mercoledì 28 settembre 2011

¡Gracias a la vida... y a los que me la dieron!






Debido a los misteriosos recovecos por los que te lleva la vida de la ventana trasteverina me encuentro hoy mirando el mundo desde una mampara miraflorina. Es curioso cómo cuando el espacio longitudinal de la existencia se va angostando pareciera que ayudara a crecer en profundidad y a navegar por otro tipo de espacios no recorridos anteriormente: nuevas ruinas desconocidas por las que se pasea de puntillas a través del alma, viejas amigas en cambio para el corazón que las alberga; brotes de pequeñas margaritas que se asoman con alegría y que cantan un nuevo inicio, espacios aún presentes como los agujeros negros que recogen todos los miedos y los monstruos escondidos. Y si éste es el espacio del alma qué decir del misterio del otro. El mundo es ancho pero sobre todo es profundo cuando me encuentro con el secreto escondido del tú... ¡qué espacio! ¡qué hondura! ¡Qué impenetrable y fascinante el que tengo enfrente día a día! 


Y qué decir de las pequeñeces de la jornada, de la conmoción de tantos detalles que muchas veces el ritmo frenético  no ayuda a apreciarlos y honorarlos. Este es el abismo de profundidad por el cual canto a la vida y gozo con ella y cada día es rico y generoso con quien reconoce lo que se nos da de balde. 


 Es como que quisiera poner por escrito aquello que mis ojos ven desde mi ventana. Lo que ven mis ojos por fuera y dentro de mi alma. 


Últimamente la realidad de las personas mayores me vuelve una y otra vez a la mente. Quizás porque vivo con mis padres y siento una profunda admiración y respeto por la sabiduría de sus vidas, por la serenidad de sus días, por el amor que derraman y por la esencialidad  de la existencia. A veces quisiera fijar en mi memoria para nunca olvidarlos ciertos gestos de generosidad hacia los demás, de jovialidad limeña y diversión juguetona al enfrentar los problemas, de risas incontenibles y de tantos pequeños detalles con los más necesitados, sufridos, amigos y desconocidos. Hoy después de escuchar con atención los sentimientos y reflexiones de mi madre sobre personas que objetivamente han realizado acciones desdeñables, quise con toda mi alma que me diera su corazón para latir a su ritmo para amar con su anchura, para perdonar con su compasión. ¡Cuánto que aprender de mis queridos viejos! Tres meses con ellos y siento que ha sido un curso intensivo de escuela de vida. 



Debo reconocerlo. Junto a ellos me siento otra vez la niña de siempre. Es más quizás ahora adulta reconozco que la única manera de honrarlos es por un lado servirlos como a mi rey y a mi reina y al mismo tiempo escucharlos, amarlos, imitarlos como a los padres ejemplares que me dieron la vida. Y es que siempre lo más grande y hermoso pasa desapercibido y no puedo sino agradecer  tener el don de ver. Comprendo además por qué siempre lo más delicado y sublime se reconoce con dificultad ... es que lo precioso tiende a esconderse para no malbaratarse. Pero en mi afán por hacer que todos descubramos los tesoros de la existencia insisto a los que tenemos padres y a los que tenemos el recuerdo de ellos, pensemos, mirémoslos y reconozcamos todo lo bueno que nos han otorgado y nos siguen dando. Los míos son fuera de serie: dos almas buenas como un pan.  A ellos rindo este post y les rindo mi corazón.

3 commenti:

  1. Voy a leerlo más despacio, pero igual la primera impresión es importante, yo viví el matrimonio de tus padres cuando era muuuuuuuy chiquitita, y siempre fui testigo de sus vidas del amor y la alegría que hay entre ellos y de la esperanza de tener los tres hijos maravillosos que tienen.
    Que rico que estés compartiendo con ellos en este especial momento de la vida
    Muchos cariños querida prima, ojalá nos veamos en noviembre
    Silvia

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  3. Gracias Silvia. Mis padres no se olvidan que tu papi fue el testigo de su matrimonio. Un abrazo fuerte primita y nos vemos en noviembre!

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