Soy mujer. Pienso, siento, vivo, río y sufro como mujer. Y en ese sentido, tengo un ritmo lento en
procesar la hondura de lo que voy sintiendo, y cuando no escribo es porque
dentro de mi estoy rumiando los eventos y contemplando la realidad.
Como hija de la Iglesia mi corazón había estado sangrando.
He vivido la crisis de la Iglesia con dolor profundo y en carne propia: ostentación,
pedofilia, falsos profetas, políticas de encubrimiento, escándalos económicos. Me sostenía la fe
y la esperanza en las promesas de Cristo, en la caridad de tantos corazones
buenos, de tantos y millones de fieles, sacerdotes y religiosos sencillos que
viven su amor a Cristo y para los cuales los secretos del reino no les son
escondidos. Esta esperanza me sostenía. Pero soy realista. Estamos en una
crisis profunda y como dijo Benedicto XVI en su homilía el 22 de febrero
parecía como si el Señor durmiera en plena tormenta.
Y no les puedo negar. A veces le gritaba a Jesús para que se despertara. ¿Quién soy yo
para gritarle? Nadie. Pero él me creó libre y con capacidad de dialogar con El
y pelearme como se pelean los buenos amigos. De por sí tengo voz chillona y
bueno, Dios me creó con esa voz, así que el pobre ha tenido que aguantarse mis
reclamos y mi falta de fe para que se despertara porque el agua entraba por todas partes.
Me encontraba en México. Jornada intensa de trabajo y clases
que preparar. Cuando escucho la renuncia de Benedicto XVI. Un acto que me dejó
sin palabras. Un acto profético y humilde de alguien que dice para quienes quieren
el poder, para muchos que se peleaban por éste: “yo no lo busco, no lo quiero, lo dejo porque
no tengo las fuerzas para guiar la Iglesia”. Sentí un Pastor tras las huellas
de Cristo, de ese Cristo del cual me enamoré desde niña. A Cristo también sus pescadores lo despiertan no sólo cuando están desesperados sino también cuando saben cómo comportarse en una tormenta. Ante el gesto de Benedicto XVI creo que Cristo se despertó.
Luego viene Francisco. Toma el nombre de Francisco de Asis, a quien en sueños Dios le pide que reformara la Iglesia. No toma como jesuita el
nombre de Francisco Javier o San Francisco de Borja. No. Quiere seguir las
huellas de Francisco de Asís. Estilo de vida pobre: un cardenal que tomaba el
autobus, que no tenía carro, que no tenía empleados, que no vivía en el Palacio
arzobispal.
Un Papa que ha decidido no usar los zapatos rojos de
realeza, que no quiere el anillo de pescador sino que quiere uno más modesto,
que sigue con su cruz de madera, que pide una “iglesia pobre para los pobres”.
Un Papa que nos invita a no cansarnos de pedir la misericordia de Dios, a
dedicarnos a ser guardianes del hermano, del más frágil, del más necesitado. Un
Papa que no duda en llamarle la atención al Cardenal Law y pedirle que se
retire de la Basílica al haber sido un Cardenal que encubrió tantos actos de
pedofilia. Finalmente un Papa que me llena de alegría por su buen humor, y que
nos invita a todos a la esperanza.
A mi en lo personal: a saber que siempre Dios escucha
nuestras plegarias, que me invita a ser pobre y estar atento a los
pobres. A cuidar de mi familia y amigos. A ser firme y no tener miedo de denunciar y al mismo tiempo a cubrir
con misericordia mi vida y la de los demás y a nunca nunca perder la niñita de
nada, “abrirse al horizonte de la esperanza que es abrir un rayo de luz en
medio de tantas nubes y llevar el calor de la esperanza a nosotros mismos y a
los demás”. Y finalmente, me invita a no comprarme un par de zapatos nuevos si no los necesito y comenzar una vida de mayor austeridad, dando ese extra a quien no tiene nada.
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