Quizás por mi curiosidad sin límites cuando en el colegio estudié
a Sócrates con su máxima “Conócete a ti mismo” consideré que éste podría
convertirse en el ideal de mi vida. El problema fue que lo tomé muy al pie de
la letra. Por un lado, pensé que se trataba de un conocimiento intelectual al
cual yo podría tener acceso y por otro lado, sin saberlo en ese momento, quise
que fuera una especie de certeza que me diera un poco de seguridad y estabilidad
en lo que yo sentía como el ambiente movedizo de la existencia.
Nunca olvidaré un poema que escribí a los 13 años y que se lo
mostré a mi hermano entre orgullosa y desesperada en búsqueda de respuesta.
Sólo recuerdo la última frase del poema que concluía: “¿Quién soy yo? Una mujer
que busca incansablemente su yo”.
Sólo con los años he ido comprendiendo la síntesis que realizara Erasmo de Rotterdam sobre este “conócete a ti mismo” como una recomendación a
la modestia que manifiesta en el fondo a alguien “quien no sabe nada, ni de él
mismo” (Anaxarco). Como señalara Cicerón el “conócete a ti mismo no es para
alimentar la arrogancia sino para conocer nuestra realidad”. Y este no conocer
y esta humildad es la que da una cierta sabiduría a quien quiere filosofar (Pie Ninot).
Recuerdo bien que ya a los 15 años había concluido que mi
profesión sería el filosofar y teníamos con mi grupo de amigas reuniones en
todos los recreos después del almuerzo para “filosofar juntas”, claro que
totalmente lejos de esta humildad y sabiduría del que está llamado a filosofar.
Por ello, lo único que siento de continuidad con esa adolescente
de 13 años con su poema es la pregunta ¿Quién soy? Y ante esta pregunta ahora
me siento más como Anaxarco: “no sabe nada, ni de sí mismo”. Y eso me alegra y
no me desesperanza pues habito en el misterio de mi misma a gusto.
Por un lado, reconozco que lo que respondo a los otros ante el
quien soy está muy lejos de quien soy. ¿Qué se yo de mi inconsciente? ¿Qué se
yo de las frustraciones, traumas, gozos que tuve al nacer? ¿Qué se yo de las
motivaciones inconscientes que mueven mucho de mis actos? A veces uno siente
que al narrar su propia historia puedes identificarte con ese que cuentas. A
veces no siento esa narratividad en tantos momentos de mi historia. A veces es
más bien como un edificio en ruinas que se ha reconstruido pues no ha perdido
nunca la esperanza. Mi historia es más bien fragmentos indescifrables para mí
pero no por ello carentes de sentido.
No. Mi yo no se limita a la narración de mi. Mi yo no se limita
tampoco a lo que los demás reconozcan en mi. Uno busco su identidad en el
reconocimiento del otro y somos como mendigos para que los demás nos “acepten”
y en cierta medida eso también limita nuestras narraciones a puras ficciones o
reinterpretaciones de nuestros actos. Estamos un poco encadenados todos al qué
dirán. Facebook es un buen ejemplo de
ello. No es vano cuánto nos gusta a los
que lo usamos que nos pongan un “like” en una de nuestras fotos o comentarios.
Unos lo tildan de egocéntrico, otros de hipócrita (al sólo poner algunas
facetas de nuestra vida). Sin embargo, me parece más bien un movimiento normal
del alma que busca el que alguien me “re-conozca”, pues lo necesito, necesito
del otro para ser y para seguir en el ser. No creo en lo absoluto que Facebook
pueda satisfacer nuestra ansia de re-conocimiento pero simplemente para mi es
una realidad que expresa bastante bien las necesidades más profundas de todos.
No podemos negar que nuestra identidad está mediada por el
re-conocimiento del otro. Para ser necesito del otro y eso me hace
profundamente vulnerable, expuesta a los demás.
Y este mismo movimiento de saber que es a través del otro que voy
construyendo mi identidad me da una gran responsabilidad. Pues es con mis
juicios, con mis opiniones, con mis prejuicios, con mi asertividad,
afirmaciones o negaciones, comentarios o puntillas que puedo “aniquilar” a la
otra persona, pensando que sé todo sobre ella, pensando que puedo juzgarla,
dictaminar, rechazar, oponer… olvidándome que sé tan poco de ella como ella
sabe tan poco de mi.
Quizás toda esta reflexión sobre el ¿quién soy yo? no hace sino
volcarme al comprender qué cosa hago cuando estoy frente alguien y me pregunto
¿quién eres tú? Quizás para no convertir la ética en violencia relacional,
deberíamos ser especialistas en el observar al otro y captarlo en su unicidad
antes que juzgarlo. Puedo tener opiniones sobre sus actos, puedo juzgar sus
actos, pero jamás podré entender el núcleo de su persona y convertirme en su
juez. Esa frase que tanto hemos escuchado y no hemos practicado “juzga al
pecado y no al pecador”. Sin embargo, con nuestro moralismo exacerbante nos
convertimos en violentos verdugos de nuestros hermanos y de nosotros mismos
llenándonos de culpa y recriminación. Si algo estoy aprendiendo es esto. Y creo
que es el mejor camino hacia el perdón.
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