domenica 23 dicembre 2012

La muñeca



 
¿Cómo puede ser que sólo después de 36 años logro descifrar un enigma que siempre quedó grabado e inexplicable para mi?

Realmente nunca terminamos de conocer la verdad de nuestra historia.

Hoy en la tarde se aclaró el misterio. No es un cuento. Es una historia verdadera.

Navidad de 1976. Tenía 8 años de edad. Mi papá gravísimo en la clínica Stella Maris, desahuciado por los médicos. Fue un año entero de 7 operaciones en menos de cuatro meses, coma, y todos preparándonos para su partida.

No olvido ese 24 de diciembre. Mi mamá quiso que todos fuéramos a la casa de mi tía Pirula para pasar la noche buena. Le supliqué que quería quedarme con ella pues la vi muy triste. Todas las luces de mi casa estaban prendidas pero hasta hoy tengo el recuerdo de toda la casa oscura en esa Nochebuena.

Panetón y chocolate. Mi mami se quedó dormida de la pena. De pronto suena el timbre. Eran como las 8 de la noche. Fui a abrir la puerta. En esos tiempos no era peligroso, se podía abrir sin preguntar con la seguridad que no aparecería un ladrón. Su rostro me pareció conocido. Era un señor de origen japonés, alto, serio, un poco inexpresivo pero quien yo recordaba bien pues había hecho negocios con mi papá. Era dueño de una librería, esas librerías gigantes que venden todo tipo de regalos. Con su sobriedad japonesa me miró y me dijo ¿tú eres Rocío? Yo le respondí que sí. A lo que luego añadió: “esta muñeca te la manda tu papá de la clínica”. No se pueden imaginar lo que sentí. Mi papá, el amor de mi vida, a quien hacía meses no había logrado ver me había mandado una muñeca de la clínica! Estaba pensando en mi. Seguía siendo su negrita.

Le agradecí y se despidió deséandome una Feliz Navidad.

Entré a mi casa llorando de la felicidad. Y cuando abro el regalo veo una hermosa muñeca vestida de holandesa. Era una belleza! La muñeca más hermosa que había visto en mi vida! Me fui a dormir al lado de mi mami quien ya dormía profundamente pensando que tenía al mejor papá del mundo.

Nunca me separé de esa muñeca. Dormía con todos mis peluches preferidos y con las muñecas que las bañaba y peinaba todas las noches. Pero ella era especial, a ella siempre la colocaba a mi lado derecho de la cama, digamos que era mi engreída. 

Durante toda mi vida, y no sé por qué nunca le pregunté a mi papá y siempre me cuestionaba cómo habría hecho para mandarme una muñeca de la clínica. ¿Se la habría encargado a su amigo japonés? ¿La habría envuelto en la Stella Maris? ¿Mi mamá la habría comprado?

Hoy después de 36 años encontré la respuesta. Nos encontrábamos conversando con mis papás y mi hermano de las Navidades y los mejores regalos. Y yo conté que mi mejor regalo había sido la muñeca holandesa que mi papá me mandó de la clínica. Todos me miraron extrañados y me dijeron que ellos nunca enviaron ninguna muñeca pues en esa Navidad mi papá estaba gravísimo.

Yo les conté que había sido el señor de origen oriental, que hacía negocios con él, el que tenía la librería... mi papá impresionado de la historia que era totalmente nueva para él con voz emocionada me dijo: "fue el señor Ono, el japonés quien quiso llevarte esa muñeca y dártela a nombre mío sin que yo supiese, para hacerte feliz". Todos quedamos consternados, conmovidos, impresionados.

Hoy se aclaró el enigma.

Hace 36 años en la Navidad más triste de mi vida, vino un buen samaritano a regalarme una muñeca holandesa en nombre de mi papá. Esa muñeca siempre representó la felicidad y la esperanza en los momentos difíciles y este señor japonés de apellido Ono me ayudó a crecer con la convicción  que en medio del dolor siempre estaba el amor de mi padre.



Navidad, ¿Por qué generas nostalgia?





Recuerdo pocas Navidades en que uno de la familia no haya llorado, o que al llanto de uno lloraba el otro. Sea de alegría, de emoción, de tristeza o qué sé yo. Quizás porque los Figueroa somos un poco llorones.

