¿A qué se debe que estés tan contenta? Me dijo una amiga hace unos días. “¿se debe a algo en particular o es ya un status quo – una constante en tu vida? Me tomé unos segundos y le respondí que se trataba de un estado más que de un evento.
Obviamente hay muchos factores externos
que pueden ayudar a que uno esté más contento pero lo que he tratado estos
últimos meses es ir conquistando un estado interior que pueda incluso vivirse
en los momentos difíciles.
Una clave para esta paz creo que es el
“desacelerarnos”. En 1982 «Larry Dossey,
médico estadounidense, acuñó el término “enfermedad del tiempo” para denominar
la creencia obsesiva de que “el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente
cantidad, y debes pedalear cada vez más rápido para mantenerte a su ritmo”»[1].
Hay un culto a la velocidad que no es sino otra de las consecuencias del
consumismo e individualismo pues como diría Klaus Schwab, fundador del Foro
Económico Mundial «estamos pasando de un mundo donde el grande se come al
pequeño a un mundo donde los rápidos se comen a los lentos»[2].
No hay tiempo para descansar, no hay
tiempo para dedicarle a los amigos, no hay tiempo para visitar a los enfermos,
no hay tiempo para estar a solas, no hay tiempo para meditar. Y esta aceleración de la vida es lo que
genera un estado de agitación continua.
La aceleración o agitación se debe muchas
veces a que vivimos “rumiando” los acontecimientos pasados o muy “pre-ocupados”
por el futuro. Empecé a utilizar la técnica del “mindfulness” o “concentración
plena”. Esta técnica consiste en concentrarse en cada cosa que uno hace, estar
atento a los propios sentimientos, emociones y pensamientos sin tratar de
juzgarlos, y sin pensar en el futuro o en el pasado. Es muy usual estar
haciendo algo y estar pensando al mismo tiempo en otra cosa que nos preocupa.
Cuántas veces no prestamos suficiente atención al que nos habla, o a lo que
estamos observando, o a lo que estamos comiendo, pues nuestros pensamientos se
encuentran en otro lugar. Se trata pues de una práctica de “atención”
utilizando todos mis sentidos sobre aquello que tengo delante: atención a los
objetos, a la naturaleza, a las personas, a los olores, al gusto, a lo que veo
tratando de responder a lo que cada momento requiere de mi de manera lenta,
concentrada y consciente.
La práctica del mindfulness tiene sus orígenes en el budismo que considera la conciencia
plena como una de sus prácticas fundamentales. No se trata pues de un método de
auto-ayuda donde uno sólo se concentra en cosas buenas, en emociones positivas,
sino más bien en una conciencia que abraza lo que tengo adelante, una aceptación
del momento actual con todo lo que trae, sin cargarle sentimientos del pasado o
del futuro. Una aceptación que implica además un comportamiento moral y ético
en cada situación.
Sin embargo, creo que esta práctica no
sólo es patrimonio del budismo sino que también podemos encontrarla en la tradición
cristiana. Quizás los que venimos de una tradición occidental podríamos ahondar
más de cerca en palabras claves de Cristo (seamos cristianos o no): “No os
preocupéis del mañana que el mañana se preocupará de sí mismo”. “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino”. Ambas frases de Jesucristo invitan a
una actitud más relajada por el futuro y a un desprendimiento del pasado.
Lo que tenemos
delante es el presente y sólo el presente. No les niego que cuando respondí a
mi amiga sobre el estado de paz que voy experimentando esto se lo debo a mi fe.
Esta técnica del mindfulness se une con mucha armonía en un hilvanado perfecto
porque siento que mi existencia toda está protegida por un Padre que cuida de
mi y me protege. La dimensión religiosa del ser humano aunque muchos lo
consideren un absurdo da un sustento confiado ante una existencia tan
vulnerable, mi vida no sólo está en mis manos. Pero aún así, es interesante que
esta práctica secular del mindfulness no requiere una creencia, sino que se
trata de un elemento humano que ayuda a todos, creyentes y no creyentes a que
seamos mejores personas y a que vivamos un poquito más esa paz espiritual.