Ayer
encendí la televisión y comencé con el zapping. Me detuve en un programa de cocina donde estaban enseñando a hacer un
cheescake de castañas y caramelo.
¿No les ha pasado algunas veces que mirando esos programas de repostería sábes que
será imposible que te salga igual? Por que la chef tiene miles de artefactos que tú no tienes en tu
cocina, trucos que señala como facílisimos y que incluso a ella que es toda una
experta la ves sufriendo… hay recetas que por más que te las cuenten no funcionan.
Lo
mismo pasa con un dolor o una pena. En un momento difícil o con un sufrimiento
en el alma todos tratan de solidarizarse con nosotros, nos dan muy buenos
consejos que difícilmente aplicamos porque los miramos como esas recetas de la
tele. ¿Cómo puedo hacer eso que me
dice?
Y
es que es así. Frente a un conflicto familiar, una pérdida de un ser querido,
una desilusión fuerte, un problema en el trabajo, un cambio en el corazón no
hay soluciones masivas, ni recetas rápidas, ni consejos pre-hechos.
Lo
único que creo que sí podemos hacer es un retrato del dolor. Sólo un retrato,
no una receta. La experiencia muestra que cuanto más grande es el dolor o la
herida que uno sufre este se incrusta en zonas escondidas del corazón y se
queda ahí lejos de la mirada de los curiosos y del mismo que lo padece. Al
inicio no se advierte. Hay como una anestesia local que la psiché humana utiliza para protegerse de la fragilidad y
vulnerabilidad. Podríamos decir que es un dolor congelado. Quien lo sufre no sospecha
su dimensión pues está focalizado en seguir caminando, defendiéndose como puede
para no desmoronarse. Y está bien. Todo toma su tiempo. Por eso, es que los
consejos como: “tienes que botarlo todo”, o “¿por qué no me has contado nada?”
o “quizás te serviría una terapia” son palabras afectuosas pero que no tienen
mucho efecto real. La psiché humana
es sapiente. No intentemos de forzar que alguien desentierre su dolor, ni
siquiera nos presionemos a manifestar el nuestro. Dejemos que sea nuestro mismo
interior que vaya procesando las heridas del alma.
Quizás empezará a salir por otros desaguaderos... por que somos humanos. Y entonces lloraremos viendo una película romántica, o simplemente por que nuestro jefe no estuvo contento con nuestro trabajo o alguien nos habló de manera áspera. Y es que escarbando, escarbando, el motivo de nuestra tristeza es otro. ¡Pero por algún lado tiene que ir saliendo! Así que con auto-ironía uno tiene que empezar a decirse, ya comenzó mi desaguadero... justamente para no concentrarte en cosas sin importancia que no son la causa de nuestro malestar.
Quizás empezará a salir por otros desaguaderos... por que somos humanos. Y entonces lloraremos viendo una película romántica, o simplemente por que nuestro jefe no estuvo contento con nuestro trabajo o alguien nos habló de manera áspera. Y es que escarbando, escarbando, el motivo de nuestra tristeza es otro. ¡Pero por algún lado tiene que ir saliendo! Así que con auto-ironía uno tiene que empezar a decirse, ya comenzó mi desaguadero... justamente para no concentrarte en cosas sin importancia que no son la causa de nuestro malestar.
Otro
prudente consejo que recibimos y que solemos dar cuando vemos a alguien triste
es “trata de distraerte”, “no pienses tanto en el asunto”, “no traigas
recuerdos a tu memoria”. No es que sean consejos malos, simplemente a veces no
funcionan. Creo que en el fondo no quisiésemos ver a nadie mal, y nos rebela el
sentirnos impotentes de no poder sacar a la persona de su estado de desasosiego
o desesperanza. Sin embargo, me
pregunto: ¿por qué no aceptar que quizás la persona o nosotros mismos
necesitamos ese espacio para desahogar las penas? Antes le tenía miedo a unos
días de tristeza. Como si eso fuese un pecado mortal, algo que uno nunca se
debiera permitir. En cambio, para serles sinceros, qué gozada es cuando tú
mismo te permites sentir tu corazón dolido y derramar tus buenos lagrimones y dejarte apachurrar por los que te rodean. No por masoquismo. Simplemente
por que aceptas lo que la vida te ha deparado. Quiero vivir la vida y quiero
vivirla sin evasiones y sin tapujos. Esto que ha sucedido ¿me ha causado
tristeza? Pues estaré triste hasta que se vaya. Y es justamente esta libertad
que hace que uno no se deprima y en medio del dolor que experimenta pueda
seguir haciendo su vida, pensando en su familia, trabajando con eficiencia y
alegrándose por otras realidades. Por que se trata de vivir esa tristeza como
una parte integral de mi cotidianeidad, no como una totalidad.
Luego
pasado el túnel finalmente aparece la luz. Y esa oscuridad, esa negrura tan negra emerge iluminada con un rayo de esperanza con el cual todo empieza poco a poco a hacerse claro y cobrar sentido. Y el retrato
del dolor de manera progresiva y como en un rompecabezas va adquiriendo delicadamente un rostro humano. Por que la vida no podía ser
tan cruel, porque el dolor no podía tener la última palabra, por que el último
retrato del dolor es este mismo transformado en esperanza y alegría.