Se dice que la naturaleza responde a nuestras necesidades, pero creo también que en ella proyectamos lo que necesitamos y encontramos respuestas desde el lenguaje simbólico que nos emite.
Es bueno regresar a la Costa de Nueva Zelanda frente al Pacífico porque el océano me hace sentir en casa. Es salvaje, impetuoso, siempre en movimiento, indomable. A veces pacífico, otras agitado. Desordenado. No perfecto, trae consigo troncos, algas gigantes que nunca antes había visto, muchas piedras que en una sola ola todo revuelve.
Me gusta su grandeza. Me da temor su fuerza. Su amplitud me
hace sentir libre, como las gaviotas que lo visitan.
Y sin embargo, vivo en frente del estuario. Nunca había
tenido la bendición de vivir frente a un estuario y al mar. El mar es
impetuoso, y quizás de vez en cuando contempla con admiración ese estuario que
es parte de sí pero es diferente de sí. El agua sigue siendo la misma, el río
ya se mezcló con el mar, la sal lo domina todo, porque en el fondo el estuario lleva el ritmo del mar
dominado por sus mareas. No es un delta.
Es como si el estuario fuese un stand-by del movimiento del oceáno.
Los patos nadan tranquilamente aunque saben que tarde o temprano con el cambio
de la marea las aguas se moverán y desembocarán en el mar.
Por eso digo, que al mirar la naturaleza encontramos respuesta
a quiénes somos o como estamos con su lenguaje simbólico. Soy del Pacífico,
pero ahora me siento tranquila y pasajeramente en el estuario.
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