mercoledì 30 novembre 2011

El mirlo hablador



Era una tarde apacible del octubre romano cuando la brisa es aún suave y los atardeceres bajo el Tíber acompañan a los trasteverinos en sus jornadas otoñales. Pepe, arquitecto de profesión, activista político del entonces partido comunista en los años convulsionados de los 70, había dominado con su liderazgo romano los avatares políticos, sociales de esa parte del Tíber. Cejas pobladas y canosas, mirada inteligente y perspicaz, de baja estatura pero robusto. Descuidado en su vestir, salvo raras ocasiones donde le provocaba ponerse el terno aunque no tuviese ningún compromiso o llevar una corbata de seda lila o una chalina de lana inglesa. En medio de una conversación solía soltar una carcajada contagiosa. Con su sonrisa bonachona dejaba traslucir sus dientes frontales un poco separados y hacía perder el miedo ante una primera apariencia hostil. Desde hacía cuatro años caminaba con dificultad debido a un derrame cerebral. En esa ocasión, sus fieles amigos lo rodearon por días enteros en el hospital San Camilo pues no sabían que consecuencias habría tenido para su salud. El derrame sólo le dejó una cojera pronunciada como rastro que Pepe podía ser siempre golpeado por las batallas de la vida pero nunca vencido. Se negaba a utilizar bastón a pesar de la dificultad que suponía caminar por los adoquines del centro del Trastevere. Refunfuñaba a cualquiera que le aconsejara en este sentido pues para él era una cuestión de orgullo personal. Jamás querría aparecer mayor de los sesenta y ocho años que llevaba con orgullo. Solía argumentar a su favor, que el bastón estaba hecho para las figuras esbeltas y delgadas que podían lucirlo con elegancia, no para tipos como él.

 Era difícil convencer a Pepe de salir de las murallas aurelianas. Parecía que quería concentrar su amada Roma en el pequeño espacio de su estudio. Éste se encontraba a una cuadra del río, frente al puente roto de la época romana. Era un primer piso que había sido parte de una casa construida en 1870. Desde que llegaba en la mañana hasta casi la media noche, el estudio estaba con la puerta siempre abierta a la calle. Era un espacio relativamente grande, aunque todos los libros se rebalsaban de los diversos anaqueles; al entrar uno se topaba inmediatamente con una diosa griega sin cabeza en mitad del cuarto; varios corchos diseminados en las pocas paredes libres que quedaban con diversas fotos. En ellas se podía apreciar algunos trabajos arquitectónicos de su amado Tíber y de la zona de Fiumicino. Quien sabe por qué, este lugar generaba en todos los turistas que pasaban una especie de curiosidad, admiración y misterio. Si alguien le preguntaba a qué se dedicaba respondía que buscaba lograr traducir el diseño arquitectónico en música. Había realizado un proyecto interesante con un puente sobre el Tíber. 


Y ahí estaba Pepe, sentado en un escritorio rodeado de papeles, con el polvo por doquier. Varios libros abiertos y él jugando pacíficamente su solitario con concentración y detenimiento. Se detuvo un momento pensativo y nostálgico. ¿Qué hubiese sucedido hace cuarenta años si en el primer año de matrimonio no hubiese tomado sus maletas para nunca regresar  en la primera discusión con su esposa, cuando le dijo furiosa que se fuera de casa? Si, todos estos años había gozado la libertad que tanto buscaba. Aunque pensándolo bien, a esta edad de la vida era conciente que la misma libertad tenía sus propios condicionamientos. Sin embargo, no se arrepentía de ello. De pronto tuvo una sensación extraña, como una especie de electricidad por todo el cuerpo. Un escosor repentino. La misma sensación que tuvo el día del extraño encuentro con el mirlo.
Tenía ahí tan solo 48 años. Las mujeres que habían pasado en su vida no eran muchas, pero tampoco eran pocas. Ésta se llamaba Costanza. Y Pepe había decidido darle una sorpresa. La llevaría en el caluroso agosto romano a transcurrir unos días en Raballo, Santa Margarita en Liguria, en una casa cerca al mar. Decidió alquilarle un cuarto a una señora viuda.
Cuando Costanza y Pepe llegaron a la casa en un sofocante 10 de agosto, los recibió la anciana y el mirlo que se encontraba en una amplia jaula.
La mañana siguiente Pepe se alzó y despertó tiernamente a Costanza. Decidieron ir a hacer una caminata frente al malecón. Él la esperaba en el pequeño salón marino. Ya habían pasado más de quince minutos y Costanza no salía del baño. Pepe empezó a gruñir. ¿Así sería el resto de la semana? Frente al salón había un pequeño patio. En él se encontraba el mirlo que silbaba de vez en cuando. Pepe, aburrido comenzó a silbar y el pájaro le replicaba. Se inventaba nuevos silbidos y el mirlo los repetía a la perfección… una y otra vez, parecía convertirse en una especie de competencia. Empezó entonces a silbar piezas pequeñas y el mirlo respondió con destreza. Maravillado Pepe quedó en silencio. De pronto, el pájaro silbó largamente y después comentó con mucha claridad: "¿Y ahora qué?".
Pepe quedó consternado todo el día. Costanza le preguntó qué le ocurría. Le contó con detenimiento lo que había hablado con el mirlo. Ella lo miró con escepticismo y con una sonrisa irónica. Pepe siguió pensando en el extraño hecho todo el día. ¿Cómo era posible? Este pájaro tenía un cerebro más chico que una alverja y sin embargo le había hecho descubrir una sorpresa que de vez en cuando la naturaleza reserva.
Costanza no había dejado ninguna huella profunda en su vida, pero el mirlo sí. Costanza no le había creído, el pajarraco había dialogado con él. Recordó esta historia. Recordó a su esposa. Pasó revista a las mujeres que habían pasado por su vida. Y sí, ahora se encontraba solo.  Pero no podía dejar de sonreír ante el pensamiento que un mirlo le había hablado.

sabato 26 novembre 2011

¡Vi su rostro!



Soy de esas personas que en cada acto que realiza tiene que experimentar vivamente el sentido de lo que hace. No sé si es un defecto o una virtud. Es simplemente un dato de mi realidad. La lectura de Levinas, ese gran filósofo judío me ha ayudado enormemente. “Face to Face with Levinas”. Se trata de una entrevista.

