martedì 12 novembre 2013

De México a Roma, de Roma a México... y el círculo se cierra.



Estudié teología. Estudié sobre la vida consagrada y viví la vocación a ella. Consagré 25 años de mi vida al Señor. Pero hay cosas que solo se entienden viviéndolas. Mi concepto de vocación era algo estático. Desde niña  sentí la llamada de Dios. Para mi significaba que Èl desde toda la eternidad me  invitaba a seguirlo para siempre en un estado de vida. Esto enseñé, practiqué y viví. 

Sin embargo, hay ciertas vidas de hombres y mujeres de fe que demuestran lo contrario, ¿Qué pasó con Santa Rita de Casia, Concepción Cabrera de Armida, Juana de Chantal y otras más? ¿Qué pasó con Madre Teresa de Calcuta, Teresa de Ávila y otras que cambiaron de institución? ¿Qué pasó cuando una persona vivió el matrimonio y luego se decide entrar en un convento o al revés? ¿O de una institución pasa a otra o inicia una nueva? ¿Es que nunca tuvieron la vocación al matrimonio o nunca tuvieron la vocación a la vida religiosa. o a una concreta congregación?

No lo creo. A lo largo de todo lo vivido he ido profundizando en lo que significa “la vocación”. Ante todo creo que ésta es la historia y la alianza de amor entre Dios y cada persona humana. Y en esta historia de amor “los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros”. Yo pensé que viviría y moriría como laica consagrada. Nunca he pensado que me equivoque de vocación. La sentí de niña y la sigo sintiendo ahora de adulta. Me sigo sintiendo llamada por El, elegida por El para ser un instrumento más de su amor en el mundo. Sin embargo, Dios no puede ir en contra de la libertad humana, de los errores, de las debilidades de los hombres y de las instituciones. Y así, la historia parece no tener sentido, porque se desvía de su cauce original.

Cuántas veces me pregunté, ¿es que yo escuché una llamada que no era Dios? ¿Es que Dios se olvidó de mi? ¿Cómo hará ahora para arreglar la historia cuando hubieron personas concretas que me decepcionaron del camino emprendido? ¿Cómo seguir cuando uno no siente más la inspiración o no comparte ya el mismo carisma? No critico a quien se mantiene en la institución. Admiro tanto a los que se han salido como a los que se han quedado, habiendo todos sufrido una gran decepción. Todo el cuerpo sufrió desde el dedo mequiñe hasta la cabeza. Y todos sufrimos y en eso hemos compartido la misma suerte. Todos estaremos ante Dios y a todos se nos juzgará por el amor y la verdad con la que vivimos.

¿Es que acaso me equivoqué cuando decidí seguirlo? No creo. Pues aún sigo sintiendo la llamada y mil veces volvería a elegir lo mismo. Como mil veces estaría donde estoy ahora. Porque en el fondo, lo único que Dios quería es acercarme a El a través de una historia misteriosa.

Yo sentí que me llamó cuando apenas tenía 16 años y me encontraba en un viaje a México en un crucero. Es ahí mirando al mar que le dije mi “si” definitivo. Y de las aguas del Pacífico me  llevó hasta el Meditarráneo donde le volví a decir que sí en Roma. Y de Roma me devuelve a México, tierra bendita donde nació mi vocación y donde hoy esta tierra me acoge para poder entregar lo que arde en mi corazón.

Lo que más me atrajo de la vocación a la vida consagrada era la dimension laical. Y créanme que nunca como hoy puedo vivir esta vocación en toda su plenitud. Soy totalmente laica, y por ser enteramente laica me siento que puedo ser toda de El.

Me siento llamada a compartir mi vida con un compañero en el camino y por ello la dimensión laical la puedo desplegar a 360 grados. Pues es en el matrimonio por excelencia que me es permitido vivir a través del amor humano el amor divino, viendo en el otro al rostro del mismo Dios. ¿Qué más laico que esto? ¿Cómo no llamar a esto una consagración del todo laical? El corazón entero a Dios, porque entero a una persona. El corazón entero a una persona porque entero a Dios.

