venerdì 8 settembre 2017

Privilegiado ocio













No hacer nada. Privilegiado ocio.
Sólo flotar en el silencio mudo.
Tarde de lluvia torrencial y sol entrecortado.
Tarde de poetas.
No quiero comprar, ni salir, ni cocinar, ni dormir, ni correr, ni saltar.
Sólo quiero querer sin saber qué quiero y no hacer nada.
Privilegiado ocio.
Una migaja de un poema que caiga del cielo
Que me susurre que vivo.
Sólo quiero querer sin saber qué quiero y no hacer nada.

Sólo flotar en el silencio de mi deseo.

lunedì 28 agosto 2017

Te extraño




Te extraño. Y cada día más.
Extraño tu mirada coquetona cuando te decían que eras un viejito de lo más guapo.
Te extraño hablando con tu canario “Pochito” donde pasabas horas haciendo que repita tus sonidos.
Me hace falta tu guitarra y el son de tus maracas con tus cantos de misa.
Quisiera tener tus naipes con los que una y otra vez sin cansancio jugabas tu solitario.
Me haces falta en la cocina preparando tu pastel de acelgas y tus fettucini a lo “Alfonso”.
Hoy quiero tomar contigo un Cuba Libre que no fallaba antes del almuerzo.
Extraño el último cajón de tu clóset donde guardabas chocolates, caramelos que vaciábamos sin parar.
 Quiero escuchar tu voz preguntándome por el teléfono: ¿Estás bien no negra?
Me hace falta tus máximas y tu ABC que me repetías sin cesar: A de amabilidad, B de bondad, C de comprensión.
Te veo feliz frente al estéreo cantando con Frank Sinatra.
 Extraño tu catecismo subrayado de todo lo que estudiabas.
Quiero escuchar la televisión prendida con el tennis, el canal de toros o tu fighting cage.
Te extraño caminando por toda la casa, apagando las luces que dejábamos prendidas.
Me hace falta una y otra vez escuchar con cuánto orgullo te gustaba decir que tu hija tenía un Phd.
Extraño tus inventos como la crema de lúcuma que querías exportar a Italia.
Me hacen falta tus historias y el orgullo de haber sido un sobreviviente de siete cirugías en 4 meses.
Extraño tu paciencia en cualquier cola que teníamos que hacer.
Escucho los dados a lo lejos con los que cada día jugabas inventando una fórmula para según los resultados jugar tu tinka con la esperanza que la ganarías.
Me hacen falta tus salidas a escondidas cuando a tus noventa años ibas al barrio chino a comprar todos tus ingredientes para tu pócima mágica.
Extraño cuando a cada mozo preguntabas si tenía “papas a la roschti”, una receta suiza que sólo lograste comer una vez en tu vida.
Te extraño y cada día más.

giovedì 6 luglio 2017

Mi primer amor


Nadie ha regresado de la muerte para describirnos su misterio. Un atisbo de ella la percibimos cuando fallece un ser querido. Recién hoy siento la “muerte” como mía. Murió mi padre y una parte de mi se fue con él. Es un pesar sin posibilidad de analogía con alguna experiencia pasada: un vacío transparente, un sábado santo sin María, un desierto sin oasis, un silencio sin eco.

Mi primer amor, mi mejor amigo. Su partida duele y duele tanto, un amor tan fuerte como la muerte.

No. No basta que me digan que vivió una vida feliz, que llegó a los 94 como pocos, que ahora está gozando del Cielo o que cuida desde arriba por todos nosotros. Sí. Todo es verdad, ya lo siento y en todo eso creo y espero. Pero hoy no necesito ese consuelo. Hoy brota mi dolor y no le tengo miedo, porque cantar mi dolor es proclamar mi profundo amor por él. Era un amor tan hondo, tan arraigado en mis entrañas que junto con Marcel siempre sentía: “no quiero que tu mueras”. El amor pide eternidad, exige un para siempre, se resiste a la destrucción.  Y en todo esto, aunque no tenga ninguna prueba de ello, la muerte no tiene la última palabra, más sí el amor.

Desde pequeña fuiste mi héroe y yo la negrita de tus ojos. Fuiste mi padre y mi mejor amigo. No parabas de jugar conmigo: memoria, ajedrez, cartas, golpe, y todo juego era una buena excusa para pasar horas contigo. Hablábamos un idioma interplanetario y nos reíamos por el hecho que nadie nos entendiera, ni nosotros mismos. Cada sábado invernal nos llevabas a la Cantuta a pasar el día, con una parada obligada en la panadería Rosé para comprar el pan baguette y las paltas que llevaríamos felices al picnic a las afueras de Lima.
Estuviste detrás mío enseñándome a montar bicicleta. Me llevabas a mi cama en la noche cuando me hacía la dormida para no irme de tu lado. No había viernes sin ir al Chifa de Ricardo, ni sábado sin ir al campo a jugar. Encontraba siempre chocolates debajo de mi almohada, y en la noche a escondidas bajabas sin que me diera cuenta para poner golosinas en mi lonchera al colegio. Quería ser como tú: inteligente, ordenado, gracioso y lleno de historias, profundo, sencillo y agudo. No te importaba el qué dirán. Reservado y de pocas palabras que me hacía valorar y darle el peso cuando te escuchaba hablar, pues tus palabras eran sinceras y directas.
Mi compañero de aventuras: ahí estabas en mi primer negocio vendiendo brownies. Cada noche me acompañabas y te dedicabas a medir con tu wincha mis brownies para que salieran perfectamente iguales.
Nunca olvidaré aquél día que hice mi primer pie de limón y se quemó el merengue. Me pediste que lo hiciera otra vez. La segunda vez el pyrex reventó. Lloré desconsoladamente. Con mucha paciencia me tomaste de la mano y me llevaste a comprar un nuevo pyrex a Oeschle para que hiciera mi tercer pie de limón. La tercera fue la vencida y salió muy rico. Y esa lección me quedó grabada. Tu perseverancia fue siempre una de tus más notables cualidades.
Mi primer ramo de rosas lo recibí a mis 15 años. Rosas de mi primer amor. Me sentí mujer y amada por ti delicadamente.
Te acercaste más a Dios en la madurez de tu vida y Él colmó de alegría y plenitud los años por venir. Me encantaba verte estudiando la Biblia, el catecismo, rezando tus Laudes y tus vísperas. Cada vez que hablábamos por teléfono me hacías muchas preguntas teológicas y me sugerías temas para mis clases. Fue por ti que logré terminar mi PhD. Cada vez que quería dejarlo o aflojaba el paso ahí estabas tú para motivarme a seguir adelante.
Mi padre, mi mejor amigo y te volviste mi hermano en nuestro peregrinaje de fe. Tu fe se hizo carne: llevabas el sufrimiento con valentía, los problemas con paciencia, amabas la sencillez de la vida, tratabas de cambiar cada día, viviste la alegría de la Buena Nueva disfrutando al máximo las cosas sencillas y hermosas de la existencia. Siempre le rogué a Dios que no te hiciera sufrir al final de tus días pues ya habías sufrido mucho cuando joven. Escuchó mis ruegos y te llevó después de almuerzo con el cuidado de quien recoge a un pajarito después de su último aliento.

Fuiste grande querido padre porque supiste hacerte pequeño. 
Te adoro y en un abrir y cerrar de ojos estaremos de nuevo juntos.