 Las personas de origen hebreo tienen una mente privilegiada, una profundidad que pocas veces encuentro en otros autores. No hay nada que hacer. Israel fue el pueblo elegido.

Levinas desarrolla la filosofía del “otro”. Para él la filosofía ética precede incluso a la búsqueda de la verdad y a la epistemología. Digamos que entre todos los trascendentales le da preferencia al bien, sin descartar obviamente ni la unidad, ni la verdad ni la belleza. Quizás lo que me llame la atención no es tanto su opción por la filosofía ética, sino la exigencia tan fuerte que percibe del reclamo del bien. Para él, la relación con el “otro” es una llamada que me exige responder y responder con responsabilidad. Hay como una dimensión infinita en la alteridad del otro: “To be oneself is to be for the other” (ser uno mismo es ser para el otro)
Y creo que su reclamo del bien me apela enormemente en un tiempo en el que como decía Mounier “la causa de la verdad no se distingue a veces de la causa del error sino por el espesor de un cabello”. Sé bien que siempre tendremos que caminar en la oscuridad y en la duda, pero creo que la filosofía de Levinas puede ayudar a discernir la verdad en el espesor de un cabello… justamente confrontándola con el bien. Sólo algo es verdadero si es bueno, o podemos descubrir la verdad profunda de alguien a través de su bondad. Quizás éste es ahora el desafío más interesante de la existencia. Hacer que esa verdad en la que se cree sea realmente hecha toda bondad. Y hacerse bondad es como diría Levinas reconocer el “rostro del otro”, escuchar “la llamada del otro” y “responder responsablemente al otro”. Creo que sólo tratar de vivir una jornada entera en su más honda radicalidad esta llamada es morir seriamente a la propia naturaleza egocéntrica. Y es responder al otro pero sin siquiera por ello hacer un acto reflejo hacia el yo porque está haciendo el bien. El fariseísmo es siempre una tentación. No puedo reducir al otro a una cosa, sino que tengo que hacer silencio para que su rostro me invada con todo su gemido: deseo, necesidad, límite, herida, fragilidad, dolor, ilusión, esperanza…
Solemos pecar de simplones. Se suele etiquetar a todos y de esa manera sentirse seguro. Lo que aquí en Lima se llama en jerga “rajar”, y quien lo realiza “rajona” o “rajón”. El etiquetar a alguien es también la manera fácil de explicar una realidad que me es desconocida o misteriosa, o que simplemente es "diferente" y por tanto acentúa la asimetría de toda relación.  Al no entender la intención profunda que mueve una persona hacia una dirección se prefiere inmediatamente tacharla pues su acción me confronta o simplemente me desestabiliza porque quiero la unidad con el otro y no la logro por que el otro es el "otro".
Pero si yo dejara que alguien apareciera ante mi, sin que yo no ponga ninguna barrera, ni etiquetaje significaría que en ese momento le tengo que brindar mi mayor respeto, o mi mayor caridad, o mi mayor compasión, o mi honda admiración o simplemente no poder emitir ninguna palabra por que es diferente a mi… quizás todas esas actitudes implicarían una muerte verdadera de mi ser. Si veo alguien que me supera realmente  tengo que admirarla con respeto, lo que implica un acto de verdadera humildad. Si una persona realiza un acto repugnable entonces su verdadero rostro me pedirá profunda compasión y perdón, sentimientos que implican una real muerte. Si me encuentro ante una actitud que no entiendo tendría que guardar en el alma el misterio del otro y  morir al deseo de controlar la realidad.  Efectivamente, “exponer mi ser a la vulnerabilidad del rostro del otro es poner mi derecho ontológico a la existencia en cuestión”. 

Y aquí retomo la frase del inicio y por qué escribí este post. El buscar reconocer “el rostro” del otro y responder con responsabilidad ante su llamada da sentido a cada pequeño acto de la jornada: reconocer al que me cuidó el carro, a la señora que trabaja en la casa, a mis padres necesitados, a la voz amiga, a la hermana entrañable, al joven sobrino en búsqueda, al misterio de un amigo que vive de la música, al pobre que extiende su mano… Como diría un dicho judío: “las necesidades materiales de los otros son mis necesidades espirituales”. Cuán mendiga me siento. Y cuánto hoy he recibido. 

venerdì 28 ottobre 2011

¡Qué sonidos!


Hay sonidos amigos que saben a infancia, que se sienten como juego conocido,
que se ven con rostro maternal, y que se escuchan como sonidos del alma.

Esos son los sonidos que cada quien guarda secretamente y que al ser evocados hacen eco dentro para recordarnos que no estamos solos en este mundo, que le pertenecemos y que  al reconocerlos después de no haberlos escuchado por mucho tiempo, podemos regresar y abrazarlos como si fuera ayer.
En mi vida son pocos. Pero valen.

La corneta del heladero. Gran tradición peruana, aunque de origen italiano. Un luchador, de esos que inmigraron en busca de oportunidades y que con una carretilla llevaba los helados D’onofrio. Una carretilla amarilla con una corneta inconfundible… una corneta que se paseaba por todas las calles de Lima, sea de invierno o verano y que a todos nos hacía salir corriendo de nuestras casas para comprarle un helado en verano; los que habíamos ahorrado nuestra propina pensando en su llegada podíamos darnos hasta el lujo de comprar un Frío Rico o como gran hazaña la Copa Esmeralda, ese helado de vainilla que traía todos los tesoros que podía ser posible encontrar en un helado: trozitos de chocolate, maní, mermelada de fresa y al final de la copa el anhelado merengue… cada capa era un descubrimiento. ¿Qué más se le puede pedir a un helado?
Pero la corneta también nos acompañaba de invierno, pues el heladero seguía siendo heladero aunque vendiera sólo golosinas de invierno: dígase Sublime, Princesas o Sorrento (pero más grandes, como los hacían antes). Un sonido que unía las cosas más simpáticas de la vida: el llegar del colegio y estar viendo Hechizada o mi Bella genio y sentir la corneta del heladero e ir corriendo porque ya lo conocíamos, por que teníamos cuenta con él y nuestros pobres padres los fines de mes tenían que pagar nuestros helados diarios o chocolates invernales. El heladero representaba todo lo bueno que un niño podía desear: el engreimiento de tus papás, el rostro fiel del amigo que viene desde lejos, desde unos barrios que tú no conoces y que a diario viene a traerte lo que tanto quieres, el dulce que ameniza una tarde y el juego de treparse en esa carretilla para ver hasta el foooondo todos los helados que tenía.