Cosa curiosa. Cuando me hablaban de evangelización y de grandes horizontes, yo siempre pensaba que me bastaría hacer bien tan solo a una persona para sentir que mi vida valía la pena.

Hoy me encuentro con un rostro concreto ante el cual estoy llamada a hacerle el bien, hacerlo feliz y cumplir lo que dice el Evangelio en una persona concreta: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, enfermo y me visitaste”, triste  y me consolaste, solo y me acompañaste, desalentado y me animaste, molesto y me calmaste, alegre y reíste…


sabato 9 novembre 2013

La presencia de la mujer en el Vaticano






Quiero agradecer enormemente a Chantal Götz, de la Fundación Fidel Götz, por la invitación que me hiciera a participar junto con seis grandes mujeres representantes de la fundación Gotz, y de fundaciones católicas asociadas a FADICA (Foundations and Donors interested in Catholic activities) en una semana intensa de diálogo con cardenales, obispos y laicos de las diversas Congregaciones y Dicasterios de la Santa Sede. Mujeres comprometidas con la Iglesia apoyando proyectos concretos  de promoción de la mujer, de solidaridad con los más necesitados, así como con proyectos de educación y apoyo a la Iglesia local y universal.

 Es un grupo que viene trabajando desde el 2006 en mantener un diálogo abierto, sincero, propositivo con las autoridades eclesiales en una actitud de servicio y amor a la Iglesia con el fin de promover a la mujer en ella.

En el imaginario colectivo tanto dentro como fuera de la Iglesia se suele interpretar desde distintos ángulos el tema de la mujer y su participación eclesial. Algunos quizás se preguntan: ¿Por qué preocuparse de este tema si es que a lo largo de los siglos la presencia de la mujer en la Iglesia ha sido más que evidente tanto en la vida parroquial, en la educación de los hijos, en la catequesis, en la atención a los pobres, enfermos y marginados de nuestra sociedad?  ¿Buscar una mayor presencia de la mujer en la Iglesia no tendrá como motivación una intención de reivindicación y de búsqueda de poder frente al liderazgo masculino? ¿Consideramos que por mayor presencia de la mujer entendemos acceder al ministerio sacerdotal y que por ello cualquier avance en este sentido no tiene otro fin que llegar al mismo? ¿Para qué es necesario hablar de la promoción de la mujer cuando ya Juan Pablo II profundizó en la riqueza del genio femenino? ¿Es acaso necesaria una presencia efectiva de la mujer y no es suficiente la conciencia de la dimensión mariana de la Iglesia y su importancia simbólica?

Creo que la riqueza de encuentros, diálogos y reflexiones en la última semana de octubre en Roma, nos ayudó a perfilar lo que sentimos y pensamos sobre este tema de gran importancia y a poder compartirlo e intercambiar ideas y opiniones.

Como señalara Benedicto XVI, en la entrevista que le hiciesen en su viaje a Alemania, a lo largo de la historia la presencia de la mujer en la dimensión carismática de la Iglesia ha sido fundamental: tanto en la familia, como en la educación, en la catequesis, la vida de fe y santidad el aporte de las mujeres ha sido más que visible. Sin embargo, consideraba que sería necesaria una mayor presencia en las estructuras de la Iglesia. Papa Francisco, en la entrevista concedida en la Civiltá Cattolica vuelve a insistir sobre la necesidad de una una presencia más incisiva de la mujer en la Iglesia.

