Cosa curiosa. Un día antes de partir para México para presentar el proyecto de reciprocidad varón - mujer cae a mis manos el film “Amor, Honor y
Libertad”.
Una película que nos narra la historia real de Aun San Suu Kyi, premio
Nobel de la Paz en 1991, en la épica historia de la pacífica búsqueda de una
mujer en el corazón del movimiento democrático de Birmania.
Una producción de Luc
Besson que narra el movimiento por los derechos fundamentales pero haciéndolo desde una óptica particular: a través del
drama familiar que tiene que vivir Suu, su marido e hijos.
Después que su padre
el general Aung San, líder por la lucha en la independencia fuese asesinado, Suu es educada en Inglaterra casándose con el profesor universitario
Michael Aris. Cuando el pueblo se levanta contra la junta militar, Suu regresa
a su país natal e incia una lucha directa contra el poder absolutista de los
militares. Aung San Suu, llamada la “orquídea de acero” combate con una
resistencia pacífica por los derechos de la democracia y por la libertad en su
país decidiendo sacrificar su libertad por más de veinte años viviendo en
arresto domiciliario.
Desde su regreso a
Yangón en 1988 Aung San Suu Kyi pudo volver a ver a su marido e hijos sólo
cinco veces. Al marido le negaban la visa en continuación y ella
no podía regresar pues los militares al considerarla una enemiga del estado una
vez dejado suelo birmano no la dejarían reingresar.
Quizás uno
viendo la película se pregunta: ¿Cómo se puede dejar a los propios hijos por
tantos años? ¿Cómo dejar al marido que amas y te ama? ¿Cómo no poder asistirlo
en el momento de su muerte?
Y es quizás
todos estos dilemas que me llamaron la atención. Durante el film, en un momento
una autoridad militar le dice: “usted es libre de regresar a Inglaterra con su
familia o quedarse aquí en Birmania”. A lo que la protagonista responde: "¿Qué
clase de libertad es esa?"
Es decir,
cuando existe una libertad real y se vive la democracia, uno puede cumplir tanto su misión familiar como la propia vocación política. En este caso, los militares no dejaban que su esposo y sus hijos se reunieran con ella para
presionarla psicológicamente a dejar la causa y misión política. Por ello, no
se trata de una disyuntiva moral sino de una consecuencia de un régimen
opresor.
Y si. El
marido había trabajado desde siempre con ella en la lucha por los derechos
humanos. Es un modelo interesante aunque no deseable, ni auspicable porque ambos tienen que renunciar a su vida familiar y afectiva por un ideal concreto: la
libertad de su pueblo. Para la premier que se realizó en octubre del 2011 la misma Aung
San Suu Kyi envió un mensaje que decía: “no se pueden acantonar como obsoletos
conceptos como la verdad, justicia y solidaridad, cuando estos son
frecuentemente los únicos baluartes que se yerguen contra la brutalidad del
poder”.
Lo
que mantuvo unidos a esta pareja durante tantos años, a pesar de las pocas veces que pudieron
reencontrarse es que ambos vivían la comunión en una causa común. Sin embargo, no
es el aut-aut (o uno o lo otro) el ideal. Una dinámica de reciprocidad familiar afirma que una pareja pueda vivir su amor y ambos luchar juntos por una causa común. Esto sólo
se puede realizar en una sociedad que defienda la familia y los
valores fundamentales como la libertad.
Cuando uno ve esta película inmediatamente siente rechazo frente a toda estructura donde no se pueda conciliar la libertad de la vocación personal o del trabajo junto con la vida familiar. Sin embargo, en nuestras sociedades occidentales corremos el riesgo también de tener estos dilemas aut-aut entre la familia y el trabajo o la misión que uno tiene. Muchas veces, la economía de mercado empuja a los miembros de las familias a poder gozar poco de su vida afectiva y de su entorno por tener que trabajar horas interminables en las oficinas. ¿No es ésta otra falta de libertad de otro tipo de régimen?
¿No hay otras violencias quizás más cercanas que las de Birmania como aquellas del terrorismo en el Perú, el narcotráfico en México que han cobrado miles de víctimas en los últimos años dejando familias quebradas, hijos desaparecidos y madres desesperadas? ¿No es que tenemos que también hacer algo cada quien desde su lugar para defender siempre la libertad, la paz y la familia?
Cuando uno ve esta película inmediatamente siente rechazo frente a toda estructura donde no se pueda conciliar la libertad de la vocación personal o del trabajo junto con la vida familiar. Sin embargo, en nuestras sociedades occidentales corremos el riesgo también de tener estos dilemas aut-aut entre la familia y el trabajo o la misión que uno tiene. Muchas veces, la economía de mercado empuja a los miembros de las familias a poder gozar poco de su vida afectiva y de su entorno por tener que trabajar horas interminables en las oficinas. ¿No es ésta otra falta de libertad de otro tipo de régimen?
¿No hay otras violencias quizás más cercanas que las de Birmania como aquellas del terrorismo en el Perú, el narcotráfico en México que han cobrado miles de víctimas en los últimos años dejando familias quebradas, hijos desaparecidos y madres desesperadas? ¿No es que tenemos que también hacer algo cada quien desde su lugar para defender siempre la libertad, la paz y la familia?
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