El sonido dominical. Es un sonido único. ¡Tamaaaaales, ricooos tamaaaaaales! Es el sonido del descanso, del día en que todos nos levantamos tarde, no se trabaja, se toma un desayuno rico donde mi papá prepara los huevos revueltos, donde se toma un cafecito cargado junto a un tamalito caliente que llega a tu casa en unos canastones gigantes que nuestro negrito coquetero y salsero carga por Miraflores. Es el sonido que si bien te alza, son de esas levantadas que después puedes quedarte en pyjama porque es domingo y porque después del desayuno con el periódico en mano seguirás descansando. Es el sonido de ese negro que es toda sonrisa blanca que sabe que todos estamos en la casa, que nadie quiere salir, que todos lo esperamos a él, pues un limeño no se niega un tamalito el domingo. Más aún si viene acompañado con un par de bongoes, y un bailecito que entretiene al comprador.

Tengo un sonido que hace mucho que no lo escucho. Y lo extraño. Me hace falta: “revolución caliente para rechinar los dientes”. Es el sonido típicamente limeño, del pregón de la revolución caliente, que pide dejar las puertas abiertas para que él pueda vender sus revoluciones. Esos dulcecitos de anís. Suaves y tiernos. Que llegaban con un farolito iluminando el paso de quien vendía. Estábamos en clase de guitarra con el famoso profesor Jorge Arrieta. Él prometía a quien tocara bien una bolsita de revoluciones. ¡Qué esfuerzo para ganar el premio! Qué sabor, sabor a antiguo, sabor a Lima, sabor a tradición, sabor al costumbrismo que extraño de mi amada ciudad.


El avión sobre nuestros techos. Sonido nostálgico. Como la nostalgia de los aereopuertos. ¡Cuántos se van y cuántos regresan! Si alguien pudiese recoger los sentimientos que tantos vivimos en el avión explotaría de la intensidad. No podría. Es el sonido de la espera. Es el sonido de por favor apúrate para llegar a ver al amor de mi vida, a mis padres necesitados, a mis hermanos del alma, a mis amigos entrañables. Es el sonido de por favor no quiero sentirte, llevas contigo a la persona que amo, me lo arranchas con tus turbinas y junto con él me arrancas las entrañas. Es el sonido del avión, de aquellas horas interminables en donde mejor se piensa, donde vienen las ideas geniales, donde tantos han escritos libros, ideado proyectos, llorado pérdidas y esperado pisar tierra. Es el sonido que te hace sentir  a Dios porque estás tocando las nubes, porque estás en el Cielo.

giovedì 20 ottobre 2011

Cerrar el círculo


 Hoy recibí un mail de una persona que había leído mi post anterior sobre la necesidad de no pensar tanto en nuestros problemas y entregarnos con amor a los demás. Y escribió algo interesante:

“Tu recomendación del cierre del texto debería ser ocupada por mucha gente, pero tengo una pregunta...  ¿qué haces tú con tus problemas? 
Necesitas o ser muy fuerte o tener una persona que siga tu mismo método y que esté presente cuando tú puedas necesitar ayuda o alguien con quien conversar. Es necesario que sea aplicado por mucha gente de modo que sea algo circular y se pueda cerrar”.
Esta reflexión me pareció muy sugerente. ¿Qué haces con tus problemas? Luego añade dos posibilidades. Quisiera rebatir la primera: "Necesitas o ser muy fuerte…"
 En esta frase hay que aclarar un punto. ¿Qué cosa significa ser fuerte ante los problemas? A veces comprendemos la fortaleza como la capacidad de no mostrar nuestras debilidades, sellarlas dentro y lograr enmascarar ante los demás el dolor con una sonrisa que señala el control de la situación. Ser fuerte interiormente está muy lejos de lo que normalmente se entiende por fortaleza.
La fortaleza es la virtud que nos invita a ser pacientes en el sufrimiento. Paciente viene del latín “passio”, que significa pasión, dolor. Paciente es aquél que soporta con constancia y reciedad el sufrimiento tanto físico como moral. Por ello a los enfermos también se les denomina pacientes… pues tienen que sufrir el dolor físico.
Como señalara Santo Tomás: “La paciencia se juzga grande en dos circunstancias: o cuando uno soporta grandes adversidades o cuando se sostienen adversidades que se podrían evitar pero no se evitan”. La primera circunstancia no necesita explicaciones. La segunda circunstancia que señala Santo Tomás no hace referencia a una búsqueda de sufrimientos inútiles, sino más bien a la aceptación de una adversidad que se podría haber evitado pero que por valores más altos, por principios morales o por amor heroico hacia los demás es aceptada.
Creo además que un elemento clave  de la paciencia ante las adversidades es su relación con el tiempo. La paciencia viene del verbo pazientare, es decir, de saber sufrir con serenidad las contrariedades de la vida.
La paciencia es necesaria en los sufrimientos y en las dificultades concretas de la existencia. A veces son sufrimientos físicos, otras son sufrimientos causados por los demás o por las circunstancias y otros son el resultado de nuestras mismas acciones. Un problema tiene la característica de no avisarnos cuando llega ni tampoco de avisarnos en qué momento terminará. La actitud normal de la persona es buscar que la situación termine lo antes posible. Es justo tratar de encontrar soluciones para resolver el problema. El punto es que, muchas veces hemos puesto todos los medios adecuados para que el problema sea resuelto pero nos tomas con la impotencia de no podernos librar de él. Es ahí, que necesitamos la fortaleza interior para soportar con valentía, sabiduría, sentido del humor, resiliencia el dolor que nos invade. 
Y este soportar con fortaleza no significa negar el dolor o huir de él. Todo lo contrario. La persona fuerte es aquella que reconoce profundamente su fragilidad, su vulnerabilidad y con sabiduría sabe llevar el momento difícil. Ha de saber como dice el eclesiástico "engañar el alma en el sufrimiento" y distraerse para no dar vueltas inútilmente. Hay que buscar personas que nos ayuden a llevar la carga, acudir a la oración, recargar energías con aquellas actividades que sabemos que nos motivan...
Y aquí va la segunda propuesta de mi interlocutor: “o tienes una persona que siga tu mismo método… para cerrar el círculo”.
La pregunta que se alza naturalmente es: ¿a qué persona elijo para cerrar el círculo? Como decía un monje británico qué importante es escoger bien con qué personas podemos abrirnos, dejarnos aconsejar y apoyar. Es el arte de saber elegir las amistades. Y cuántas veces nos equivocamos.
Por ello, no se trata de ir mostrando a todos nuestras heridas o sufrimientos. No podemos ser ingenuos. Desgraciadamente hay personas que gozan con el mal ajeno. Existe un mal común en Lima llamado el chisme y lógicamente, muchas veces preferimos callar pues no queremos estar en la boca de terceros. Otras veces no deseamos hacer sufrir a quienes ya con las justas pueden con sus propios problemas. Sin embargo, estos obstáculos reales no nos debe nunca hacer vivir a la defensiva. Más bien nos tienen que encaminar a la virtud de la prudencia. A saber quién o quienes son las personas con las cuales podamos compartir, abrirnos, confiar y enriquecernos mutuamente.
Es muy importante que no seamos esclavos de nuestra imagen de “fuertes” que nos imposibilita ser sinceros con los que más queremos.
Por lo tanto ante la pregunta ¿Qué haces con tus problemas? Si, el que me escribió tiene razón, suelo cerrar el círculo porque durante mi caminar siempre he encontrado personas buenas que han estado  dispuestas a darme una mano, un consejo, apoyo, solidaridad, oraciones. Recibo tanto amor de tantas personas que no puedo sino hacer lo mismo. Sólo me pongo a pensar en el día de hoy. He recibido tanto de muchas personas. Y creo que es estando abiertos a todo ese amor, afecto, pequeños detalles que nos llenamos de fuerzas para a su vez entregarlo. El secreto de la vida está ahí en los pequeños detalles.




