablaba de su hijo, de su vida, de las mujeres que han pasado en su existencia y con sus 47 años terminaba cada historia con una profunda sabiduría popular hecha vida y programa:
“Señorita, siempre le digo a mi hijo que no se compare, el que se compara nunca es feliz y siempre está insatisfecho… ¿es que acaso es posible compararse y no siempre encontrar personas arriba? Por ello las comparaciones son nefastas”. Luego, me entretuvo contándome  sus historias de amor y aquí me dio una hermosa lección: “Señorita, nunca busque un novio para que la haga feliz… no señorita, nadie puede hacernos felices totalmente, pues todos tenemos grandes límites, nosotros tenemos que ser felices para dar felicidad al otro y alegrarnos por lo que nos da”…

Y mientras que me hablaba sentía sabor a casa, amor a mi pueblo y a su profunda sabiduría. Si, cuando uno llega a tierra, todos son un poco nuestros padres, nuestras madres, nuestros hermanos. El taxista añade “Señorita ¿pero luego usted va a otra lugar?” Si, efectivamente tenía que ir a otro sitio. “Yo la espero. No se apure, haga sus cosas con tranquilidad”.

La familia, ni qué decir. Aquellos que nos aman siempre incondicionalmente. Creo que no hay mayor amor más incondicional como el de la propia familia. Todos nos equivocamos, fallamos, pero en la familia siempre están dispuestos al perdón, a darte una mano, apoyarte en los problemas y alegrarse con tus triunfos. Es la tierra.

Y sí. La tierra son todos esos lugarcitos que uno conoce, visita y frecuenta día a día. El banco, la panadería, la peluquería, la farmacia… en todos y cada uno de ellos un nombre y un rostro que te reciben con los brazos abiertos:  "¿Qué tal su viaje a México? La hemos extrañado"... y en dos minutos comenzar a hablar de todas las novedades que habían sucedido en mi ausencia. 

Es mi tierra y al valorarla más por esta ausencia quiero estar en ella más presente que nunca. Quiero mejorar como persona, pasear por sus calles, ayudar a los que me rodean, abrazar a mis amigos, acompañar a mi familia y responder al llamado que esta mi tierra me hace: porque cuando la tierra llama... llama.