¿Cómo puede ser que sólo después de 36 años
logro descifrar un enigma que siempre quedó grabado e inexplicable para mi?
Hoy en la tarde se aclaró el misterio. No es
un cuento. Es una historia verdadera.
Navidad de 1976. Tenía 8 años de edad. Mi
papá gravísimo en la clínica Stella Maris, desahuciado por los médicos. Fue un
año entero de 7 operaciones en menos de cuatro meses, coma, y todos
preparándonos para su partida.
No olvido ese 24 de diciembre. Mi mamá quiso
que todos fuéramos a la casa de mi tía Pirula para pasar la noche buena. Le
supliqué que quería quedarme con ella pues la vi muy triste. Todas las luces de
mi casa estaban prendidas pero hasta hoy tengo el recuerdo de toda la casa oscura en
esa Nochebuena.
Panetón y chocolate. Mi mami se quedó dormida
de la pena. De pronto suena el timbre. Eran como las 8 de la noche. Fui a abrir
la puerta. En esos tiempos no era peligroso, se podía abrir sin preguntar con la seguridad que no aparecería un ladrón. Su rostro me pareció conocido. Era un señor de
origen japonés, alto, serio, un poco inexpresivo pero quien yo recordaba bien pues había hecho negocios con mi papá. Era dueño de una librería,
esas librerías gigantes que venden todo tipo de regalos. Con su sobriedad
japonesa me miró y me dijo ¿tú eres Rocío? Yo le respondí que sí. A lo que
luego añadió: “esta muñeca te la manda tu papá de la clínica”. No se pueden
imaginar lo que sentí. Mi papá, el amor de mi vida, a quien hacía meses no había logrado ver me había mandado una muñeca de la clínica! Estaba pensando en mi. Seguía siendo su negrita.
Le agradecí y se despidió deséandome una
Feliz Navidad.
Entré a mi casa llorando de la felicidad. Y
cuando abro el regalo veo una hermosa muñeca vestida de holandesa. Era una
belleza! La muñeca más hermosa que había visto en mi vida! Me fui a dormir al lado de mi mami quien ya dormía profundamente pensando que tenía al mejor papá
del mundo.
Nunca me separé de esa muñeca. Dormía con
todos mis peluches preferidos y con las muñecas que las bañaba y peinaba todas las noches. Pero ella era especial, a ella
siempre la colocaba a mi lado derecho de la cama, digamos que era mi engreída.
Durante toda mi vida, y no sé por qué nunca
le pregunté a mi papá y siempre me cuestionaba cómo habría hecho para mandarme una muñeca de la
clínica. ¿Se la habría encargado a su amigo japonés? ¿La habría envuelto en la
Stella Maris? ¿Mi mamá la habría comprado?
Hoy después de 36 años encontré la respuesta. Nos encontrábamos
conversando con mis papás y mi hermano de las Navidades y los mejores regalos.
Y yo conté que mi mejor regalo había sido la muñeca holandesa que mi papá me
mandó de la clínica. Todos me miraron extrañados y me dijeron que
ellos nunca enviaron ninguna muñeca pues en esa Navidad mi papá estaba gravísimo.
Yo les conté que había sido el señor de origen oriental, que hacía negocios con él, el que tenía la librería... mi papá impresionado de la historia que era totalmente nueva para él con voz emocionada me dijo: "fue el
señor Ono, el japonés quien quiso llevarte esa muñeca y dártela a nombre mío
sin que yo supiese, para hacerte feliz". Todos quedamos consternados, conmovidos, impresionados.
Hoy se aclaró el enigma.
Hace 36 años en la Navidad más triste de mi
vida, vino un buen samaritano a regalarme una muñeca holandesa en nombre de mi
papá. Esa muñeca siempre representó la felicidad y la esperanza en los momentos difíciles y este señor japonés de apellido Ono me ayudó a crecer con la convicción que en medio del dolor siempre estaba el
amor de mi padre.