La austeridad - y no me refiero a la pobreza anti-humana que va en contra de la dignidad de la persona- es un valor muy poco de moda actualmente. El Perú se encuentra en un boom económico con un crecimiento anual del 7% que trae mayor bienestar para las familias peruanas. Sin embargo, hay siempre un riesgo de pensar que a más dinero mayor felicidad. Veo con preocupación que el Perú se está organizando de tal manera que el trabajo termina por ocupar casi toda la jornada llegando a horarios laborales que pueden concluir incluso a las diez de la noche. Horarios que son impensables en sociedades como Inglaterra, Estados Unidos y otros países europeos. ¿Por qué los acepta un peruano? Quizás porque sólo con recordar la inseguridad económica de los 80’s y 90’s prefiere mantenerse seguro en el puesto que ocupa. Quizás porque si bien es cierto la situación ha mejorado, la incertidumbre laboral aún es grande y siempre hay el temor de perder el empleo y sobre todo de no encontrar uno nuevo. La competitividad, el aburrimiento, las urgencias económicas y familiares, o el no tener otros horizontes o intereses, todo ello puede contribuir a esta aceptación pasiva de las condiciones laborales.
Creo firmemente que la austeridad es una virtud un poco olvidada. ¿Pero de qué austeridad hablamos? No me refiero a una austeridad donde te falte lo necesario para mantener dignamente a tu familia y para vivir una vida tranquila y humana. Creo que la austeridad tiene varios ángulos. Por un lado pienso que ante todo es una actitud interior de no considerar a los bienes materiales como los ídolos de la propia existencia. A veces pareciera que todos estamos en una carrera por conseguir mayor comfort con la vana ilusión que satisfaciendo nuestros deseos veremos colmado nuestro anhelo de plenitud humana. La austeridad es pues una actitud de desapego interior y de no ambicionar con avidez los bienes de otro o los bienes que uno no tiene.
El otro ángulo de la austeridad está en la relación con los otros. Viviendo en un país tan pobre como el Perú y en un mundo tan desigual como el nuestro se trata de tomar decisiones diarias de no despilfarrar los bienes con compras inútiles, con una actitud shopaholic, propia de las sociedades consumistas americanas. Cuando pienso en la austeridad me viene a la mente inmediatamente Simon Weil. Una filósofa muy sensibile que vivió en la época de la guerra civil española y decidió ser pobre entre los pobres por solidaridad con ellos. Este tipo de opciones son radicales pero expresan un poco algo de lo que creo que todos debemos vivir. Simon Weil habla de esa pobreza que dignifica y que hace grandes y no obviamente de la miseria: «Hay en la pobreza una poesía que no tiene equivalente en ningún lugar. Es la poesía que emana de la carne pobre contemplada en la verdad de su miseria. El espectáculo de la flor del cerezo en primavera no podría llegar directo al corazón si su fragilidad no fuese así de sensibile. En general una condición de la belleza extrema es la de estar casi ausente, o a causa de la distancia o a causa de la debilidad (…) La riqueza destruye la belleza, no porque no ofrezca ningún remedio a la miseria de la carne y del alma sometida a la carne, sino porque se esconde con la mentira. Es la mentira encerrada en la riqueza que mata la poesía».
Por más que estamos a miles de kilómetros de nuestros hermanos de la India, Africa, o quizás de los barrios más populares y pobres del Perú, la austeridad nos invita a sentirnos responsables y solidarios con los más necesitados y por lo tanto saber que lo que gastamos inútilmente no es sólo un problema personal sino una responsabilidad moral frente a los pobres.
Un tercer ángulo de la austeridad hace referencia a la solidaridad efectiva. Para aquellos que gozan de una buena posición económica creo que la austeridad invita a poner todos los medios para compartir los bienes con los más desfavorecidos. No me refiero aquí a realizar acciones de voluntariado, a dar limosna en las esquinas… eso es sólo un tranquilizador de conciencia. Hablo más bien, de lo que en la tradición cristiana se llamaba el diezmo, el dar una parte considerable, importante de mis ingresos a quienes más lo necesitan. No lo que me sobra. Sino lo que es importante y valioso para mí.
Sin embargo no podemos confundir la austeridad con la avaricia. La austeridad no es aquella actitud del que siempre guarda su dinero y no comparte con el temor de perder lo que tiene. La verdadera austeridad es una libertad frente a los bienes, que nos hace disfrutar con alegría y compartir con los que nos rodean las cosas de este mundo.
Mounier criticaba el cristianismo burgués de su época. Creo que podríamos decir lo mismo de los cristianos actuales. Somos todos un poco burgueses acomodados, salvo honrosas excepciones. Y la burguesía ha invadido no sólo los hogares cristianos, sino las instituciones eclesiales, las congregaciones y las comunidades en los cuales los logros económicos son vistos muchas veces como signo de crecimiento. Nos hemos olvidado que el seguidor de Cristo debería de asemejarse a un San Francisco de Asís y no a un ejecutivo exitoso. A veces somos buenos para arreglar las cosas deformando su esencia más profunda. Nos es fácil hablar de "espíritu de pobreza", olvidándonos que el consejo evangélico fue siempre la pobreza. Y aquí hay mucho pan por rebanar.
Creemos que podemos amar a Dios y seguir con el corazón apegado a todos nuestros bienes… aún así como al joven rico Dios siempre nos mira con amor. Pero quizás un poco de austeridad no nos haría mal.
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