Desde primaria, como a los 12 años, comence a ir a las girl guides, muchachas guias que conformaban una asociación paralela a las Girls Scouts con la diferencia que se trataba de una afiliación católica.
Todos los sábados en el local del Colegio Carmelitas nos juntábamos. Recuerdo que mi papi me llevó a la tienda de muchachas guias en el local del Av. El Ejército en Miraflores para comprarme mi uniforme de guía intermedia. Se trataba de un uniforme azul añil, un blusa blanca y una pañoleta celeste. Disfrutaba cada sábado e iba con dos de mis vecinas y mejores amigas: Soledad Ramírez a la que siempre llamé Pelusa, y Pilar Ureta. Hicimos muchas amigas. Me encantaba ser una muchacha guía. Me fascinaban los retos, los juegos en equipo, las habilidades que se ganaban, los campamentos, el aprender a hacer nudos, fogatas, y cocinar al aire libre.
Los sábados en la mañana los esperaba con ansia. Cuando pasé de guía intermedia a guía mayor tuvimos que cambiar de uniforme y local y pasar a la sede del San Silvestre. Mi entusiasmo ya no era el mismo pues estaba ya en la adolescencia y mis intereses estaban cambiando; aún así seguí en contacto y de vez en cuando aparecía en las reuniones.
Al salir del colegio recibi una llamada en que me contaban que las Muchachas guías participarían en la Conferencia Mundial sobre la Mujer en Nairobi en la reunión paralela de las Organizaciones no Gubernamentales. Ese año habían escogido al Perú como nación que representaría a las Muchachas guías en el mundo. Habría que dar una pequeña conferencia en unas de las cientos que habrían. Así que el concurso se abrió y me dijeron si quería participar. Tendría que escoger un tema y darlo frente a un jurado que elegiría a la ganadora. Me dediqué a escribir una composición que llamé: ‘Educar en el ser y no en el tener’. El día de la evaluación mi papá me llevó y me sentí bastante tranquila y confiada.
Efectivamente gané el concurso y fui escogida para ir a Kenia a participar en la Conferencia sobre la mujer. Sin mucha claridad, empezé a participar en esa ola de mujeres que por decenios siguen luchando por la igualdad en la dignidad de la mujer en todos los aspectos de la vida y la sociedad.
Mi primer impacto de Nairobi fue el contemplar su suelo: la tierra tenia un color naranja rojizo que otorgaba a toda la ciudad un matiz alegre y vibrante fruto de su fuerte concentración de hierro.
Tenía 16 años y estaba llena de sueños, ilusiones y una gran alegría y curiosidad en descubrir el mundo y seguir tras los pasos de Jesús.
No sabría que me esperaría un largo camino por el cual en lugar de servir a quienes más necesitaban se convertiría en una falsificación del auténtico seguimiento de Cristo y la anulación de mi vitalidad y alegría.
Casi 40 años después, en enero de este año regresé a Nairobi. Y mientras lo que más me impactó en mi adolescencia fue su hermosa tierra, esta vez quedé prendada de sus cielos y la inmensidad y altura de ellos así como una luz que sólo he visto en África. El mundo se ve más luminoso.
Créanme. Volví a sentir una alegría como la que sentí cuando fue por primera vez a África. Sentí una felicidad difícil de explicar. Me sentí amada y abrazada por Africa y su gente. Me sentí abrazada y confortada por estas grandes y muchas veces olvidadas mujeres... que para mí son las preferidas de Dios.
Era bueno ver cómo juntas crecíamos y se despertaba una mayor conciencia de luchar contra todo tipo de abusos.
No creo que se tenga que esperar a la muerte para resucitar. Me siento resucitada, viva. No más la niña de 16 años, pero sí con la alegría de esa jovencita que sólo quería compartir con los demás la liberación que Jesús traía.
Fue tanto lo que perdí, fue tanto a lo que morí y sólo bastó las palabras de una de estas mujeres para que esa Rocío en sus 16 años, con todo ese deseo de hacer algo por el mundo se levantara desde un rincón perdido en su corazón. Me despedí de esas bellas mujeres y una de ellas alzó la voz y me dijo: “eres una de nosotras” y volví a ver a esa feliz adolescente Rocío convertida ahora en una mujer.
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