El
bebé de una amiga no soltaba para nada un pedazo de tela que había encontrado y
no había quién lo separara de él. Siempre he pensado que los niños se sienten
protegidos con su oso preferido, su muñeca de trapo o cualquier juguete que les
hace compañía; al que le pueden hablar o simplemente apachurrar mientras
duermen.
Cuando
me llegó la mantita que Joan, una abuelita de 92 años me regaló, lo primero que
Steve me dijo es “tienes que cuidarla como un gran tesoro”. Y eso mismo sentí
yo. Ni bien entré a la casa me senté cómodamente en mi sofá a ver las noticias
con la mantita que me había regalado.
No
puedo explicar lo que me produce. Es como si me sintiera arropada por el amor de la abuelita,
por sus manos trabajadoras, por su temple de hierro que ante su falta de
respiración por sus problemas cardíacos sigue tejiendo con tesón y constancia.
En
el fondo, cuando estoy con la mantita es como si sintiera la ternura de todos
los residentes del hospital donde trabajo. Sus diversos colores pasteles me hacen
recordar a cada uno de ellos.
Pienso
en la alegre Mayte que cuando hablamos
de recetas con su rostro pícaro me dice que el pescado que comió hoy seguro
lleva mucho tiempo fuera del agua.
Recuerdo
a Mary y a su fe viva, que sin quejarse nunca de los dolores que la aquejan me
dice con cariño: “Rosita, tú le hablas a Jesús como le hablo yo, todo el día?”
Amo su fe viva, sencilla, confiada y alegre.
Pienso
en Vincent y en su esposa Claire. Vincent es ciego y Claire tiene demencia. Eso
no les impide que cuando escuchan música ambos bailan como eternos enamorados
muy pegaditos. Vincent me dijo ayer: “Qué haría yo sin ella?” a lo que siguió un
romántico beso. Luego me dice con tono grave: “solo quiero ser cada día mejor para
ella”. Cada vez que entro a su cuarto es como si entrara a un espacio sagrado
de ternura, amor y entrega mutua.
Luego
pienso en John. No puede moverse. Sufre de Parkinson. Sólo logra mover la mano
derecha. Antes de enfermarse era un hombre muy activo, con una gran hacienda,
cazador, deportista, un hombre de éxito y negocios. Tiene la mirada inteligente
y aguda. A veces se nos hace difícil la
comunicación porque el Parkinson ha dañado también su voz. El otro día le di el control, los anteojos,
la almohada, el agua cuando sólo quería su pañuelo… nos reímos sin parar. Siempre nos viene una carcajada cada vez que entiendo todo al revés.
Y es
como si cada cuadrado de esta mantita trajera a mi mente cada una de las
historias y las vidas de mis queridos amigos del hospital. Y soy consciente que
cada uno ha ido sumando como los puntos de un tejido una mantita de ternura que
me cubrirá por siempre.