Nos hemos sentido apeladas por este llamado. Creo que es una tarea de los pastores y obispos, pero creo también que es una responsabilidad ante la cual las mujeres no podemos quedarnos de brazos cruzados. La intención que nos ha de mover no es una búsqueda malsana de “poder”. De cara a Dios queremos renovar nuestro profundo amor a la Iglesia, nuestro compromiso con ella y con todo el Pueblo de Dios. Nos sentimos invitadas a responder a los dones y talentos que Dios nos ha regalado, con la conciencia que todo puesto de mando y liderazgo es ante todo un ejercicio de servicio y amor. No soy partidaria de aplicar las “cuotas” en la Iglesia o la necesidad de simplemente abogar por una mayor “presencia numérica” que no creo que resolvería el problema. Es claro que la Iglesia no es una ONG, ni una empresa más. Sin embargo, como toda estructura humana y que en este caso concreto tiene también una dimensión divina, para que pueda responder a los desafíos del mundo actual y ser el rostro visible de Dios en la tierra, no puede no contar con el aporte tanto de la dimensión masculina como de la dimensión femenina. Considero que en este momento crucial de nuestra historia, donde cada vez se hace más difícil una relación armoniosa entre el hombre y la mujer, es necesario que como Iglesia vivamos esta reciprocidad evidenciando el llamado a vivir la comunión y la riqueza de la igualdad en la diferencia para la construcción de la sociedad. Cada vez hay una mayor claridad, que la presencia de mujeres y hombres tanto en el ámbito familiar como en el ámbito público enriquecen enormemente la sociedad. Es muy importante que en la toma de decisiones la diversidad y riqueza del hombre y la mujer estén presentes. Y es por ello que los últimos Papas han hablado de la necesidad de esta mayor presencia de la mujer en las “estructuras” de la Iglesia. En el liderazgo eclesial el rostro y la imagen hacia el mundo no puede ser un rostro exclusivamente masculino.  

Pero, es que acaso, cuando hablamos de liderazgo en las estructuras de la Iglesia ¿estamos hablando de la ordenación sacerdotal de las mujeres? Como diría el Papa Francisco, no queremos “un machismo con faldas”. Creo que este llamado del Papa a la mayor presencia en las estructuras se puede dar en múltiples situaciones que se alejan de una homologación de roles y funciones  y que no pretenden el sacerdocio femenino. Esta semana en Roma ha sido intensa y gratificante. Encontrar en la Pontificia Comisión de Justicia y Paz a una mujer como sub-secretaria y verla con un liderazgo del todo femenino ha sido una gran alegría. Hemos encontrado mujeres trabajando con un interesante liderazgo en Secretaría de Estado, en la Radio Vaticana, en la Filmoteca, en el ámbito de las comunicaciones, en el governatorato. Mujeres profesionales y llenas de amor por Cristo y su Iglesia. Es cierto que aún su presencia es muy escasa. ¿Dónde y cómo podríamos expandir esta presencia afectiva y efectiva para que nuestra Iglesia no se vea excluida del aporte y liderazgo femenino?

En el diálogo de esta semana surgieron muchas posibilidades que fueron confirmadas por nuestros pastores: promover la presencia de las mujeres en los tribunales eclesiásticos,  alentar la posibilidad  de la enseñanza teológica de la mujer en los seminarios para que los futuros sacerdotes vayan enriqueciéndose con la perspectiva femenina de ahondar en el misterio, así como en una vivencia respetuosa y connatural en su relación con las mujeres; aumentar la consultoría en los diversos Dicasterios y Congregaciones; repensar la posibilidad real de mujeres con puesto de liderazgo al interno de las estructuras. Nos impulsa la conciencia que si Dios nos ha dado dones y talentos son para ponerlos al servicio de Dios y de los hombres.

El camino hacia el cambio es lento y no carente de obstáculos. Pero no por ello deja de ser importante y necesario impulsarlo. La disponibilidad y la necesidad de estos cambios lo hemos percibido en muchos de los encuentros que tuvimos.

