sabato 30 aprile 2016

A Dios no se le puede robar


No suelo escribir sobre mi fe pero hoy no puedo no hacerlo.
El Sodalicio robó a algunos su juventud, su libertad y su conciencia.
Yo sentí que me robaron mi vocación. A mi nadie me lavó el cerebro sobre ella. Desde que era pequeña quería ser misionera, irme al África, ayudar a los niños pobres y a los sufridos.
Desde niña leía en las noches la Biblia y me parecían hermosas las historias de Jesús. Me enamoré de Él y quise desde pequeña seguir sus pasos. A los 15 años, en medio del mar en México, decidí que lo seguiría siempre (tomé la foto de arriba sellando mi pacto de amor con Él). 
Mi caminar por el Sodalicio fue apagando esa llama ardiente, pues a modo que pasaban los años, el ideal que se nos inculcaba se alejaba de Jesús y se cambiaba por metas mundanas y superficiales como el éxito eclesial, los  números, las obras y la eficacia. Y mientras mentalmente me convencía que de eso se trataba, mi tristeza iba creciendo sintiéndome cada vez más un pez fuera del agua. Desde que llegué a Roma fui haciendo mi propio camino espiritual, redescubriendo al Jesús de mi niñez. Cuando después de unos años descubrí las atrocidades cometidas, me sentí totalmente abandonada por Dios.
“¿Cómo pudiste hacerme eso?
¿Cómo pudiste dejar que me robaran mi vocación?
¿Dónde dejaste a esa niña que quería seguirte hasta África y ayudar a los más necesitados? 
¿Porqué permitiste que esos depravados hiciesen tanto mal a tantas personas?”
Me peleé con Dios, le discutía y siempre en el fondo le decía: “no dejes que te abandone aunque me sienta abandonada por Ti”.
Y así fue… una y otra vez fue abriéndome el camino para hacer el bien...como en México con una labor preciosa por la promoción de la mujer en las comunidades indígenas.
Sin embargo, siempre quedaba en mi un dolor de pérdida, una tristeza honda de haberme robado el tesoro más precioso que tenía y le preguntaba a Dios ¿qué vas a hacer?
Mi marido cada vez que le contaba de nuestra linda aventura al comenzar la Fraternidad – donde éramos un grupo de jóvenes que sinceramente queríamos servir a Dios y a los demás-, con mucha sabiduría me decía: “Rocío, no te preocupes, el círculo de la vida siempre se cierra”.
Ya me sentía inmensamente feliz por compartir todo mi amor con el maravilloso esposo que Dios me había puesto en el camino. Sin embargo, la pregunta continuaba ¿cómo poder seguir siendo un instrumento de su amor?
El 25 de marzo de este año, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación cumplía 25 años de fundación. Me sentí triste por todas ellas, porque sé lo que están sufriendo y porque sé que muchas sólo querían seguir a Jesús y ayudar a los demás, como yo cuando era joven y les vendieron gato por liebre. Me puse a rezar los salmos y las lecturas del día. Cuál fue mi sorpresa cuando salió esto:
eres príncipe desde el día de tu nacimiento
entre esplendores sagrados yo mismo te engendré como rocío
antes de la aurora.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec”. 
Y sí. La vocación es esa historia de amor entre el alma y Dios. El llamado que siento a servir a los demás no es algo "institucional"; no es del rito de Leví, sino del rito de Melquisedec, no depende de los hombres.
Y por fin entendí: nunca pudieron robarme mi vocación... pues si hay algo que no le pueden robar a Dios son los corazones de los que lo aman. Y quizás con esto ahora comprenderán un poco más, porque estoy tan feliz de haber sido llamada a ser capellán de enfermos y ancianos, porque ahora sí como cuando era niña, puedo seguir a Jesús como siempre lo soñé: en libertad y consolando a los que sufren.







lunedì 18 aprile 2016

No hay que tener miedo


No hay que temer el caos. 
Si las aguas se mueven es señal de vida y de cambio. 
No hay que querer regresar a la aparente paz de un charco de aguas podridas.
Cuando contemplo el bosque por donde camino cada día es bastante desordenado, justamente porque está vivo: nace, crece, se multiplica, se destruye, renace, florece. El caos es señal de vida. 

No hay que tener miedo al carrusel de sentimientos como la ira, tristeza, alegría, decepción, esperanza y desesperanza. En un tiempo de crisis, cuando lo más querido se tambalea por dentro, es tan humano sentir de todo, y tan importante vivir con profundidad cada una de las experiencias y sentimientos.

No hay que tener miedo a los que hablan por justicia, a los que hablan con dolor, a los que hablan con verdad, a los que hablan sin reflexión, a los que hablan por tristeza, a los que hablan por venganza o ignorancia. Lo único que siempre queda al final, es la verdad de lo que somos y hacemos. Y nada ni nadie nos puede apartar de eso.

No hay que tener miedo a decir lo que pensamos, confundiendo prudencia con pusilanimidad. A veces el mal nos quiere frenar bajo prisma de no buscar el conflicto. En un mundo donde el mal y el bien se hayan juntos, -empezando por nosotros mismos- siempre habrá conflicto y sólo descansaremos cuando muramos.

No hay que tener miedo a callar si la situación lo amerita.

No hay que tener miedo a hablar si la situación lo amerita.

No hay que tener miedo a ser humildes, a bajar las defensas.

No hay que tener miedo a equivocarnos, a fallar, a fracasar.

No hay que tener miedo de cansarnos. 

No hay que tener miedo de rebelarnos.

No hay que tener miedo de sentirnos confundidos, dudosos, perplejos, inseguros, sin certezas… es el verdadero camino de la vida y del misterio de la fe, que camina más en la oscuridad que en la luz.

No hay que tener miedo de cargar nuestro pecado y el de los que nos precedieron, sólo así todos nos redimiremos.

No hay que tener miedo a que nos destrocen sintiendo el dolor de la pérdida. Pensemos en cómo se hace el pan. Es el trigo, el mismo grano que primeramente debe ser triturado, para que luego junto a otros granos triturados se puedan convertir en la masa que luego dará como fruto el pan. Si se quiere edificar algo nuevo, porque descubrimos que el edificio tenía los cimientos débiles o corroídos, sólo se edificará con el grano triturado del orgullo, la vanidad, el dolor, la tristeza, la decepción. No se puede ser de Dios si uno no se deja triturar por todo lo que ha llevado el signo de la muerte.


Y si sentimos miedo sólo recordemos que Dios no falla, porque nada ni nadie puede apartarnos de su amor.