Extraño tu mirada
coquetona cuando te decían que eras un viejito de lo más guapo.
Te extraño hablando
con tu canario “Pochito” donde pasabas horas haciendo que repita tus sonidos.
Me hace falta tu
guitarra y el son de tus maracas con tus cantos de misa.
Quisiera tener tus
naipes con los que una y otra vez sin cansancio jugabas tu solitario.
Me haces falta en la
cocina preparando tu pastel de acelgas y tus fettucini a lo “Alfonso”.
Hoy quiero tomar
contigo un Cuba Libre que no fallaba antes del almuerzo.
Extraño el último
cajón de tu clóset donde guardabas chocolates, caramelos que vaciábamos sin
parar.
Quiero escuchar tu voz preguntándome por el
teléfono: ¿Estás bien no negra?
Me hace falta tus
máximas y tu ABC que me repetías sin cesar: A de amabilidad, B de bondad, C de
comprensión.
Te veo feliz frente al
estéreo cantando con Frank Sinatra.
Extraño tu catecismo subrayado de todo lo que
estudiabas.
Quiero escuchar la
televisión prendida con el tennis, el canal de toros o tu fighting cage.
Te extraño caminando
por toda la casa, apagando las luces que dejábamos prendidas.
Me hace falta una y
otra vez escuchar con cuánto orgullo te gustaba decir que tu hija tenía un Phd.
Extraño tus inventos
como la crema de lúcuma que querías exportar a Italia.
Me hacen falta tus
historias y el orgullo de haber sido un sobreviviente de siete cirugías en 4
meses.
Extraño tu paciencia
en cualquier cola que teníamos que hacer.
Escucho los dados a
lo lejos con los que cada día jugabas inventando una fórmula para según los
resultados jugar tu tinka con la esperanza que la ganarías.
Me hacen falta tus
salidas a escondidas cuando a tus noventa años ibas al barrio chino a comprar todos tus ingredientes para tu pócima mágica.
Extraño cuando a
cada mozo preguntabas si tenía “papas a la roschti”, una receta suiza que sólo
lograste comer una vez en tu vida.
Te extraño y cada
día más.