            Sin embargo, esta semana en las correrías de un lado al otro, centros comerciales, peluquería, reuniones navideñas con amigos, supermercado o taxis, escuché distintos comentarios: “a mi la Navidad me da melancolía”, “quiero que ya pasen las fiestas”, “no me gusta la Navidad porque sé que las personas que sufren en estos días se sienten más tristes”. Otros me abrieron su corazón y me conmovieron profundamente: “la voy a pasar con mi hermanito discapacitado”, “con mi madre enferma y la quiero hacer muy feliz”, “con todo el familión”, “qué ganas de que mis hijitos vean sus regalos”, “ya tengo comprado todo para la cena”… todos estas palabras fueron calando dentro de mi como gotas que fueron formando una vivencia de un laguito navideño de lo humano. 

            Y es cierto. La Navidad celebra el nacimiento de un niño que genera ternura, que es amado por sus padres y adorado por gente sencilla como los pastores. Un niño frágil y vulnerable que vino a dar al mundo un mensaje de paz y amor entre todos. Y es por eso que esta fiesta en el imaginario colectivo, incluso para los no creyentes es la fiesta de la paz, del amor, de la familia. 

      Este Misterio ha inspirado a artistas de todos los tiempos a componer canciones navideñas. Villancicos que a todos nos hacen vibrar, que tienen sabor a infancia, que despiertan un no sé qué: "sopa le dieron al Niño", "Noche de Paz", "ropopón"... o canciones más nostálgicas como la de Luis Aguilé "Ven a mi casa esta Navidad" que nos hace pensar en los que sufren, o la de José Luis Perales: "Marinero, a dónde vas, deja tus redes y reza y ve la estrella pasar"...

           Es cierto es una fiesta misteriosa, entremezclada de tantos sentimientos que no sabemos describir. Son muchos los que en estas fiestas han perdido un ser querido, tienen a alguien en casa muy enfermo, están peleados con alguien de su sangre, están lejos de sus seres queridos, están solos y no tienen con quien pasar la Nochebuena y se sienten poco amados en el mundo. Hay niños abandonados, hay guerras en el mundo, miseria y sufrimiento. ¿Cómo poder celebrar en estos casos la fiesta de la paz, del amor y la familia?

            Quizás algunos nos ponemos un poco nostálgicos o especialmente sensibles porque anhelamos no sólo que nuestra familia sino que el mundo entero se convierta en una morada más humana, pacífica donde reine el amor, la alegría, la fraternidad, la solidaridad, la familia. Y es probable que las lágrimas que derramamos ese día es porque añoramos un mundo nuevo, un deseo del alma a veces lejano y para muchos imposible…

            Sí, hay que ser realistas. Este mundo no es un paraíso pero todos tenemos la secreta esperanza de un mundo mejor. Y conmueve que ese niñito en Belén haya venido para amar a todos: ricos, pobres, solos, acompañados, sufridos, alegres, bendecidos, caídos. 

            La Navidad de ese Niño fue tan misteriosa como nuestra propia vida. Jesús en el pesebre de Belén nació en medio de la alegría de María y José y del dolor del cual él no era consciente pero su Madre sí. María y José experimentaron la injusticia de la pobreza, de la falta de solidaridad para encontrar un lugar donde hacer nacer a un bebé y dar posada a una mujer encinta. María frente a la alegría de ese nacimiento también sintió quizás la incertidumbre de qué cosa tendría que hacer Ella frente a un misterio que no entendía. No todo fue fácil en su Navidad, aunque la alegría de la presencia de ese Niño pudo invadirlo todo.

            Si hay algo de lo que estoy convencida es que ese Niño llena mi alma de alegría aunque esté probada por el dolor. Colma mi corazón de esperanza aunque sienta la oscuridad. Me invita a la pobreza y a la sencillez cuando el mundo me bombardea con el consumismo. Me llama a la paz cuando quisiera tomar la justicia por mis manos. Me invita al amor porque hizo de esto el sentido de la existencia. Me llama a la compasión porque quiso venir a dar un mensaje de paz a toda la humanidad. Y por eso hoy, a vísperas de la Navidad siento que mi corazón se abre al mundo entero y a cada una de las personas que pueblan este mundo a veces loco, a veces perdido, a veces fascinante y misterioso…. y me recuerda que es hermoso ser persona porque ese Niño se hizo uno de nosotros y compartió nuestro destino y la aventura y hermosura de la vida. 
               
          No es un cliché. Es verdad. En Navidad todos queremos ser más buenos. Ese pesebre nos recuerda al más bueno de todos los seres humanos... y yo quiero en esta Navidad como una niña ser más buena como Él.