sabato 22 febbraio 2014

La filosofía y los niños


Siempre quiero comprender mejor la realidad. Contactarme con la unicidad del ser humano. Entender mejor el mundo de la admiración y de las emociones. Ahondar en lo que es el amor, la confianza, la rendición al otro, el apoyo incondicional. Quiero ayudar en el proceso de la educación en los valores y en el bien. Y mejor que la pila de libros en mi escritorio es pasar un día entero con niños y con los papás de estos niños.

Una pareja joven con 5 hijos. Otra pareja con 3. Y nosotros invitados a gozar de esta maravilla. Niños desde 10 hasta los 4 meses de nacido.

Desde que llegamos salieron Teresa, Catalina, Clara, y la más pequeñita Mónica a acogernos. Estas linduras estaban todas con unos vestiditos amarillos con periquitos verdes bordados. Impresionada por los vestidos y halagándole a una de ellas me dijo con coquetería: “me lo trajeron de Panamá”. Y sí, tenían que venir de otro país pues eran muy muy lindos. Y realmente sus vestidos eran como ellas: llenas de alegría como el amarillo y habladoras como unos tiernos periquitos.

Mi primer contacto fue con la pequeñita de un año. De pronto la vi que quería caminar así que la tome de las manitas y ella caminaba con decisión. Sentí un poco de resistencia por su parte pues se quería soltar y me asustaba un poco ya que su mamá no había bajado. Una y otra vez me hacía el gesto de independencia… sin darme cuenta volteo la mirada y esta enanita se trepó al tobogán y se resbaló solita y la mamá sonriendo me comentó que ya había aprendido a subir al tobogán. Me quedé con la boca abierta. Mónica de un año era muy pero muy independiente. No se le notaba ni insegura, ni asustada, ni ansiosa. Ella bajaba el murito del patio al jardín con seguridad, trepaba al tobogán y caminaba sin zapatos de aquí para allá. Primera lección: como dijo mi marido sobre un dicho de Nueva Zelanda: “el primer hijo es de cristal y el último una pelota”. Y si, ella es la quinta. Es una cuestión de sobrevivencia. Pero es una cuestión también donde los papás están más relajados y ya saben que ella puede, que no necesita tanta sobreprotección y que está en la hermosa edad de explorar.

Cuatro niñas con muchísima personalidad. En el Evangelio dice que por sus frutos los conocerás. Creo que viendo a los niños se puede conocer a los padres: no aprehensivos, respetuosos por la unicidad de cada uno de sus hijos, con muestras continuas de afecto y de servicio continuo. Cada una de las niñas era realmente única, cada una con una personalidad fuerte, independientes, y bastante seguras de sí. No había una hermana detrás de la otra. Se veía más bien una individualidad que se hacía y se iba desarrollando.

La más grande Teresa tenía mucha personalidad, pero al mismo tiempo era consciente que tenía que ayudar a su mamá. Inventaba juegos para las menores, les daba golosinas de premios.

La amorosa Catalina, muy sensible, muy dada a pintar, a jugar con plastilina, a hacer collares y pulseras. Correr y correr, jugar con el agua, saltar de aquí para allá.

Clara: unos ojos que te impactaban por su inteligencia, un discurso que no te sentías hablando con una niña de dos años sino con una niña de 12. Todo explicaba, a todo daba razones… Dios mío. ¿Dónde aprendió tanto?

Y el hijo mayor Tomás. Frente a tantas niñas se ha hecho su espacio y lo ha hecho bien. Es necesario con cuatro hermanitas! Y este pequeño te explicaba con mucha agudeza los distintos tipos de carne en la parrillada.

Si los niños son así. Expresan sus sentimientos sin represión. Son auténticos: les asustó el perro y lloran, pierden un concurso y se entristecen, ven un juego de un adulto y con sus caritas sorprendidas quieren saber cómo se hace. Les das un poco de confianza y no miden y abren los brazos para que los recibas en el tobogán. Los niños no tienen miedo de expresar lo que sienten de manera inmediata. La realidad les afecta pero se adaptan y pueden cambiar rápidamente de sentimiento y emoción. Y son felices cuando están libres, cuando están seguros, cuando tienen unos padres que los quieren, que los dejan ser y que no los sobreprotegen o no confían en sus potencialidades.

Definitivamente admiro a sus papás. Hubiese querido grabar algunas escenas de los niños. En un momento una de ellas empezó a preparar “pan de verdad” con un hornito real (y créanme el pan no estaba mal para nada), la otra se puso encima del ventilador pues estaba feliz viendo como su vestido se inflaba a lo Marilyn Monroe, y luego con las caras llenas de harina pues habían jugado a pescar regalos dentro de la harina… Clara casi ni podía ver…

Uno de ellos lloraba cuando no veía a la mamá. Su mamá acababa de dar a luz y se sentía inseguro. Y vivía su pequeña crisis con total sinceridad. Nos mandaba un mensaje a todos: “Quiero a mi mamá cerca, que me vea, que me diga que me quiera y que aunque tengo una nueva hermanita soy importante para ella”. Luego se distraía cuando encontraba un juego que le atraía. Porque así son los niños. Saben vivir las crisis de la vida…

Muchos ya tuvieron hijos, sus hijos ya son grandes o aún no los tienen. Otros no tenemos hijos. Pero para quien no quiera perder el contacto con Dios, con la realidad, con la vida, mi consejo: pasen un día entero con niños pequeños y con unos papás amorosos.

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