Y en esta renovación el Papa Francisco no sólo nos impulsa a potenciar nuestro liderazgo sino a encaminarlo hacia las necesidades de los más pobres y sufridos. Nos ha recordado que lo esencial del cristianismo es volcarse solidariamente al pobre, al enfermo, al oprimido y excluido. ¡Cuál no ha sido nuestra alegría al escuchar las iniciativas que el mismo Papa está llevando adelante! Como Cardenal Bergoglio su preocupación por el tema de trata de mujeres y niñas era notable. Ahora como Francisco, él de manera personal, ha pedido tanto a la Academia de las Ciencias Sociales, como a la Pontificia Comisión Justicia y Paz que se vuelquen hacia un estudio sobre el tema de trata par ver cómo incidir contra esta nueva esclavitud del s. XXI que se extiende hacia la vulnerabilidad de la pobreza femenina. Esta especial sensibilidad del Papa Francisco nos invita a sensibilizarnos y concretizar en acciones esta violencia contra las mujeres.

En el reciente mensaje que el Papa Francisco diera a las mujeres con ocasión del Congreso realizado por la sección mujer del Pontificio Consejo para los Laicos, el Santo Padre invitó a que no se redujera la maternidad a un rol social como excusa para una falta de presencia de la mujer en el ámbito social. Al mismo tiempo, me llamó la atención cuando señaló que él ve con dolor como muchas veces en nombre del “servicio” lo que él ve es “servidumbre” por parte de las mujeres.

Y aquí quisiera detenerme a realizar tres observaciones que me parecen fundamentales y que brotan de este mensaje. Muchas veces en nombre de la “maternidad” se justifica la falta de la presencia femenina en el ámbito público. Creo que los tiempos exigen que tanto la mujer y el hombre asuman la hermosa tarea de la maternidad y la paternidad. Toda familia necesita un padre y una madre. Y al mismo tiempo, tanto la maternidad como la paternidad no los excluye a ambos de participar activamente en la construcción de un mundo mejor.

Una segunda observación es que es cierto que hasta el s. XX había habido un vacío en la reflexión sobre la mujer. Y fue importante que se comenzara a pensar sobre ella. Se le atribuyó a lo femenino las características de servicio, capacidad de sacrificio, intuición y fortaleza, entre otras. Es positivo que se hayan resaltado algunas características como tendencias de lo femenino quizás a veces no valoradas. Eso, no debe hacernos caer en la tentación de distinguir lo femenino y lo masculino en facultades diversas cayendo en un reduccionismo un tanto simplista: los hombres racionales y las mujeres emotivas, sensibles y serviciales. Tanto los hombres como las mujeres estamos llamados a vivir todas las virtudes como el servicio, y al mismo tiempo a utilizar todas nuestras facultades como la racionalidad y la emocionalidad. Digamos que la diferencia va en la línea de la coloración de cada facultad y virtud, en la aproximación a la realidad y a cómo manejamos y enfrentamos la vida. No son distinciones rígidas o intercambiables. Por ello, es interesante que cuando el Papa habla de “servidumbre” se refiere a una errada interpretación que la única que debe “servir” es la mujer, en una actitud servil que no invita al hombre a participar de esta característica propia de Jesucristo. Al mismo tiempo, el servicio no puede malinterpretarse como una actitud pasiva que excluya a la mujer de ejercer liderazgo, de dar su opinión, de tener una actitud recíproca en el proceso decisional junto a los hombres, tanto en la familia, en el trabajo y en todos los ámbitos de la sociedad: esto también es servicio.

            En fin, todas estas reflexiones no hacen mas que llenar nuestro corazón de alegría y esperanza. El Papa es directo y claro. No tiene miedo. Y al mismo tiempo vemos  a un hombre que no se queda en las palabras o en la teoría. Sino que busca que se “haga vida”. Sólo a manera de ejemplo: el Vaticano ha aceptado con alegría la propuesta de construir y abrir un asilo-nido para las familias y mujeres que trabajan dentro. ¿No vemos en esta iniciativa una acción concreta una mayor sensibilidad frente al tema de la mujer? Vamos caminando como Iglesia y me alegra enormemente.