mercoledì 27 giugno 2012

Darse espacio


  1. Alguien me comentó: tienes que darte espacio.
    Yo respondí: ¿espacio físico?
    Me contestó: piensa qué espacio necesitas.

    Mi madre siempre decía que el éxito de su relación con mi papá fue que siempre se respetaron los propios espacios. Y creo que sólo podemos respetar el espacio del otro cuando respetamos nuestros propios espacios.

    ¿Cuál es mi espacio? El espacio personal no es otra cosa que saberse amar a sí mismo. Darse espacio significa cuidarse y tratar de responder a las propias necesidades. Significa ser responsable por sí mismo y alentar todo aquello que te hace crecer y madurar como persona. Darse espacio es conocerse y escuchar las exigencias y anhelos del propio ser que varían de persona a persona: descanso, compañía, soledad, profundidad, equilibrio, oración, distracción, afecto, desahogo, estudio, amigos...

    Para poder escuchar las propias exigencias hay que hacer silencio y por más duro que sea el encontrar los vacíos del alma o las necesidades no cubiertas, sólo el enfrentarlos nos dará la fuerza para saber cómo cubrirlos, cómo satisfacerlos y orientar nuestra vida a aquello que nos hace felices. Darse espacio es pues descubrir la verdad subyacente que está dentro y que me dice hoy necesitas... Claro que uno puede engañarse con falsas necesidades, pero ahí el remedio es actuar con honestidad personal y tratar de hacerlo todo con conciencia.

    Darse espacio es ser sincero con uno mismo y enfrentar la realidad tal cual es. No fingir una risa cuando se está triste, no distraerse con problemas menores para no enfrentar los mayores, no pensar que lo podemos todo cuando nos sentimos frágiles, no inventar o falsificar la realidad para que se adapte a mis anhelos. Se trata de darle cabida a la realidad tal cual es... CEDER ESPACIO A LA REALIDAD porque sólo así poseeré realmente y conquistaré el lugar que ocupo en el mundo.

    Darse espacio es respetar a los demás, dar espacio al mundo, a la belleza, a lo bueno, interesante, curioso, simpático, entretenido, profundo... cuando me abro a todo esto el espíritu se dilata y me LLENO DE ESPACIO...

giovedì 7 giugno 2012

Huacho sin pescado, el pueblo fantasma

          Tenía el fiel propósito de hacer dos cosas: salir de vez en cuando de la ciudad para estar en contacto con la naturaleza y tratar de conocer cada vez más mi país.
Después de mi primer fin de semana en Yauyos, decidí viajar a Churín. No tenía idea lo que me esperaba. Sólo sabía que esta ciudad era conocida por sus baños termales. Churín, ubicada en la provincia de Oyón, está relativamente cerca, a sólo  217 Km al noroeste de Lima. 


      Debo decir que el camino es bastante seguro y poco peligroso, pues no encontré ni las serpentinas como cuando fui a Yauyos, ni los precipicios que siempre causan un poco de impresión. Es una pena que nuestras carreteras aún se encuentren en tan malas condiciones. De Lima a Sayán se  llega con una carretera asfaltada, pero desde ahí hasta Churín tienes sólo un camino afirmado.  


      Al llegar a la ciudad y después de descansar un poco decidimos ir a Huacho sin pescado, el pueblo fantasma y a las ruinas de Antamarca. Como sabía que las ruinas quedaban un poco lejos, y no estábamos equipados para acampar, pedí a un lugareño que nos llevara. Al ver su camioneta, más chatarra que camioneta, sentí un poco de desconfianza. El hombre, que se llamaba Albino, me dijo con mucha seguridad que los demás carros no estaban  preparados para una ruta así y que en cambio su camioneta era la adecuada. Las apariencias engañan. La chatarra tenía un motor increíble, pues desde que Albino la compró no había hecho más que subir esas montañas diariamente llevando turistas. Nos dijo además con orgullo que sus llantas eran altas y especiales para ese terreno afirmado. Albino tenía razón. Era un buen carro. Nos miró con picardía y comentó: "ningún carro de ciudad tiene la potencia de mi camioneta. Es más o menos como los limeños cuando vienen y no pueden trepar el cerro, mientras los lugareños lo hacemos sin pensar". Lo peor de todo es que era cierto. Después de mi experiencia en Yauyos, tratando de subir un cerro he tenido que entrenar por más de cuatro meses para poder caminar decentemente algunas horas. Y comprendo que si quiero hacer rutas más largas, que duren más de un día, debo realizar un entrenamiento de ejercicio aeróbico por más de una hora para ganar en resistencia e intensidad.



