Recuerdo pocas
Navidades en que uno de la familia no haya llorado, o que al llanto de uno
lloraba el otro. Sea de alegría, de emoción, de tristeza o qué sé yo. Quizás
porque los Figueroa somos un poco llorones.
Sin
embargo, esta semana en las correrías de un lado al otro, centros comerciales,
peluquería, reuniones navideñas con amigos, supermercado o taxis, escuché distintos comentarios: “a mi la
Navidad me da melancolía”, “quiero que ya pasen las fiestas”, “no me gusta la
Navidad porque sé que las personas que sufren en estos días se sienten más
tristes”. Otros me abrieron su corazón y me conmovieron profundamente: “la voy a pasar con mi hermanito discapacitado”,
“con mi madre enferma y la quiero hacer muy feliz”, “con todo el familión”, “qué ganas de que mis hijitos
vean sus regalos”, “ya tengo comprado todo para la cena”… todos estas palabras fueron calando dentro de mi como gotas que fueron formando una vivencia de un laguito navideño de lo humano.
Y
es cierto. La Navidad celebra el nacimiento de un niño que genera ternura, que
es amado por sus padres y adorado por gente sencilla como los pastores. Un niño
frágil y vulnerable que vino a dar al mundo un mensaje de paz y amor entre
todos. Y es por eso que esta fiesta en el imaginario colectivo, incluso para
los no creyentes es la fiesta de la paz, del amor, de la familia.
Este Misterio ha inspirado a artistas de todos los tiempos a componer canciones navideñas. Villancicos que a todos nos hacen vibrar, que tienen sabor a infancia, que despiertan un no sé qué: "sopa le dieron al Niño", "Noche de Paz", "ropopón"... o canciones más nostálgicas como la de Luis Aguilé "Ven a mi casa esta Navidad" que nos hace pensar en los que sufren, o la de José Luis Perales: "Marinero, a dónde vas, deja tus redes y reza y ve la estrella pasar"...
Es cierto es una fiesta misteriosa, entremezclada de tantos sentimientos que no sabemos describir. Son muchos los que en estas fiestas han perdido un ser querido, tienen
a alguien en casa muy enfermo, están peleados con alguien de su sangre, están
lejos de sus seres queridos, están solos y no tienen con quien pasar la
Nochebuena y se sienten poco amados en el mundo. Hay niños abandonados, hay
guerras en el mundo, miseria y sufrimiento. ¿Cómo poder celebrar en estos casos
la fiesta de la paz, del amor y la familia?
Quizás
algunos nos ponemos un poco nostálgicos o especialmente sensibles porque anhelamos no sólo que nuestra familia sino que
el mundo entero se convierta en una morada más humana, pacífica donde reine el amor,
la alegría, la fraternidad, la solidaridad, la familia. Y es probable que las
lágrimas que derramamos ese día es porque añoramos un mundo nuevo, un deseo del
alma a veces lejano y para muchos imposible…
Sí,
hay que ser realistas. Este mundo no es un paraíso pero todos tenemos la secreta esperanza de un mundo mejor. Y conmueve que ese niñito en Belén haya venido para amar a todos: ricos, pobres, solos,
acompañados, sufridos, alegres, bendecidos, caídos.
La Navidad de ese Niño fue
tan misteriosa como nuestra propia vida. Jesús en el pesebre de Belén nació en
medio de la alegría de María y José y del dolor del cual él no era consciente
pero su Madre sí. María y José experimentaron la injusticia de la pobreza, de la
falta de solidaridad para encontrar un lugar donde hacer nacer a un bebé y dar
posada a una mujer encinta. María frente a la alegría de ese nacimiento también
sintió quizás la incertidumbre de qué cosa tendría que hacer Ella frente a un
misterio que no entendía. No todo fue fácil en su Navidad, aunque la alegría de
la presencia de ese Niño pudo invadirlo todo.
Si
hay algo de lo que estoy convencida es que ese Niño llena mi alma de alegría
aunque esté probada por el dolor. Colma mi corazón de esperanza aunque sienta
la oscuridad. Me invita a la pobreza y a la sencillez cuando el mundo me
bombardea con el consumismo. Me llama a la paz cuando quisiera tomar la
justicia por mis manos. Me invita al amor porque hizo de esto el sentido de la
existencia. Me llama a la compasión porque quiso venir a dar un mensaje de paz
a toda la humanidad. Y por eso hoy, a vísperas de la Navidad siento que mi
corazón se abre al mundo entero y a cada una de las personas que pueblan este
mundo a veces loco, a veces perdido, a veces fascinante y misterioso…. y me recuerda que es hermoso ser persona porque ese Niño se hizo uno de nosotros y compartió nuestro destino y la aventura y hermosura de la vida.
No es un cliché. Es verdad. En Navidad todos queremos ser más buenos. Ese pesebre nos recuerda al más bueno de todos los seres humanos... y yo quiero en esta Navidad como una niña ser más buena como Él.
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