domenica 29 luglio 2012

Tener tu casita...




            Son muchísimos los animales que viven a la intemperie y que no necesitan de un cobijo para vivir. Muchos antropólogos han estudiado el tema de cómo es posible que el ser humano siendo una especie más evolucionada no haya desarrollado caracaterísticas físicas que lo hiciesen más fuerte frente a la naturaleza y pudiese combatir con el clima. Parece una paradoja efectivamente, que con el pasar del tiempo los hombres no desarrollamos una piel más resistente, ni pelos que nos ampararan del clima. Sin embargo, creo que esta paradoja es sólo aparente. Todo parece tener una lógica más elevada, una inteligencia ordenadora del mundo y el universo y en concreto de la existencia humana.

            Lo que aparentemente es una vulnerabilidad se convierte en una fortaleza. La dificultad del clima y la debilidad humana llevó al hombre a refugiarse en cuevas, a las que decidió con su inteligencia y creatividad decorar con pinturas rupestres y hacer “suya” y “única” su cueva, lo llevó a “tener su casita”.

            Y tener tu casita es algo más que una cuestión funcional o utilitarista. El hombre es alguien incompleto que necesita del mundo que le rodea –persona y cosas- para desarrollarse, perfeccionarse y enriquecerse. En este crecimiento está en juego el propio destino. Se trata de un proceso activo, completo y costoso en el que el sujeto debe invertir sus energías vitales y poner en marcha estrategias sofisticadas para ir relacionándose con el mundo distinto de él. Y sí, la propia habitación es este micro-cosmos que el ser humano crea como refugio para revitalizarse y cargarse de energía: es el refugio para poder descansar después de un día de trabajo, es el focolar donde uno convive con su familia o acoge a sus más amigos, es el ambiente donde las paredes silenciosas y cómplices escuchan nuestros pensamientos más profundos y nuestras hondas penas.  La casita es ese lugar donde dejamos nuestra huella con su decoración irrepetibile o nuestro creativo desorden.

            Si, es obvio que por eso y por mucho más el derecho a la vivienda es un derecho inalienable de la condición humana. ¡Cuánto hay que agradecer por tener un techo donde dormir! Y es justamente por ello, por esta gracia de la cual no todos gozan que tenemos que convertir nuestros hogares y nuestras casas en brazos abiertos para el huésped. Un huésped tiene que sentirse acogido, respetado, en familia. No tanto por una cuestión de buenos modales o formalismo educativo, sino más bien por querer compartir esa humanidad que vamos construyendo en el hogar con los que nos rodean.

            Toda esta perolata viene con motivo que me voy a mi nueva casita. Un pequeño departamento en el distrito que más quiero de Lima: Barranco. El distrito pintoresco, bohemio, sencillo, artístico, marítimo y lleno de vida. Me mudo con la alegría y esperanza de hacer de este rinconcito un lugar y un espacio para todo forastero y amigo. 

martedì 24 luglio 2012

¿Se puede ser feliz?


En el avión camino a México
leí un artículo sobre la cultura de la felicidad de un historiador estadounidense que iniciaba señalando un adagio ruso: “si alguien se dice feliz o es un tonto o un americano”.

Me pareció interesante que un norteamericano sea autocrítico con su misma cultura acusándose de ser un país que busca a toda costa y por todos los medios la felicidad intramundana.

Creo que buscar la felicidad es un movimiento del alma profundamente humano y está bien que así sea. Y si todo ser humano la busca a toda costa no creo que sea una locura generalizada sino más bien un signo que hemos nacido para ella.

Sin embargo, viendo la realidad del mundo es bastante objetivo afirmar que no creo que nunca nadie puede alcanzar la felicidad total en esta vida. No pienso que ésto se deba a que nuestro anhelo de felicidad sea un engaño o una ilusión. Simplemente considero que este gozo pleno no pertenece a este mundo.

Me parece aún así necesario combinar ambos aspectos. Por un lado, alimentar siempre nuestro deseo de ser felices, pero al mismo tiempo cultivar el realismo que te hace comprender que es un ideal que no lo lograremos aquí. Por lo tanto, no nos frustraremos cada vez que un obstáculo se entrometa en nuestro camino o no alimentaremos la ilusión que la vida “no debería ser así” y al mismo tiempo nuestra búsqueda alimentará la esperanza para seguir luchando por la felicidad.

A lo que más bien tiendo es a estar segura que sí se puede lograr en esta vida momentos de intensa  felicidad, de alegría plena, donde uno siente que está tocando el Cielo con las manos. Y aún así, todos somos concientes cuán fácilmente estos momentos se nos ecabullen como arena fina que corre por los dedos.

Si al hablar de felicidad entendemos un estado de paz y bienestar permanente, posible, que alcance a todo los seres humanos es imposible decir “Soy feliz”. Por ejemplo, ¿Cómo puedo decir soy feliz si al costado mio hay personas profundamente infelices y desdichadas? No creo que nadie pueda declararse feliz si percibe que su vecino padece sin tregua. Puede sentir una felicidad parcial, pero no total.

Me dio un poco de ternura cuando leí la semana pasada dos artículos. Uno, se trataba de una actriz de cine en la que a la pregunta del entrevistador ella contestaba: “del matrimonio en adelante me espera la felicidad”. Y luego, un joven apenas ordenado que con entusiasmo afirmaba “no vean las renuncias, soy feliz”. No dudo que la actriz, así como el joven se hayan sentido en ese momento tan importante de sus vidas profundamente felices. Sin embargo, no creo que sea muy auténtico invitar a alguien a un camino de vida porque en ese camino van a ser “felices”. Repito, creo que ofrecer la felicidad es en el fondo una utopía para los necesitados e ingenuos de la vida.

Lo más gracioso de todo es que en este momento me siento profundamente feliz. Entonces resultaría paradójico desmentir este estado. Justamente porque me siento hoy feliz, puedo decir con certeza que es más bien un estado del alma, un estado que por mil factores puede variar de la noche a la mañana. En concreto, mi felicidad no es tan efímera que dependa de bienes materiales, elementos externos, o diversiones futiles. Hay un poco de eso. Pero lo que me hace feliz en la vida es sentirme profundamente amada y amar. Aun así, el amor hace sufrir y sufres por los que amas. La felicidad como plenitud no la podemos encontrar aquí… creo firmemente que ahora el amor es siempre sufrido, en el más allá estoy convencida que sólo reinará el amor.

Y esta variación no cambia su autenticidad, o su realismo. Todo lo contrario, este estado me hace seguir luchando para gozar siempre de esta paz interior, pero también hace que lo viva con cierto desapego pues sé que la vida está hecha de pruebas y dolores que no podemos evitar.