         Fuimos subiendo y las montañas del lado izquierdo eran curiosamente muy verdes en comparación con las del lado derecho. Pequeños poblados enclavados en ellas y campesinos trabajando la tierra. Después de subir por más de una hora y llegando aproximadamente a 3700 mt de altura, se abre ante la vista un pueblito hermoso con casas de barro y balcones. Un lugar impecable con su campanario e Iglesia antiquísima.  Me parecía estar soñando. Había agua potable, electricidad y todas las casas estaban cuidadas, cerradas con candados y absolutamente vacías. Quizás habrían más de cien casas. Todo el pueblo gozaba sólo de la presencia de dos habitantes. Un viejito, que con su señora habían decidido quedarse y no había habido manera de convencerlos de dejar su hogar. Lo vimos a la distancia y nos saludó alzando el brazo en señal de paz. El único guardián y fiel amante de Huacho sin pescado (llamado así para distinguirlo de la ciudad Huacho de la costa, que sí tiene pescado!). Cuál fue nuestra sorpresa cuando Albino nos dijo que él había nacido en ese pueblito: "De esta fuente venía a sacar el agua. Esta era mi casa y en este patio jugaba con mis primos..." "Esta es mi casa, pobre mi padre, con cuánto esfuerzo la habrá construida para que ahora esté vacía". Si, todos los pobladores habían tenido que dejar el lugar porque no llegaba suficiente agua para cultivar como en los pueblos cercanos. Hacía 12 años que Huacho sin pescado había dejado de existir, uno a uno sus pobladores habían abandonado sus casitas. Sin embargo, cosa curiosa, el 8 de diciembre regresaban todos sus ex-habitantes por una semana entera para celebrar la festividad de la Inmaculada, con una gran fiesta organizada por el patronato. El festejo se celebra matando un toro, con chicha de jora, cerveza, bandas de música y fiesta todos los días. No salíamos de nuestro asombro. Por eso es que el pueblito estaba tan cuidado e intacto. ¡Porque aún sus lugareños llegaban una vez al año para la Inmaculada!


         De pronto Albino nos hace subir unos metros y nos internamos en las ruinas de Antamarca. El atractivo turístico de este lugar es impresionante. Un panorama espectacular, un paisaje que te hace abrir los pulmones de alegría, un pueblo fantasma misterioso e impecable y una ruinas que datan de la época de los Incas.


          Construcciones altas, con piedras grandes y pequeñas ordenadas con mucho criterio arquitectónico. Casas con dinteles, la plaza del pueblo, el lugar de los ritos donde se sacrificaban animales y por lo que decía Albino también las vírgenes. Una ciudad que por su ubicación estratégica había sido para los Incas un lugar importante. Con señales de humo podían comunicarse con los poblados vecinos si el enemigo se acercaba.



         Me hubiese gustado quedarme ahí, contemplando las estrellas, respirando aire puro y pensando en los incas, en sus vidas, en los pobladores que hacía unos años habían dejado sus tierras para aventurarse a encontrar suerte en la ciudad. Teníamos que regresar. A mi vuelta, me consolé comiendo  la maravillosa fruta de la zona. El kit completo de fruta: melocotones, mandarinas sin pepa y unas paltas espectaculares. Qué decir de sus tamales y de la trucha del lugar. Muchas piscigranjas y por lo tanto una trucha a la leña divina. Y de postre, nunca he comido unos alfajores tan deliciosos como los de Churín. Es una especie de hojaldre que hace que el dulce no opaque el sabor. El turismo gastronómico en el Perú es maravilloso. 


           Con un poco de nostalgia por haber dejado al pueblo fantasma salimos a hacer una caminata nocturna. Tengo impresa en mi memoria un paisaje compuesto de tres elementos: una luna llena y brillante que rompía con su claridad la oscuridad del lugar y me hacía caminar sin temor por el pueblito desolado, una montaña imponente que sólo aparecía en su perfil majestuoso y el río a nuestros pies con su sonido pacífico y constante. Luz, fuerza y armonía. Y tantas, tantas estrellas. Se ha convertido en un must el salir de Lima para encontrarme con mi país. Cada vez que regreso de una de estas escapadas me siento orgullosa de ser peruana.