Hoy lunes me desperté
con la brillante idea de ayudar a mi marido cortando yo misma el césped. Los
últimos domingos Steve no había podido cortarlo como lo hace habitualmente,
porque estaba ensayando para un concierto.
Mi césped parecía más la selva amazónica que los pastos
de los hobbits. Con ganas de hacer además mi buena acción del día y apoyar a mi
marido le digo que me enseñe a manejar la máquina.
La dueña de la casa nos dejó una especie de tractorcito
donde tú te sientas y por debajo hay unas cuchillas gigantes que hacen su
tarea. Steve comenzó la lección: “Ya. Observa bien porque es muy peligrosa. No
es un juguete, tienes que tener mucho cuidado. Así se prende, aquí está el freno, el embrague, ésta es la palanca que controla
la altura de las cuchillas etc. etc.”. Trato de memorizar todo, aunque un poco
atemorizada de las distintas palancas y palanquitas. Steve me advierte además
que no me preocupe, pues en el momento que uno se baja del tractorcito la
máquina se detiene automáticamente para no tener el peligro de que los pies
caigan bajo las cuchillas. Inmediatamente me acuerdo de un amigo en Italia que
su padre había perdido la pierna con una de estas máquinas. Me asusté un poco,
pero me dije a mi misma, ¿Porqué no puedo hacerlo? ¡Claro que sí!
Así que de lo más valiente me siento en el tractorcito y
trato de prenderlo. Nada. Muerto. Steve no entiende el motivo. Me dice que
quizás estoy prendiéndolo mal. Èl se vuelve a sentar y enciende el motor sin
ningún problema: “vuelve a intentarlo”- me dice. Trato una vez más y nada.
Me decido a prender el motor por tercera vez y absolutamente muerto. De pronto veo la cara de Steve
que se ilumina cada vez que resuelve una incógnita y me dice: “Amor, el tractor
no reconoce que eres una adulta, eres chiquita, pesas muy poco y por eso no enciende. Es un
mecanismo de seguridad para que los niños no puedan manejarlo”. No lo podía
creer. Traté de poner más peso en el asiento con todas mis fuerzas y nada….
Así que entre frustrada y fastidiada me bajé de la cortadora
y Steve me dijo: “déjame hacerlo a mi”.
Decidí echarme en mi terraza tomando sol mientras
contemplaba a Steve como cortaba el césped con tanta habilidad. Y si bien no pude ayudarlo, tuvimos en la
noche un motivo para reírnos juntos de lo gracioso que la máquina pensara que
yo era una niña.
jajajajajaja que linda historia, una anécdota de la vida cotidiana, una máquina que cuida a los niños y reconoce a la niña que hay en ti...pero que te enseña que queramos o no aun hay tareas para los varones mientras tu tarea es alentarlo, contemplarlo y aprender de el tanto como gozar de la creación divina...me encantó!!
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