Escucho
a gente que dice que la ancianidad es horrible, que no les gustaría llegar a
depender de los demás, o a sentir que las propias facultades se van minando
aceleradamente. Obviamente que hay situaciones en la ancianidad muy difíciles y
que nadie las querría. Sin embargo, hoy me encantó escuchar a mi padre decirme
que si seguía así, le gustaría llegar a los 100 años.
Ni
la falta de visión clara y oído, ni su paso lento le es obstáculo para seguir disfrutando de la
vida e incluso hacer que ella se convierta en un reto de valientes.
La
falta de visión la ha suplido con el tacto y su aguda inteligencia. Como buen
matemático todo lo tiene calculado: desde los pasos de un lugar a otro, pasando
por los distintos muebles que le van sirviendo de apoyo hasta llegar a las
ligas que usa para subdividir cajas, cajitas y estuches donde ordenadamente
coloca todo lo que le hace falta y tiene que tener a la mano.
Siempre
de niña sabía que cualquier cosa que necesitaba él la iba a tener y aún sigue
siendo así. Si necesito un imperdible mi papá, unas tijeras mi papá, un gebe,
un clavo mi papá, pues él lo tiene todo
ordenadito en distintas cajitas y envases.
Su
sentido del humor hace que todos nos riamos en la casa. Especialista en poner
apodos. Sabe reírse de las desgracias. Me gusta su corazón de niño cuando
inventa palabras y se inventa ideas. Me
encanta verlo antes de almuerzo sentadito frente a su estéreo escuchando y
cantando junto a Frank Sinatra.
A
veces en silencio entro a su cuarto y lo veo sentadito con su mirada perdida.
Si bien ha perdido visión parece que sus ojos del alma crecen con cada año que
pasa. Le pregunto –¿qué haces? Me responde: “pensando”. Y puede quedarse ahí
horas meditando con su lapicero y su portafolio de ingeniero poniendo por escrito
cada página numerada sus distintas reflexiones. Le gusta acuñar aforismos, fruto de muchas experiencias y de una gran profundidad de espíritu. El
último fue: “lo más seguro de la vida es la inseguridad”. Y luego se ríe cuando
lo vive en carne propia.
El
genio no se le va. Ya sé a quién salí.
Nunca
he visto a mi padre aburrido. Es un hombre independiente pero con el corazón
tranquilo porque está seguro de sus afectos y de lo mucho que lo queremos.
Ah
viejo, nos pones a tus hijos la vara bien alta.
Si
soy como tú también me gustaría llegar a los 100 años.
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