giovedì 6 luglio 2017

Mi primer amor


Nadie ha regresado de la muerte para describirnos su misterio. Un atisbo de ella la percibimos cuando fallece un ser querido. Recién hoy siento la “muerte” como mía. Murió mi padre y una parte de mi se fue con él. Es un pesar sin posibilidad de analogía con alguna experiencia pasada: un vacío transparente, un sábado santo sin María, un desierto sin oasis, un silencio sin eco.

Mi primer amor, mi mejor amigo. Su partida duele y duele tanto, un amor tan fuerte como la muerte.

No. No basta que me digan que vivió una vida feliz, que llegó a los 94 como pocos, que ahora está gozando del Cielo o que cuida desde arriba por todos nosotros. Sí. Todo es verdad, ya lo siento y en todo eso creo y espero. Pero hoy no necesito ese consuelo. Hoy brota mi dolor y no le tengo miedo, porque cantar mi dolor es proclamar mi profundo amor por él. Era un amor tan hondo, tan arraigado en mis entrañas que junto con Marcel siempre sentía: “no quiero que tu mueras”. El amor pide eternidad, exige un para siempre, se resiste a la destrucción.  Y en todo esto, aunque no tenga ninguna prueba de ello, la muerte no tiene la última palabra, más sí el amor.

Desde pequeña fuiste mi héroe y yo la negrita de tus ojos. Fuiste mi padre y mi mejor amigo. No parabas de jugar conmigo: memoria, ajedrez, cartas, golpe, y todo juego era una buena excusa para pasar horas contigo. Hablábamos un idioma interplanetario y nos reíamos por el hecho que nadie nos entendiera, ni nosotros mismos. Cada sábado invernal nos llevabas a la Cantuta a pasar el día, con una parada obligada en la panadería Rosé para comprar el pan baguette y las paltas que llevaríamos felices al picnic a las afueras de Lima.
Estuviste detrás mío enseñándome a montar bicicleta. Me llevabas a mi cama en la noche cuando me hacía la dormida para no irme de tu lado. No había viernes sin ir al Chifa de Ricardo, ni sábado sin ir al campo a jugar. Encontraba siempre chocolates debajo de mi almohada, y en la noche a escondidas bajabas sin que me diera cuenta para poner golosinas en mi lonchera al colegio. Quería ser como tú: inteligente, ordenado, gracioso y lleno de historias, profundo, sencillo y agudo. No te importaba el qué dirán. Reservado y de pocas palabras que me hacía valorar y darle el peso cuando te escuchaba hablar, pues tus palabras eran sinceras y directas.
Mi compañero de aventuras: ahí estabas en mi primer negocio vendiendo brownies. Cada noche me acompañabas y te dedicabas a medir con tu wincha mis brownies para que salieran perfectamente iguales.
Nunca olvidaré aquél día que hice mi primer pie de limón y se quemó el merengue. Me pediste que lo hiciera otra vez. La segunda vez el pyrex reventó. Lloré desconsoladamente. Con mucha paciencia me tomaste de la mano y me llevaste a comprar un nuevo pyrex a Oeschle para que hiciera mi tercer pie de limón. La tercera fue la vencida y salió muy rico. Y esa lección me quedó grabada. Tu perseverancia fue siempre una de tus más notables cualidades.
Mi primer ramo de rosas lo recibí a mis 15 años. Rosas de mi primer amor. Me sentí mujer y amada por ti delicadamente.
Te acercaste más a Dios en la madurez de tu vida y Él colmó de alegría y plenitud los años por venir. Me encantaba verte estudiando la Biblia, el catecismo, rezando tus Laudes y tus vísperas. Cada vez que hablábamos por teléfono me hacías muchas preguntas teológicas y me sugerías temas para mis clases. Fue por ti que logré terminar mi PhD. Cada vez que quería dejarlo o aflojaba el paso ahí estabas tú para motivarme a seguir adelante.
Mi padre, mi mejor amigo y te volviste mi hermano en nuestro peregrinaje de fe. Tu fe se hizo carne: llevabas el sufrimiento con valentía, los problemas con paciencia, amabas la sencillez de la vida, tratabas de cambiar cada día, viviste la alegría de la Buena Nueva disfrutando al máximo las cosas sencillas y hermosas de la existencia. Siempre le rogué a Dios que no te hiciera sufrir al final de tus días pues ya habías sufrido mucho cuando joven. Escuchó mis ruegos y te llevó después de almuerzo con el cuidado de quien recoge a un pajarito después de su último aliento.

Fuiste grande querido padre porque supiste hacerte pequeño. 
Te adoro y en un abrir y cerrar de ojos estaremos de nuevo juntos.

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