Cuando era adolescente no existía el iphone, ni el what’s app, ni
el mail, ni el Facebook… así que si algún chico te enamoraba además de los
encuentros que se daban durante el día, la tarde o la noche eran perfectos para
pasar largas horas al teléfono. Mi mamá, como todas las mamás del mundo se
sorprendía de la capacidad que teníamos de hablar por teléfono y obviamente se
preocupaba por las cuentas telefónicas.
Y es así. Cuando uno se enamora siente la exigencia de “narrar” al
otro la propia historia: “cuando era chiquita me corté el pie con un vidrio”,
“siempre íbamos a la Cantuta los fines de semana”, “mi papá estuvo gravemente
enfermo cuando tenía 9 años” , “desde pequeña quería ayudar a los pobres“, "no me gusta mi dedo gordo del pie" “hundía en la piscina del Regatas a mi vecina
porque era más gordita que yo”, “mi mamá me tenía que cantar la batalla del
calentamiento para levantarme en las mañanas”, “mis hermanos cuando era pequeña me apagaban las luces del
baño en la noche cuando me estaba duchando” y así las historias y las anécdotas
tanto de él como mías se volvían interminables.
Siempre me pregunté ¿por qué nos narramos tantas historias cuando nos enamoramos?[1]
Cuando uno está enamorado uno busca que el otro te conozca e intentas descubrir el misterio del otro: la
mejor manera es contándole tu vida y escuchando la suya.
El narrarnos es fundamental para conocernos mutuamente. Pero no sólo es fuente de conocimiento. La palabra tiene también la fuerza de volver a traer al presente lo vivido, de actualizarlo otra vez. Y la experiencia que tengo es que cuando narro frente a la persona que amo esos momentos dolorosos que viví, éstos se entrelazan con el amor de mi amante como quien cubriera todas estas ruinas con su compasión, su ternura y afecto. Todo se colma de paz, sobre todo esos momentos donde me sentí profundamente sola y desamparada y como por obra de gracia el habérselo contado hace que ahora cuando miro atrás esté todo lleno de su presencia y de su amor porque volvió a caminar conmigo lo que en un momento caminé sola. El pasado se transforma y se renueva por el amor.
El narrarnos es fundamental para conocernos mutuamente. Pero no sólo es fuente de conocimiento. La palabra tiene también la fuerza de volver a traer al presente lo vivido, de actualizarlo otra vez. Y la experiencia que tengo es que cuando narro frente a la persona que amo esos momentos dolorosos que viví, éstos se entrelazan con el amor de mi amante como quien cubriera todas estas ruinas con su compasión, su ternura y afecto. Todo se colma de paz, sobre todo esos momentos donde me sentí profundamente sola y desamparada y como por obra de gracia el habérselo contado hace que ahora cuando miro atrás esté todo lleno de su presencia y de su amor porque volvió a caminar conmigo lo que en un momento caminé sola. El pasado se transforma y se renueva por el amor.
El narrarnos es una dimensión de la vida que nunca se ha de perder
en la pareja. No bastó habernos narrado una vez tantas historias... pues vamos cambiando y el narrarnos es condición fundamental para acompañarnos el uno al otro en el cambio. El narrarnos es fuente de paz, de sanación, pero también es
fuente de interpretación del presente y de compromiso ante el futuro.
Cuando le narro algo a mi marido donde él no estuvo presente o él
me narra algo ambos interpretamos el hecho para que este sea reconfigurado a
través de los ojos del otro. El amor es también creativo y y recrea nuestra corta
visión dándole perspectiva a la los sucesos o a las interpretaciones.
Narrar también es promesa… pues le prometo lo que sueño, espero y lo que me propongo a través de mis palabras. Narrar y saber que el otro ya conoce la
historia me hace sentir en casa, en su casa, en mi casa.
Narrar es también una de las funciones más
divertidas para gozar de la irracionalidad de mucho de lo que nos pasa. Me
encanta en la mañana cuando de vez en cuando nos “narramos” lo que hemos soñado. Hoy le conté a Steve que ayer por
ejemplo, soñé que una cámara de televisión me grababa junto a Nadal quien hacía
una demostración de cómo jugar tenis. Yo era el conejillo de indias y a cada
servicio no le podía responder ni uno solo. Durante mi sueño pensaba “acuérdate
de la concentración que Steve dice que hay que tener cuando se juega tenis. No
pienses en las cámaras”. Era imposible. No lo logré. Hice un papelón en mi sueño.
Simplemente nos reímos de la idiotez de mi sueño. Y para eso
también es lindo narrarse.
[1] Mis amigos Giulia di Nicola y Attilio Danese lo respondieron en
su libro cuando explican la importante función narrativa en la pareja.
Nessun commento:
Posta un commento