Sus
ojos cristalinos verde agua se cruzaron con los míos. Ambas llorábamos en una
mezcla de amor, ternura, pena y conmoción. Una vez más como tantas veces nos
despedíamos. Le decían que no llorara, pero ella con esa libertad de siempre dijo:
-“no se puede sonreír cuando se siente pena”-; porque esta mujer de mirada
fuerte y tierna ha vivido siempre con el corazón en la mano poniendo nombre
propio a cada experiencia. Hace unas semanas me comentó: “extraño a mi mamá. No
hay cuidados como los de tu madre cuando uno está enfermo”. Ella, no le teme a
tocar todo sentimiento humano y a sentirse hija cuando ya es abuela y a extrañar
a su madre.
“¿Qué
te interesa mamá en la vida? Le pregunto. “Las personas” me contesta. Y es
verdad. Ella siempre ha vivido para sus hijos, para su familia, para los demás.
“¿Cómo estará tu tía? ¿Cómo habrá quedado Sofía de la operación? ¿Cómo se
sentirá tu primo con este cambio? ¿Cómo le habrá ido a mi nieto en su examen?
¡Qué lindo tu papi, cómo está gozando con su equipo nuevo… y siempre su
pensamiento va a los otros. No por curiosidad. No por chismosería. Sino por
interés. Por generosidad. Por puro amor y ternura. Y por eso todos la queremos.
Mujer
que sabe reírse de sí misma. Y también de la vida. Su bondad e ingenuidad no le
quitan chispa y rapidez. Para tratar de consolarla de mi partida y como quien
da un argumento de razón le digo: “Bueno, tú te tienes que quedarte con tu marido
y yo me tengo que ir con el mío”. Y con sus ojitos vivarrachos que busca una
respuesta ante una sentencia justa responde: “Sí, pero el mío ya está un poco
desgastadito”. Y las dos soltamos la carcajada.
Y es
que en esos ojos cristalinos verde agua no sólo hay amor y conmoción, también
hay alegría y esperanza… por eso como ella siempre dice “se vuelve a vestir de
verde hasta nuestro próximo encuentro”.
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