El impacto en la sociedad peruana de los
abusos sexuales, físico y psíquicos cometidos por Luis Fernando Figari ha sido
fortísimo como si un terremoto remeciera los fundamentos de todo el territorio
nacional.
La indignación y la reacción de los
peruanos ha sido “radical” como viniendo de lo más hondo de la persona, como si
viniese de las raíces últimas del ser.
Y esto es lo impactante. Aquí todos han
reaccionado: católicos, no católicos, de derecha e izquierda, creyentes o
ateos, porque esta indignación no viene de una ideología, no es “bulla”
mediática. Una bulla dura 3 días, no un mes donde la gente sigue golpeada y las
conciencias removidas.
Esta indignación la hemos sentido
simplemente por el hecho de ser “personas”, por el hecho de haber percibido que
alguien en nombre de Dios pueda controlar la libertad, doblegar las
conciencias, hacer daño psicológico, físico y sexual a jóvenes en búsqueda de
ideales altos.
Es una indignación tan fuerte que incluso
algunos no pueden comprender cómo otros no la pueden sentir si son seres
humanos.
La Indignación no es odio, no es
resentimiento. Es más bien un sentimiento profundo, una rebelión contra quien
hizo una acción malvada.
Por ello, no deberían preocuparse algunos
por las distintas reacciones, incluso cuando están cargadas de las propias
visiones personales. Es una catarsis colectiva. El fondo común es la “indignación
ética” y esta reacción es justa y necesaria, sobre todo cuando quienes debieron
hacer justicia no la hicieron.
No se trata pues de
una batalla ideológica. No se trata de una campaña mediática. No se trata de
una teoría. Se trata de una experiencia que hace aflorar y quedar al
descubierto algunos valores fundamentales imprescindibles para todo ser humano:
el rechazo a la maldad y el aprovecharse de niños y jóvenes inocentes e
ingenuos.
Esta indignación es
el clamor de la justicia, de la verdad y el deseo de proteger a los más débiles de la
sociedad como son nuestros niños y jóvenes.
Esta indignación que
he percibido este mes lo considero un acto religioso, incluso de los que no
creen. Es una “indignación ética” pues sale al encuentro de valores absolutos
que son intocables.
Si. Parece
paradójico. Pero es desde esta indignación, es desde esta rabia que amamos a
los afectados y nos hacemos uno con las víctimas. Es desde esta indignación que
amamos a quienes no pudimos proteger en su momento y es un amor en nuestra
oscuridad e impotencia.
La indignación nos
lleva a luchar por cambiar la realidad. Por eso todos tenemos derecho de opinar,
de exigir, de no pactar con la injusticia, pues hacerlo sería una traición a
nuestro ser personas.
Si. Tengo rabia. Tengo dolor.
Tengo indignación al descubrir más personas dañadas. Quizás más que nunca entiendo cuando Jesús cogió un látigo
para echar a los vendedores del templo que traficaban con lo religioso.
Y desde esa oscuridad amo y
voy a luchar contra todo aquel que ose escandalizar a un pequeño. Como diría
Ernst Tugendhat: “De mansedumbre ni hablar. Una moral deja de serlo si olvida
que consiste en exigencias comunes, sostenidas por los sentimientos de
indignación mancomunadas”.
Y quisiera parafrasear a la novelista Elizabeth Gaskell cuando afirma: "mi corazón se quemó dentro de mi por el dolor y la indignación. Durante toda la noche tuvimos retazos de sueño... veo que cada uno siente lo mismo. No sabía que era un sentimiento tan universal".
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