Siempre quiero
comprender mejor la realidad. Contactarme con la unicidad del ser humano.
Entender mejor el mundo de la admiración y de las emociones. Ahondar en lo que
es el amor, la confianza, la rendición al otro, el apoyo incondicional. Quiero
ayudar en el proceso de la educación en los valores y en el bien. Y mejor que
la pila de libros en mi escritorio es pasar un día entero con niños y con los
papás de estos niños.
Una pareja
joven con 5 hijos. Otra pareja con 3. Y nosotros invitados a gozar de esta
maravilla. Niños desde 10 hasta los 4 meses de nacido.
Desde que
llegamos salieron Teresa, Catalina, Clara, y la más pequeñita Mónica a
acogernos. Estas linduras estaban todas con unos vestiditos amarillos con
periquitos verdes bordados. Impresionada por los vestidos y halagándole a una
de ellas me dijo con coquetería: “me lo trajeron de Panamá”. Y sí, tenían que
venir de otro país pues eran muy muy lindos. Y realmente sus vestidos eran como ellas: llenas de alegría como el amarillo y habladoras como unos tiernos periquitos.
Mi primer
contacto fue con la pequeñita de un año. De pronto la vi que quería caminar así
que la tome de las manitas y ella caminaba con decisión. Sentí un poco de
resistencia por su parte pues se quería soltar y me asustaba un poco ya que su
mamá no había bajado. Una y otra vez me hacía el gesto de independencia… sin
darme cuenta volteo la mirada y esta enanita se trepó al tobogán y se resbaló
solita y la mamá sonriendo me comentó que ya había aprendido a subir al
tobogán. Me quedé con la boca abierta. Mónica de un año era muy pero muy
independiente. No se le notaba ni insegura, ni asustada, ni ansiosa. Ella
bajaba el murito del patio al jardín con seguridad, trepaba al tobogán y
caminaba sin zapatos de aquí para allá. Primera lección: como dijo mi marido
sobre un dicho de Nueva Zelanda: “el primer hijo es de cristal y el último una
pelota”. Y si, ella es la quinta. Es una cuestión de sobrevivencia. Pero es una
cuestión también donde los papás están más relajados y ya saben que ella puede,
que no necesita tanta sobreprotección y que está en la hermosa edad de
explorar.
Cuatro niñas
con muchísima personalidad. En el Evangelio dice que por sus frutos los
conocerás. Creo que viendo a los niños se puede conocer a los padres: no
aprehensivos, respetuosos por la unicidad de cada uno de sus hijos, con
muestras continuas de afecto y de servicio continuo. Cada una de las niñas era
realmente única, cada una con una personalidad fuerte, independientes, y
bastante seguras de sí. No había una hermana detrás de la otra. Se veía más
bien una individualidad que se hacía y se iba desarrollando.
La más grande
Teresa tenía mucha personalidad, pero al mismo tiempo era consciente que tenía
que ayudar a su mamá. Inventaba juegos para las menores, les daba golosinas de
premios.
La amorosa
Catalina, muy sensible, muy dada a pintar, a jugar con plastilina, a hacer
collares y pulseras. Correr y correr, jugar con el agua, saltar de aquí para
allá.
Clara: unos
ojos que te impactaban por su inteligencia, un discurso que no te sentías
hablando con una niña de dos años sino con una niña de 12. Todo explicaba, a
todo daba razones… Dios mío. ¿Dónde aprendió tanto?
Y el hijo
mayor Tomás. Frente a tantas niñas se ha hecho su espacio y lo ha hecho bien.
Es necesario con cuatro hermanitas! Y este pequeño te explicaba con mucha
agudeza los distintos tipos de carne en la parrillada.
Si los niños
son así. Expresan sus sentimientos sin represión. Son auténticos: les asustó el
perro y lloran, pierden un concurso y se entristecen, ven un juego de un adulto
y con sus caritas sorprendidas quieren saber cómo se hace. Les das un poco de
confianza y no miden y abren los brazos para que los recibas en el tobogán. Los
niños no tienen miedo de expresar lo que sienten de manera inmediata. La
realidad les afecta pero se adaptan y pueden cambiar rápidamente de sentimiento
y emoción. Y son felices cuando están libres, cuando están seguros, cuando
tienen unos padres que los quieren, que los dejan ser y que no los
sobreprotegen o no confían en sus potencialidades.
Definitivamente
admiro a sus papás. Hubiese querido grabar algunas escenas de los niños. En un
momento una de ellas empezó a preparar “pan de verdad” con un hornito real (y
créanme el pan no estaba mal para nada), la otra se puso encima del ventilador
pues estaba feliz viendo como su vestido se inflaba a lo Marilyn Monroe, y
luego con las caras llenas de harina pues habían jugado a pescar regalos dentro
de la harina… Clara casi ni podía ver…
Uno de ellos
lloraba cuando no veía a la mamá. Su mamá acababa de dar a luz y se sentía
inseguro. Y vivía su pequeña crisis con total sinceridad. Nos mandaba un
mensaje a todos: “Quiero a mi mamá cerca, que me vea, que me diga que me quiera
y que aunque tengo una nueva hermanita soy importante para ella”. Luego se
distraía cuando encontraba un juego que le atraía. Porque así son los niños.
Saben vivir las crisis de la vida…
Muchos ya
tuvieron hijos, sus hijos ya son grandes o aún no los tienen. Otros no tenemos
hijos. Pero para quien no quiera perder el contacto con Dios, con la realidad,
con la vida, mi consejo: pasen un día entero con niños pequeños y con unos
papás amorosos.