mercoledì 19 ottobre 2011

Una buena terapia


Hoy me siento extraña. Vuelvo de la clínica. A mi padre le operaban los ojos. Algo muy sencillo. Sin embargo, mientras estaba en la sala pre-operatoria esperando que prepararan a mi papá escuché tres diálogos de tres diversas familias con parientes que estaban siendo operados una de un cáncer, la otra del páncreas y la tercera de una múltiple fractura. Quizás podría haber pensado: es la vida. Tarde o temprano nos pasa a todos. Sin embargo no me consuela.

He visto al papá sufrido por su hija con cáncer. El señor tenía los ojos cargados de lágrimas, las cienes hinchadas por la tensión, caminaba de un lado a otro señalando que su hija iba poniéndose más tensa al ver que la hora de la operación llegaba. El hijo de la mujer, un joven rellenito con la mirada nostálgica de hush puppies, confortaba al resto diciendo “está más tranquila”. Mientras una tía comentaba: “este chico es un tesoro, no sábes cómo tranquiliza a su madre”.

La segunda familia hablaba con el doctor. La situación era por lo que comentaban bastante grave. El doctor estaba tenso. Trataba de aliviar el dolor de la familia y sobre todo del marido que preocupado preguntaba por los efectos de la operación. Las explicaciones del doctor eran vanas, esas palabras que nuestros pobres y valientes médicos tienen que tratar de inventar para consolar lo inconsolable, para calmar lo incalmable, yéndose por las ramas para desviar un poquito la atención del sufrimiento familiar.

Y la mujer con fracturas múltiples. Salida de la sala de operaciones y recibida por su madre anciana. Esta mujer no tenía a nadie más. No había otro pariente que la recibiera o la acompañara.  Pobre mujer… ella quien debería ahora ser cuidada por su hija, tiene que seguir siendo una mamá que con su fragilidad recibía con ternura a su pequeña grande niña dormida aún por la anestesia.

No hay una respuesta ideológica al dolor humano. Cristo mismo no nos explicó el sentido del dolor con una parábola. Es uno de esos argumentos de los cuales no usó parábolas. Cristo sabía que era un misterio demasiado grande… por ello decidió vivirlo en primera persona. Recorrerlo como un mortal y experimentar lo que todos nosotros experimentamos.

Soledad, angustia, preocupación, solidaridad, miedo, dolor, compasión. Estas cuatro horas no sólo han servido para quitarle la catarata a mi padre. Me ha hecho recordar que cada día es un don. Que tengo que agradecer el don de la salud. Y que no puedo pasar por la vida huyendo del dolor ajeno sabiendo que todos los días salen por esas salas quirúrgicas miles de personas sufridas y adoloridas. No es para vivir entristecidos. Pero sí creo que todos los que gozamos de salud tenemos una gran responsabilidad. Tenemos que hacer que cada día que nos leventamos con fuerzas las usemos para el bien de los demás, para amar a cada uno de los que nos rodea. Y creo que por algo una de las sietes obras de misericordia es visitar al enfermo. Creo que cada semana debemos preguntarnos: ¿ tengo a alguien que conozco enfermo o postrado en la cama? 

Hoy conversaba con una prima mia de lo individualistas que nos habíamos vuelto los seres humanos, incluso con nuestros parientes más cercanos. Y razón no le falta. Nos miramos el ombligo: nuestros problemas, nuestras insatisfacciones, nuestros deseos incumplidos, nuestras tristezas o decepciones. Al ver el egocentrismo que vivimos, percibo que es como mala hierba. Hace ya un buen tiempo que tengo una terapia contra tremenda enfermedad. Si un día nos sentimos mal, cabizbajos o tristes inmediatamente hemos de preguntarnos: ¿Hay alguna persona que yo conozca que se encuentre sufriendo? Y coger el teléfono, el i-phone, el blackberry, el skype o cuanto medio tecnológico encuentre para buscarla. Cosa extraña. El amor hace pasar el propio dolor. Por que si nos ponemos a pensar, si bien es cierto el dolor es real, hay una dimensión que depende del espacio que le demos en nuestra conciencia y corazón. Por lo tanto cuanto más piense en mi dolor más me va a doler. Cuánto más me vuelque a consolar el dolor ajeno, mi dolor propio se transformará en amor y mi mundo cambiará de color.


mercoledì 12 ottobre 2011

El tiempo, el amigo olvidado








      ¡Me pareció genial este reloj! Las manecillas son la sombra que proyectan las tres bombillas. Algo así como que hay una dimensión nuestra del tiempo, algo que depende de la luz que le pongamos para que marque la hora.

