No puedo poner nombre a su dolor.
Se esconde en los laberintos de una memoria colectiva.
Sólo sé que añejo es su olor
y rojo pálido su color.
Se trata de un dolor que quiso ser ahogado.
Lleva el rostro de todos y de ninguno.
Sólo sé que data de un ayer prolongado,
de un sufrimiento perpetrado por malvados.
Quizás no hay nombre para este dolor
porque fue un atentado contra lo más sagrado.
Quien osa burlarse de lo divino
Más le vale no haber sido
engendrado.
Lloro por lo que pudo ser y no fue
Lloro por las vidas perdidas
Por las confianzas hundidas en el pozo de las tristezas
que esperan ser redimidas.
Setiembre 2016