domenica 30 marzo 2014

El silencio de la felicidad



Hay bloggers de profesión. Escriben y comentan los últimos eventos estando muy al día según la rama de su afición. Yo utilizo el blog más bien como el género literario del diario. Alguien me podría decir que la diferencia entre el blog y el diario es que el blog se hace público y el diario es privado. Pero como bien decía Julio Ramón Ribeyro todo diario tiene la característica de ser público, pues inconscientemente uno sabe que alguien podrá leerlo. Al momento de escribir el diario uno ya se pone como lector de sí mismo. Hay una especie de desdoblamiento (no esquizófrenico), pero si una tematización e interpretación de la propia existencia ante todo para uno mismo y en segundo lugar para quienes logren leerlo.

Y esta introducción tiene como intención explicarme a mi misma por qué a veces dejo semanas o algún mes sin escribir nada. No es falta de tiempo. No. Cuando quiero escribir, siempre tengo tiempo. Me doy cuenta que necesito poner por escrito lo que vivo y como una especie de deuda social me siento llamada a comunicarlo. Pero hay espacios en ese vivir que están marcados por el silencio. Uno es el silencio del dolor y otro es el silencio de la felicidad. El primero ha sido un compañero conocido en los últimos años, el segundo creo que es más novedoso.

El silencio del dolor lo he conocido bien.  Meses y a veces años sin poder escribir una palabra. Entrar al corazón era como entrar a una zona de restos arqueológicos, donde la muerte había avasallado las construcciones y donde cualquier pisada podía romper los frágiles restos de lo que una vez fue una ciudad encendida. Había que tener cuidado. Había que hacer silencio y respetar el duelo de la ausencia, el silencio de Dios que es justo y bueno y que va formando con su amor vida donde hubo llanto.

Pero hay también el silencio de la felicidad. Y la felicidad requiere contemplación. Es el estupor por el don y el amor inmerecido. Es la conmoción de recoger los frutos de alegría sembrados en el llanto. Es la convicción que Dios no falla en su alianza y que ama con amor de predilección a todos y cada uno de sus pequeños que lo buscan con devoción.

Es la felicidad donde Él hace todo nuevo y como con palabras de mis amigos Blanquita Mijares  y Luis Lozano “el matrimonio es una gozada”. Y por ello necesito silencio, para contemplar la belleza del “nosotros único" que se va construyendo a punta de amor, esfuerzo, donación, sacrificio, errores y aciertos, palabras y entrega. Silencio ante la maravilla del “otro” que es toda creatividad, bondad, juego, inteligencia, sencillez y reflejo del Otro. Silencio ante el estupor del yo que al sentirse tan amado sólo quiere ser mejor y más bueno. Silencio ante los sueños y proyectos de un futuro en común hecho de esperanza compartida.
 
En conclusión, creo que como lo describe plásticamente Van Gogh, tanto la siembra como la cosecha requieren tiempo y silencio. Quizás seguiré en silencio por un tiempo, porque la felicidad hay que gozarla.