      Hoy fui con mi padre y lo acompañe al médico. Y debo decir. No hay cosa que más me cueste como hacer una cola, esperar un turno y tener que “no hacer nada”. Así que en esta espera tediosa me puse a pensar en el tiempo.

      Nada que se construya con apuros tiene visos de futuro. Toda la realidad tiene un ritmo que no es el de nuestros proyectos, ideas o velocidades. En el stress de nuestras ciudades se valora la eficacia, los efectos palpables, los resultados inmediatos. Sin embargo, cuán fácil nos olvidamos que las cosas selectas de la vida no se encuentran corriendo detrás de ellas. A todo hay que darle tiempo: al conocimiento profesional, a un gran amor, a construir una familia, a cumplir una misión, a crear una obra de arte, a tener relaciones de amistades sólidas, a perdonar una ofensa, aplacar un dolor, aceptar el fracaso u olvidar un amor no correspondido. Todo necesita que el corazón esté abierto para dejar penetrarse por la realidad e irla asumiendo de a pocos. El tiempo tiene que entrar dentro como un compañero inseparable y no como un enemigo temible. Lo que buscamos nos llega como consecuencia…. Cuando se busca por lo que recibimos muy rara vez se encuentra.

      Somos arrogantes y soberbios no sólo con los otros sino también con el hermano tiempo. Queremos imponerle nuestras reglas, someterlo a nuestros estados anímicos, apresurarlo cuando se clava una pena en el alma, alargarlo cuando nos inunda la alegría, ajustarlo para que se multipliquen los instantes…

       Definitivamente hay una dimensión subjetiva del tiempo. Somos en parte nosotros los que lo llenamos de plenitud, brío y juventud o somos también nosotros los que lo avejentamos con nuestra desesperanza, pesimismo o apatía donde los segundos se vuelven horas y las horas siglos…

       Hoy estamos en una época que todos queremos negar el tiempo. Basta pensar en la búsqueda desenfrenada por parecer físicamente más jóvenes.  Algo ha entrado en la cultura que quiere matar el paso del tiempo. Hay un errado deseo que el tiempo se detenga. No lo valoramos como antes. No percibimos esta dimensión subjetiva del tiempo:  ¡No es algo extraño a mí, el tiempo está también dentro de mi! El tiempo es como un riachuelo que corre, que si es con sabiduría va limpiando a su paso todo lo que encuentra.

     Pero también hay una dimensión objetiva del tiempo. Una dimensión ante la cual tenemos que rendirnos obedientes y callados, con un silencio reverencial. Quien lee el Evangelio puede siempre encontrar una frase de Jesucristo: “aún no ha llegado mi hora”. Nunca se precipitó, nunca aceleró inútilmente una acción, nunca forzó una realidad para hacer que los hombres lo aceptaran. El se dejó moldear por el tiempo y la “hora” por excelencia fue la hora de su pasión. La plenitud del tiempo sólo se realiza en el amor. Sólo somos dueños del tiempo no cuando lo tratamos como verdugos, sino cuando lo colmamos de entrega y hacemos que un poco de eternidad entre en nuestro tiempo mortal.

       Si anhelamos ganar tiempo, aprendamos a perderlo.

giovedì 6 ottobre 2011

El fascinante don de la libertad




       Es fascinante toparse con nuevas fuerzas y ángulos del alma y el espíritu. Nunca dejamos de conocernos. Y es en los cambios de la vida y en las nuevas situaciones que nos conocemos con mayor profundidad. Cambiar de ciudad, trabajo, o ambiente hace que afloren en nosotros nuevas cualidades que antes no habíamos visto. Al mismo tiempo también se hacen evidentes defectos o limitaciones que antes no percibíamos. Pero lejos de estos cambios que suelen ser accidentales, creo que lo sugestivo es descubrir cómo la identidad de uno mismo permanece como un edificio sólido y estable, como una roca fuerte. Y uno se alegra profundamente porque se admira con estupor del don más maravilloso que tenemos: la libertad. Si, a todos y cada uno de nosotros, se nos abren cada día cientos de posibilidades de acción y decisión. A algunos les puede dar vértigo esta experiencia de libertad. A otros, antes que sentir la inseguridad del ejercicio consciente y responsable de la propia libertad prefieren rendirse ciegamente ante estructuras, ídolos o dinámicas sociales que decidan por ellos: todo tipo de dictaduras, desde la dictaduras que buscan dominar los corazones y las mentes, hasta la dictadura de la opinion de los demás, pasando por la dictadura del libre mercado y del relativismo imperante. Pero, ¡qué responsabilidad que tenemos de alejarnos de este tipo de condicionamientos y ejerzamos con audacia y con consistencia el maravilloso don de la libertad! Cuánta razón tenía San Agustín cuando decía “ama y haz lo que quieras”.

       En estos días he escuchado a amigas que tienen dificultad en educar a sus hijos. No saben cómo hacer para que opten libremente por el bien, por lo que es justo. Y es que creo que no podemos olvidar que hay dos elementos fundamentales para ejercer bien la libertad: los valores y las normas. Como señalaba Guardini: “el valor se vincula con lo dinámico, lo vibrante; la norma con lo estático, lo inmutable, lo absoluto; el valor manifiesta cercanía e interioridad, la norma distancia y altura; el valor suscita la estimación y la participación, la norma llama a la obediencia”. Ambas cosas, los valores y las normas se necesitan y se reclaman. Pero a veces en la educación de los hijos y en la propia vida nos volvemos unos moralistas con un sin fin de normas que asfixian el alma y reprimen el corazón, pues no nacen de la adhesión a los valores esenciales.


