No suelo escribir sobre mi fe pero hoy no
puedo no hacerlo.
El Sodalicio robó a algunos su juventud,
su libertad y su conciencia.
Yo sentí que me robaron mi vocación. A mi
nadie me lavó el cerebro sobre ella. Desde que era
pequeña quería ser misionera, irme al África, ayudar a los niños pobres y a los
sufridos.
Desde niña leía en las noches la Biblia y me parecían hermosas las historias de Jesús. Me enamoré de
Él y quise desde pequeña seguir sus pasos. A los 15 años, en medio del mar en México, decidí que lo seguiría siempre (tomé la foto de arriba sellando mi pacto de amor con Él).
Mi caminar por el Sodalicio fue apagando
esa llama ardiente, pues a modo que pasaban los años, el ideal que se nos inculcaba se alejaba de Jesús y se cambiaba por metas mundanas y superficiales como
el éxito eclesial, los números, las
obras y la eficacia. Y mientras mentalmente me convencía que de eso se trataba,
mi tristeza iba creciendo sintiéndome cada vez más un pez fuera del agua. Desde
que llegué a Roma fui haciendo mi propio camino espiritual, redescubriendo al Jesús de mi niñez. Cuando después de unos años descubrí las atrocidades
cometidas, me sentí totalmente abandonada por Dios.
“¿Cómo pudiste hacerme eso?
¿Cómo pudiste dejar que me robaran mi
vocación?
¿Dónde dejaste a esa niña que quería
seguirte hasta África y ayudar a los más necesitados?
¿Porqué permitiste que esos depravados hiciesen tanto mal a tantas personas?”
Me peleé con Dios, le discutía y siempre
en el fondo le decía: “no dejes que te abandone aunque me sienta abandonada por
Ti”.
Y así fue… una y otra vez fue abriéndome
el camino para hacer el bien...como en México con una labor preciosa por la
promoción de la mujer en las comunidades indígenas.
Sin embargo, siempre quedaba en mi un
dolor de pérdida, una tristeza honda de haberme robado el tesoro más precioso
que tenía y le preguntaba a Dios ¿qué vas a hacer?
Mi marido cada vez que le contaba de
nuestra linda aventura al comenzar la Fraternidad – donde éramos un grupo de
jóvenes que sinceramente queríamos servir a Dios y a los demás-, con mucha
sabiduría me decía: “Rocío, no te preocupes, el círculo de la vida siempre se
cierra”.
Ya me sentía inmensamente feliz por
compartir todo mi amor con el maravilloso esposo que Dios me había puesto en el
camino. Sin embargo, la pregunta continuaba ¿cómo poder seguir siendo un instrumento
de su amor?
El 25 de marzo de este año, la Fraternidad
Mariana de la Reconciliación cumplía 25 años de fundación. Me sentí triste por
todas ellas, porque sé lo que están sufriendo y porque sé que muchas sólo querían
seguir a Jesús y ayudar a los demás, como yo cuando era joven y les vendieron gato por liebre. Me puse a rezar
los salmos y las lecturas del día. Cuál fue mi sorpresa cuando salió esto:
“eres príncipe desde el día de tu nacimiento
entre esplendores sagrados yo mismo te engendré como
rocío
antes de la aurora.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres
sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec”.
Y sí. La vocación es esa historia de amor entre el alma y Dios. El llamado que siento a servir a los demás no es algo "institucional"; no es del rito de Leví, sino del rito de Melquisedec, no depende de los hombres.
Y por fin entendí: nunca pudieron robarme mi vocación... pues si hay algo que no le pueden robar a Dios son los corazones de los que lo aman. Y quizás con esto ahora comprenderán un poco más, porque estoy tan feliz de haber sido llamada a ser capellán de enfermos y ancianos, porque ahora sí como cuando era niña, puedo seguir a Jesús como siempre lo soñé: en libertad y consolando a los que sufren.
Y sí. La vocación es esa historia de amor entre el alma y Dios. El llamado que siento a servir a los demás no es algo "institucional"; no es del rito de Leví, sino del rito de Melquisedec, no depende de los hombres.
Y por fin entendí: nunca pudieron robarme mi vocación... pues si hay algo que no le pueden robar a Dios son los corazones de los que lo aman. Y quizás con esto ahora comprenderán un poco más, porque estoy tan feliz de haber sido llamada a ser capellán de enfermos y ancianos, porque ahora sí como cuando era niña, puedo seguir a Jesús como siempre lo soñé: en libertad y consolando a los que sufren.