Estudié
teología. Estudié sobre la vida consagrada y viví la vocación a ella. Consagré
25 años de mi vida al Señor. Pero hay cosas que solo se entienden viviéndolas.
Mi concepto de vocación era algo estático. Desde niña sentí la
llamada de Dios. Para mi significaba que Èl desde toda la eternidad me invitaba a seguirlo para siempre en un estado
de vida. Esto enseñé, practiqué y viví.
Sin
embargo, hay ciertas vidas de hombres y mujeres de fe que demuestran lo contrario,
¿Qué pasó con Santa Rita de Casia, Concepción Cabrera de Armida, Juana de
Chantal y otras más? ¿Qué pasó con Madre Teresa de Calcuta, Teresa de Ávila y otras que cambiaron de institución? ¿Qué pasó cuando una persona vivió el matrimonio y luego
se decide entrar en un convento o al revés? ¿O de una institución pasa a otra o inicia una nueva? ¿Es que nunca tuvieron la vocación
al matrimonio o nunca tuvieron la vocación a la vida religiosa. o a una concreta congregación?
No
lo creo. A lo largo de todo lo vivido he ido profundizando en lo que significa
“la vocación”. Ante todo creo que ésta es la historia y la alianza de amor
entre Dios y cada persona humana. Y en esta historia de amor “los caminos de
Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros”. Yo pensé que
viviría y moriría como laica consagrada. Nunca he pensado que me equivoque de
vocación. La sentí de niña y la sigo sintiendo ahora de adulta. Me sigo sintiendo
llamada por El, elegida por El para ser un instrumento más de su amor en el
mundo. Sin embargo, Dios no puede ir en contra de la libertad humana, de los
errores, de las debilidades de los hombres y de las instituciones. Y así, la
historia parece no tener sentido, porque se desvía de su cauce original.
Cuántas
veces me pregunté, ¿es que yo escuché una llamada que no era Dios? ¿Es que Dios
se olvidó de mi? ¿Cómo hará ahora para arreglar la historia cuando hubieron
personas concretas que me decepcionaron del camino emprendido? ¿Cómo seguir
cuando uno no siente más la inspiración o no comparte ya el mismo carisma? No
critico a quien se mantiene en la institución. Admiro tanto a los que se han
salido como a los que se han quedado, habiendo todos sufrido una gran
decepción. Todo el cuerpo sufrió desde el dedo mequiñe hasta la cabeza. Y todos
sufrimos y en eso hemos compartido la misma suerte. Todos estaremos ante Dios y
a todos se nos juzgará por el amor y la verdad con la que vivimos.
¿Es
que acaso me equivoqué cuando decidí seguirlo? No creo. Pues aún sigo sintiendo
la llamada y mil veces volvería a elegir lo mismo. Como mil veces estaría donde
estoy ahora. Porque en el fondo, lo único que Dios quería es acercarme a El a
través de una historia misteriosa.
Yo
sentí que me llamó cuando apenas tenía 16 años y me encontraba en un viaje a
México en un crucero. Es ahí mirando al mar que le dije mi “si” definitivo. Y
de las aguas del Pacífico me llevó hasta
el Meditarráneo donde le volví a decir que sí en Roma. Y de Roma me devuelve a
México, tierra bendita donde nació mi vocación y donde hoy esta tierra me acoge
para poder entregar lo que arde en mi corazón.
Lo
que más me atrajo de la vocación a la vida consagrada era la dimension laical.
Y créanme que nunca como hoy puedo vivir esta vocación en toda su plenitud. Soy
totalmente laica, y por ser enteramente laica me siento que puedo ser toda de
El.
Me
siento llamada a compartir mi vida con un compañero en el camino y por ello la
dimensión laical la puedo desplegar a 360 grados. Pues es en el matrimonio por
excelencia que me es permitido vivir a través del amor humano el amor divino, viendo
en el otro al rostro del mismo Dios. ¿Qué más laico que esto? ¿Cómo no llamar a
esto una consagración del todo laical? El corazón entero a Dios, porque entero
a una persona. El corazón entero a una persona porque entero a Dios.
Cosa
curiosa. Cuando me hablaban de evangelización y de grandes horizontes, yo
siempre pensaba que me bastaría hacer bien tan solo a una persona para sentir
que mi vida valía la pena.
Hoy
me encuentro con un rostro concreto ante el cual estoy llamada a hacerle el
bien, hacerlo feliz y cumplir lo que dice el Evangelio en una persona concreta:
“tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, enfermo y me
visitaste”, triste y me consolaste, solo
y me acompañaste, desalentado y me animaste, molesto y me calmaste, alegre y
reíste…
Tal cual todo. He vivido en carne propia todo lo que describes. Te agradezco este hermosísimo testimonio cara sorella
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