       Los valores se relacionan más con el centro del espíritu, con el corazón. Los valores se adhieren al alma por la belleza de su ser. Y por eso la libertad y su orientación hacia el bien permanecen intactas a pesar de los cambios. Ya puede hacer lo que quiere, porque “ama”. Y es que urge en nuestra sociedad, en nuestras familias amar los valores. Urge que los amemos en primera persona: amar el bien, amar la verdad, amar la justicia, amar la transparencia, amar el amor. Y amarlos no por un imperativo categórico sino porque me hago más persona, más yo.

       El mismo Guardini añadía: “Experimento como una liberación –si digo la verdad. Algo se eleva en mí, se extiende. Gracias a todo obrar moral el yo moral gana terreno en mí. Algo absolutamente íntimo deviene dueño de sí mismo. Está correctamente en el orden de lo que debe ser, en el orden moral”. Efectivamente, decir la verdad cuando lo exige el bien común es hacer justicia, y hacer justicia no es otra cosa que ordenar algo que en el pasado estaba desordenado. Por ello, la justicia es reparadora, porque vuelve a poner en orden lo que injustamente por opciones erradas había sido un caos y había dañado otras personas.

       El espíritu enferma no cuando el hombre se equivoca “sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, incluso si miente con frecuencia, sino cuando no toma la verdad como tal como algo que obliga, no cuando miente a otros sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces él enferma en el espíritu”. El espíritu enfermo no reconoce la belleza del bien, y la belleza le parece un bien superfluo.

       Qué aventura la de encaminar nuestras vidas y nuestra libertad hacia el bien y la verdad. Qué conmovedor ver cómo esa libertad se siente atraída por lo bello, por lo verdadero, por lo bueno. Y no soy ingenua. No quiere decir que no nos equivoquemos o que sintamos otras fuerzas que se contradicen y quieren traicionar la libertad. No quiere decir que no nos desviemos. Pero sí quiere decir que la libertad sabe a dónde volver porque lo exige la llamada arcana del propio yo.

       Soy feliz de ser persona.

lunedì 3 ottobre 2011

A un amigo





Se disipa el triste desconsuelo
cuando la trama de comunión
tejida con paciencia y desvelo
se reanuda con el hilo del perdón.

Son las lágrimas del fiel amigo
que al entrar en la tierra quebrantada
le recuerda de haber sido un riachuelo vivo
y la sequedad de hoy una nada

Es el rostro de Dios que se acerca
Hay fiesta en el alma porque se ama
Es todo un hermoso preludio ya tan cerca
De la gran sinfonía que nos llama

Son dos mendigos indigentes
Y la amistad un pedacito de pan confortante
Sus manos se alzan al Cielo suplicantes
Y ambos piden el agua vivificante

domenica 2 ottobre 2011

Vamos pa' delante




Acababa de llegar a Lima. Mi entrañable amiga Mónica E. - esas amigas de siempre que uno puede no haber visto por 20 años y al reecontrarlas es como si hubiese sido ayer - me llamó para caminar por el Regatas. Así que asumí el reto de caminar los 9 km, los cuales Mónica recorría con frecuencia. Íbamos concentradas en el  caminar y en la cháchara que nos envolvía. Me puso al día de los pormenores simpatiquísimos de cada uno de sus hijos. Me quedé sorprendida de los cambios limeños, por ejemplo cuando me comentaba la complejidad en la que se ha convertido organizar un cumpleaños para una hija: toda una empresa entre local, animadores, personajes de los cartoons de moda, etc. Recordábamos cómo en nuestros cumpleaños bastaba pop-corn, unas cuantas gelatinas, petipanes con pollo y todos los niños corriendo como locos jugando a policías y ladrones y listo el cumpleaños.

Mientras conversábamos nos encontrábamos  por el muelle de la playa número 1. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijo ¿has visto esa ave? La vi detenidamente y quedé atónita ante su presencia. Me volteo y le digo: “es el pájaro limeño”. Es el pájaro de Lima. No son los gallinazos de Ribeyro. El escritor quiso expresar en su cuento la pobreza de nuestros barrios con los gallinazos que rodeaban el muladar. Pero en cambio, este pájaro envuelve todo el pueblo que vive en Lima: ricos y pobres, micios, menos micios y pitucos, cholos, negros, chinos y blancos. Por que todos somos así. A todos nos cubre la neblina limeña pero todos despuntamos con una acogida y una chispa que nos caracteriza.

Es que este pájaro es él mismo un contraste: todo gris, como el cielo limeño, pero al mismo tiempo ¡qué color en la cabeza! Rojo, amarillo y negro. Qué vivacidad que transmite a pesar de su color gris. Como en todo el lenguaje del mundo animal, lo más importante es la cabeza. La serpiente puede dejar que le pisen todo pero salva siempre su cabeza. El pájaro puede tener su cuerpo cubierto de gris pero su cabeza queda inmune y está llena de colores… a los limeños nos puede pasar de todo, pero creo que tenemos una resiliencia bien alta para superar los problemas, un poco de gracia, de sazón y pa' delante. 

Y por esta gracia en medio de las dificultades creo que tenemos que hacer honor al pájaro limeño.

Recién ahora puedo responder a una de mis dudas. Siempre me pregunté cómo era posible que con esa neblina los limeños no seamos personas deprimidas o comedidas o circunspectas. Lo podríamos ser como los ingleses o los milaneses. Se les perdona su tristeza por el cielo tapado. Llevando mi pregunta a distintas personas de por qué no éramos como estos personajes nórdicos, mi hermana con la sencillez que la caracteriza me dice:  “los milaneses y los ingleses no tienen tres meses de SOL junto a un océano inmenso para poder refrescarse”. ¡Cuán cierto! A qué limeño a los  cinco años en verano no lo tiraban al agua para aprender a nadar. Y nadar o hacer surf en Lima es como esquiar para un suizo. Algo natural.

Gris por la neblina, pero gris con océano y sol veraniego. Como el bello durmiente de la canción de la gran Chabuca Granda: “y el gris soberbio manto de tu costa que al subir por los cerros en colores se torna”. No es un gris cualquiera, es un gris austero, sobrio, pero soberbio porque tiene un océano. Sí, es una “desnuda costa” pero muy “ilusionada”, como nuestro pájaro. Gris pero colorida. Gris pero alegre. Y no olvidemos nuestro emblema, podemos estar cubiertos de un gris pero salvemos la cabeza con colores que nos hagan dignos.




mercoledì 28 settembre 2011

¡Gracias a la vida... y a los que me la dieron!






