Ayer una persona señaló tener miedo dejar salir su ira
porque no era “cristiano sentir ira”.
¿En qué momento de la historia se tergiversó la pasión de la
ira como algo no cristiano, malo y poco caritativo?
¿En qué momento nos olvidamos que Cristo llamó a los
fariseos “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados”, “hipócritas” y tiró las
mesas de vendedores en el templo?
¿En qué momento perdimos el rumbo para saber cuándo permitir
que la ira nos mueva como un motor de cambio, un límite que los otros necesitan o una protesta contra todo abuso e
injusticia?
¿Es que acaso esa represión de la ira no es una complicidad
muchas veces con los potentes que calmando una reacción iracunda controlan a
los demás?
Muchas cosas me hacen sentir ira y me alegro de tenerla:
Me da ira que la mentira se haya institucionalizado en
ciertas mentes y corazones.
Me genera ira cuando alguien llama “selección natural” a la
muerte de la madre y tres niños ahogados por el gas de un automóvil.
Atrae mi ira los gobernantes que diciendo servir al pueblo se
gastan todo el dinero de la gente en frivolidades o lo guardan para enriquecer
sus bolsillos.
Me da ira que personas en nombre de Dios abusen de niños y
adolescentes y luego otros los cubran para salvar una institución, olvidando que sólo la verdad salva y sólo la justicia amorosa puede traer la verdadera sanación.
Me da ira que pocos defiendan la suerte de los más
desfavorecidos.
Me genera ira que poderosos y astutos engañen a las personas
más buenas e indefensas para sus propios fines.
Atrae mi ira toda injusticia, maltrato contra cualquier
persona indefensa.
Y como bendigo esta ira, haré siempre y todo lo que esté en
mis manos para que ella se convierta en voz de los que no tienen voz, en mano
abierta y corazón dispuesto para proteger con todo mi ser a quien se cruce en
el camino de un pequeño.
¡Bendita ira la que se enfurece contra todo daño o maldad y
hace algo para remediarlo!
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