Hacía ya algunos años que no había regresado a la sierra
peruana. Fui a una pequeña ciudad llamada Yauyos, a 2500 mt. de altura. Es
difícil expresar lo que se siente de estar en un mismo día en Miraflores, con
el tráfico, el ruido, la gente y en seis horas encontrarse en un paisaje
silencioso, abrazada por las montañas altísimas de nuestros Andes peruanos,
arrullada con el canto suave del río y con una pequeña población de campesinos
de una gran pobreza pero de una humanidad riquísima.
Es difícil contemplar esta belleza y no creer en Dios, no
sentir su presencia, su Amor. Sin embargo, tanta belleza estaba cargada de
misterio, misterio de amor indescifrable, misterio de grandeza que me exigía
simplemente una acogida reverente.
El diálogo con Él se vuelve espontáneo, real, connatural e
intenso. Todos los reclamos, las dudas, los temores desaparecen al acoger su
creación. En un momento descansé cómodamente en una roca gigante al costado del
río, contemplando el cielo azul y las diversas figuras que mi imaginación podía
construir al mirar las nubes de algodón. Mi primer sentimiento fue un temor
reverencial al estar en medio de los Andes altísimos… la primera percepción fue
de impacto ante la majestuosidad de lo que tenía delante. Pero hubo un segundo
sentimiento: de pasar de verme
pequeñísima frente a tremenda grandeza, de pronto comprendí que toda esa
creación era mía, que era la única que en ese momento gozaba de semejante
espectáculo y que la creación me regalaba sus dones… todo era para mí. Me sentí
amada, engreída y comprendí porqué los seres humanos éramos la plenitud y el
centro de la creación. Echada contemplando los Andes percibí que era más grande
e importante que mis hermosas montañas, pues era el centro de mi propia
conciencia que los abarcaba y los gobernaba. ¡Qué dignidad la del ser humano!
Pero frente a la belleza de la naturaleza no pude no sentir
una profunda tristeza al ver la realidad de nuestros pueblos. Y eso que Yauyos
al ser capital de provincia no es un lugar olvidado de nuestra sierra. Pero aún
falta mucho. Falta educación, desarrollo agrícola, mejores condiciones de vida…
Esta tristeza se aimanó al encontrar la calidad y acogida de su gente, la
sabiduría de sus ancianos, la sencillez del campesino. Sin embargo, no pude
dejar de sentirme responsable frente a la situación del Perú. La brecha entre
el desarrollo y el subdesarrollo es aún muy grande, el abismo que colmar entre
la situación de la costa y la de estos pueblitos es aún fuerte. Sin embargo,
tiene todas las posibilidades de crecimiento y robustecimiento. Se ven mejoras
y sí tengo mucha esperanza que el proceso de descentralización va a seguir
adelante.
Creo firmemente que para hacer honor a nuestra tierra, el
contraste de la belleza de los Andes tiene que reducirse frente a la pobreza de
nuestros pueblos.
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