Debido a los misteriosos recovecos por los que te lleva la vida de la ventana trasteverina me encuentro hoy mirando el mundo desde una mampara miraflorina. Es curioso cómo cuando el espacio longitudinal de la existencia se va angostando pareciera que ayudara a crecer en profundidad y a navegar por otro tipo de espacios no recorridos anteriormente: nuevas ruinas desconocidas por las que se pasea de puntillas a través del alma, viejas amigas en cambio para el corazón que las alberga; brotes de pequeñas margaritas que se asoman con alegría y que cantan un nuevo inicio, espacios aún presentes como los agujeros negros que recogen todos los miedos y los monstruos escondidos. Y si éste es el espacio del alma qué decir del misterio del otro. El mundo es ancho pero sobre todo es profundo cuando me encuentro con el secreto escondido del tú... ¡qué espacio! ¡qué hondura! ¡Qué impenetrable y fascinante el que tengo enfrente día a día! 


Y qué decir de las pequeñeces de la jornada, de la conmoción de tantos detalles que muchas veces el ritmo frenético  no ayuda a apreciarlos y honorarlos. Este es el abismo de profundidad por el cual canto a la vida y gozo con ella y cada día es rico y generoso con quien reconoce lo que se nos da de balde. 


 Es como que quisiera poner por escrito aquello que mis ojos ven desde mi ventana. Lo que ven mis ojos por fuera y dentro de mi alma. 


Últimamente la realidad de las personas mayores me vuelve una y otra vez a la mente. Quizás porque vivo con mis padres y siento una profunda admiración y respeto por la sabiduría de sus vidas, por la serenidad de sus días, por el amor que derraman y por la esencialidad  de la existencia. A veces quisiera fijar en mi memoria para nunca olvidarlos ciertos gestos de generosidad hacia los demás, de jovialidad limeña y diversión juguetona al enfrentar los problemas, de risas incontenibles y de tantos pequeños detalles con los más necesitados, sufridos, amigos y desconocidos. Hoy después de escuchar con atención los sentimientos y reflexiones de mi madre sobre personas que objetivamente han realizado acciones desdeñables, quise con toda mi alma que me diera su corazón para latir a su ritmo para amar con su anchura, para perdonar con su compasión. ¡Cuánto que aprender de mis queridos viejos! Tres meses con ellos y siento que ha sido un curso intensivo de escuela de vida. 



Debo reconocerlo. Junto a ellos me siento otra vez la niña de siempre. Es más quizás ahora adulta reconozco que la única manera de honrarlos es por un lado servirlos como a mi rey y a mi reina y al mismo tiempo escucharlos, amarlos, imitarlos como a los padres ejemplares que me dieron la vida. Y es que siempre lo más grande y hermoso pasa desapercibido y no puedo sino agradecer  tener el don de ver. Comprendo además por qué siempre lo más delicado y sublime se reconoce con dificultad ... es que lo precioso tiende a esconderse para no malbaratarse. Pero en mi afán por hacer que todos descubramos los tesoros de la existencia insisto a los que tenemos padres y a los que tenemos el recuerdo de ellos, pensemos, mirémoslos y reconozcamos todo lo bueno que nos han otorgado y nos siguen dando. Los míos son fuera de serie: dos almas buenas como un pan.  A ellos rindo este post y les rindo mi corazón.

sabato 24 settembre 2011

Desde mi ventana




        Estoy sentada frente a mi ventana.  Entra una luz clara y brillante que ilumina toda la alcoba y la llena de vida como quien anuncia la llegada de la primavera... y pensar que ayer la neblina golpeaba mi ventana como quien luchase con ella para entrar  en territorio ajeno. 
      En este instante el destello se apagó, la neblina invadió el pedazo de cielo y el aire se ha vuelto melancólico y sombrío. Todo esto en el arco de unas horas. ¡Qué importante es para el ser humano saber vivir el presente! No en el sentido de una evasión de toda proyección o de todo futuro. Somos seres de esperanza. Simplemente que muchas veces la espera de un futuro mejor nos hace olvidarnos del presente. Sólo podremos proyectarnos al futuro cuando el hoy esté lleno de sentido. No podemos reducir la vida a un porvenir mejor, a aquello que nos vendrá, al tiempo que no gozamos, a la aspiración escondida o los deseos guardados. Hace falta acoger lo que toda ventana parece increpar: recibir el tiempo que nos toca vivir en cada momento gozando de su brío y aceptando su lobreguez. 
Me gustar levantarme con el rocío madrugador, me gusta percibirlo cuando enciendo el carro para ir a comprar el pan. De niña mi madre me contaba un cuento: me decía que en las noches me convertía en rocío y me iba a pasear por todas las plantas y flores y me levantaba de madrugada antes que ellas. El rocío de la mañana tiene un lenguaje que me dice álzate que hay mucho por hacer. 
Soy una limeña. Nunca me acostumbré a la lluvia en Roma. Me amisté con ella sólo cuando comprendí que me invitaba dulcemente a quedarme en mi hogar para gozar con en el silencio de su sonoridad. La lluvia convocaba a chimenea, chocolate caliente, calor de hogar. 
Pero aquí en Lima, todo es cuestión de neblina y luz, luz y neblina. Y por ello el destello de luz que hoy iluminó Lima después de una buena neblina era  como un llamado a la acción, a poner el candelabro sobre la mesa para iluminar a todos. Y en este santiamén regresó el cielo gris que me hizo coger la pluma y hacerme acordar lo pasajero de la vida y de los instantes anteriores y la necesidad de concentrarme en lo que cada día la vida pide de mí sin preocuparme tanto por el futuro o el porvenir. Dios es realmente Pro-vidente, ve lo que nosotros no vemos, Él ve el futuro que no alcanzamos a ver, Él es en el fondo nuestro verdadero futuro porque sólo en Él tenemos la esperanza eterna... y sobre las esperanzas en esta tierra ¿Por qué no dejar que El nos lo revele cuando lo crea conveniente?

