giovedì 1 ottobre 2015

Olor a oveja

Charles de Foucald, un científico francés dejó la ciudad para compartir la vida con los tuaregs en el Sahara argelino y vivió una vida ermitaña en búsqueda de Dios y de los más necesitados.
Simon Weil, la gran filósofa que dejó la comodidad de su estudio para convertirse en una obrera agrícola y solidarizarse con la pobreza bajo la Segunda Guerra Mundial.
Henri Thoreau, filósofo americano se internó por dos años en el bosque, encontrando la felicidad en las cosas pequeñas frente a la decadencia de los valores mercantilistas de la sociedad americana.
Son innumerables los personajes de la historia que han dejado sus tierras en búsqueda de inspiración para reencontrarse consigo mismos, con la naturaleza o con Dios.

Y cómo los comprendo. Creo que una gran tentación de los intelectuales, filósofos, teólogos, humanistas o políticos es jugar con las ideas o las palabras sin contacto con la realidad. Simon Weil,  decía que el problema de la filosofía actual es que se había desligado del trabajo manual y que debíamos poner a éste en el centro de la cultura nuevamente.
El mismo Thoureau afirma: “Existen hoy en día profesores de filosofía, pero no filósofos. Para ser un filósofo no se trata simplemente de tener pensamientos sutiles, o fundar una escuela, sino amar la sabiduría a tal punto de vivir según sus dictámenes: una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y confianza”.

Este fin de semana estuve tres días en la granja de mi cuñado trabajando con mi marido en el “tailing” de los corderos. Se trataba de cortarles la colita a miles de corderitos recién nacidos. Mi experiencia ha sido que la realidad es mucho más elevada que las ideas. La realidad y el contacto con ella lleva a la verdadera filosofía.

Este fin de semana me ha dejado pensando, en ideas cargadas de sudor y por eso más reales:

Para trabajar la tierra es necesario tratar a los campos, los animales con respeto y dedicación. Un buen campesino es el mejor maestro de ecología.
Si tuviésemos la experiencia del trabajo de campo detrás de cada fruto que comemos, de cada chompa de lana que llevamos seríamos menos consumistas, más respetuosos con los bienes y el sudor con el cual se producen. Más austeros.
            Si somos jefes y tenemos personal que trabaja para nosotros sería bueno por un día hacer el mismo trabajo que hacen ellos para luego pagarles con dignidad. No por la ley del mercado, sino por la ley de humanidad que ha de recompensar el trabajo esforzado, valioso y cansador con un salario proporcionado.
-       El trabajo manual hace que uno se concentre en problemas reales y que baje intensidad a preocupaciones inútiles. Una mujer del campo de México cuando le pregunté cómo estaba me respondió: “Bien profe, no hay tiempo para pensar en los problemas. Tengo que dar de comer a mis hijos”. Esa frase que se me quedó grabada la entendí bien estos días, cuando al llegar al final de la jornada estábamos agotados de 8 horas de trabajo duro y manual en el campo. 
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Como diría el Papa Francisco, la realidad supera las ideas.

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