venerdì 23 settembre 2011

La niñita de nada y el niñito con su jaula y un pajarito de verdes colores



La niñita de nada es tan pequeñita, vive siempre solitaria entre los grandes...
No puede explicar el aire que la envuelve, pues no hay palabra que lo contenga.
No puede pretender derecho de ciudadanía en ninguna aldea pues sólo vive de la hospitalidad del lugareño.
Se desvanece ante la grandilocuencia y los guiones pensados frente al misterio de la vida y del ser humano. El silencio la abraza y es la gran Palabra que le habla ante aquello que le sobrepasa.
La niñita de nada se asusta ante la frágil e imaginaria omnipotencia del hombre, vive de su fragilidad que le da la certeza de la realidad y le abre a la presencia de Dios en su vida.
Su Señor mismo la esconde para que nadie le haga daño y por tanto sólo cuándo la descubren ella puede ver la luz…
La niñita de nada se suele atajar en el camino, sus pies están extenuados, en el pueblo de su Amado no sabe que sendero tomar... ya aprendió a caminar escuchando las golondrinas, el estruendo del mar, el borbotear del río, el crujir del follaje, el susurro del viento, las risas de sus amigos, la voz de su Amado.
Esta niñita de nada vive sólo de su gran Amor, vive de la confianza en su Amado. De ella no espera nada, no puede nada, no logra nada. Si su Amado se aleja siente la nada, si su Amado está cerca es su niñita de nada.
Cuando la niñita de nada llega al mercado del pueblo la invitan a vender y comprar, y cuando abre sus manitas para mostrar su más grande tesoro nadie lo ve y la echan por falta de seriedad en asuntos de tan grande importancia.

Al tratar inútilmente de defender su inocencia, la llevan al Alcalde del pueblo a resolver esta insolencia. El alcalde pregunta:
-       ¿De dónde viene este tesoro?
-       ¿Desde cuándo estaba en tu posesión?
-       ¿Cuándo lo perdiste?
-       ¿En qué consistía?
-       ¿Qué precio tenía?
-       ¿A quién osabas ofrecerlo?
-       ¿Habría existido algún comprador?

La niñita de nada se sintió aún más atemorizada ante tantas preguntas. Una voz que venía de lejos se hizo presente en el tribunal del pueblo: “no se deja comprar ni vender, no es dueño quien lo posee, se pierde cuando se siente que se le tiene, viene de tierras lejanas y aparece sólo cuando se siente en casa, no hay moneda con la cual se pueda comprar… es la niñita de nada habitada por el Señor de todo”. Quien hablaba era un niñito pequeño con la mirada de grande y con una jaula aferrada como temiendo perderla. La jaula tenía un pajarito de verdes colores. El alcalde los despidió después de una carcajada.

El niñito se sentó bajo la sombra de un árbol. Los árboles eran sus grandes amigos. Su follaje lo abrazaba con ternura pues siempre los conquistaba con su sonrisa y ellos le devolvían tanto amor y generosidad con una grande y refrescante sombra… los elegantes árboles de invierno sin hojas también lo querían mucho y él les correspondía con una admiración particular… no era el único que con sabiduría su propia fragilidad y desnudez reconocía. Pensando en estos amigos, la niñita de nada tomó de la mano el niñito y ambos decidieron juntos con el pajarito emprender el camino. 

domenica 18 settembre 2011

El diario, un género literario: desde Jeremías hasta Julio Ramón Ribeyro


Siempre me han llamado la atención los diarios. Escribo el mio como parte de un rito “diario” y como una búsqueda continua del sentido de la historia, de mi historia.

Estoy leyendo el diario de Julio Ramón Ribeyro y me impresionó la importancia que le dio al género literario de los diarios. Señalaba cómo el suyo era una fuente para sus escritos y viceversa.
“Parece que en el diario quisiéramos depositar muchas cosas que nos atormentan y cuyo peso se aligera por el solo hecho de confiarlas a un cuaderno…Un coloquio humillante con ese implacable director espiritual que llevan dentro de sí todos los hombres afectos a este tipo de confidencias… En todo diario íntimo hay un problema capital planteado que jamás se resuelve y cuya no solución es precisamente lo que permite la existencia del diario”.
Grandes literatos, filósofos, escritores y artistas han llevado un diario desde Van Gogh, Ernst Junger, Paul Klee, Gabriel Marcel, Amiel, Kafka entre muchos otros.
Me preguntaba si es que en las Sagradas Escrituras podríamos encontrar un género literario de este tipo.  Creo que el que más se acerca a la definición de “diario” es el libro de Jeremías. Jeremías nos ha dejado un diario íntimo de su experiencia. Son sus “confesiones” dispersas entre los capítulos 10 y 20. La reflexión de G. Ravasi en su obrita "El silencio de Dios" no deja de tener razón. El testimonio de su personalidad sensibilísima se funde con una emotividad intensa que llega a experimentar la desolación y la blasfemia. Jeremías no sólo expresa sus sentimientos, sino también su rebeldía y sus peleas con Dios:  “Me sedujiste Señor y me dejé seducir… me dije no me acordaré de Él, no hablaré más en su nombre. Pero sentía su Palabra dentro de mi como fuego ardente.” A pesar de lo fogoso de su cáracter él es fiel a su llamado, él es fiel a su identidad de profeta, como cada uno de nosotros debe ser fiel a sí mismo. La fidelidad  es una constante aun cuando experimenta la soledad y el silencio de Dios, aun cuando llega a maldecir el día que nació. Su drama es de un hombre sensibile, de sus afectos, de su cariño que  lo obligan a ser el profeta rechazado por su nación. Es desde esa oscuridad interior que puede alumbrar a los demás. El amor que lleva dentro es más fuerte que todos los obstáculos que encuentra en el camino. El dolor para el profeta lo libera de superficialidades, su oración se hace sincera y auténtica, su espiritualidad madura y se purifica de moralismos y exterioridades, llega a la intimidad con Dios en niveles inauditos… Jeremías es el hermano de todos los que aman y esperan. La decepción no lo aniquila sino que logra avivar su esperanza; la traición no la apaga, es fuego ardiente en los huesos. 
Ojalá que estas reflexiones sobre el diario nos alienten a continuar el diario que todos iniciamos cuando éramos pequeños. ¡Qué bien hace al alma y al espíritu!