Es fascinante toparse con nuevas fuerzas y ángulos del
alma y el espíritu. Nunca dejamos de conocernos. Y es en los cambios de la vida
y en las nuevas situaciones que nos conocemos con mayor profundidad. Cambiar de
ciudad, trabajo, o ambiente hace que afloren en nosotros nuevas
cualidades que antes no habíamos visto. Al mismo tiempo también se hacen
evidentes defectos o limitaciones que antes no percibíamos. Pero lejos de estos cambios que suelen ser accidentales, creo que lo sugestivo es descubrir cómo
la identidad de uno mismo permanece como un edificio sólido y estable, como
una roca fuerte. Y uno se alegra profundamente porque se admira con estupor
del don más maravilloso que tenemos: la libertad. Si, a todos y cada uno
de nosotros, se nos abren cada día cientos de posibilidades de acción y
decisión. A algunos les puede dar vértigo esta experiencia de libertad. A
otros, antes que sentir la inseguridad del ejercicio consciente y responsable de
la propia libertad prefieren rendirse ciegamente ante estructuras, ídolos o
dinámicas sociales que decidan por ellos: todo tipo de dictaduras, desde la
dictaduras que buscan dominar los corazones y las mentes, hasta la dictadura de la opinion de los demás, pasando por la dictadura del libre
mercado y del relativismo imperante. Pero, ¡qué responsabilidad que tenemos de alejarnos de este tipo de condicionamientos y ejerzamos con audacia y con
consistencia el maravilloso don de la libertad! Cuánta razón tenía San Agustín
cuando decía “ama y haz lo que quieras”.
En estos días he escuchado a amigas que tienen
dificultad en educar a sus hijos. No saben cómo hacer para que opten libremente por el bien, por lo que es justo. Y es que creo que no podemos olvidar que hay dos
elementos fundamentales para ejercer bien la libertad: los valores y las normas.
Como señalaba Guardini: “el valor se vincula con lo dinámico, lo vibrante; la
norma con lo estático, lo inmutable, lo absoluto; el valor manifiesta cercanía
e interioridad, la norma distancia y altura; el valor suscita la estimación y
la participación, la norma llama a la obediencia”. Ambas cosas, los valores y
las normas se necesitan y se reclaman. Pero a veces en la educación de los hijos y en la
propia vida nos volvemos unos moralistas con un sin fin de normas que asfixian
el alma y reprimen el corazón, pues no nacen de la adhesión a los valores esenciales.
Los
valores se relacionan más con el centro del espíritu, con el corazón. Los valores se
adhieren al alma por la belleza de su ser. Y por eso la libertad y su
orientación hacia el bien permanecen intactas a pesar de los cambios. Ya puede
hacer lo que quiere, porque “ama”. Y es que urge en nuestra sociedad, en
nuestras familias amar los valores. Urge que los amemos en primera persona:
amar el bien, amar la verdad, amar la justicia, amar la transparencia, amar el
amor. Y amarlos no por un imperativo categórico sino porque me hago más persona, más yo.
El mismo Guardini añadía: “Experimento como una liberación
–si digo la verdad. Algo se eleva en mí, se extiende. Gracias a todo obrar
moral el yo moral gana terreno en mí. Algo absolutamente íntimo deviene dueño
de sí mismo. Está correctamente en el orden de lo que debe ser, en el orden
moral”. Efectivamente, decir la verdad cuando lo exige el bien común es hacer
justicia, y hacer justicia no es otra cosa que ordenar algo que en el pasado
estaba desordenado. Por ello, la justicia es reparadora, porque vuelve a poner
en orden lo que injustamente por opciones erradas había sido un caos y había
dañado otras personas.
El espíritu enferma no cuando el hombre se equivoca
“sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, incluso si miente con
frecuencia, sino cuando no toma la verdad como tal como algo que obliga, no
cuando miente a otros sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces
él enferma en el espíritu”. El espíritu enfermo no reconoce la belleza del bien, y la belleza le parece un bien superfluo.
Qué aventura la de encaminar nuestras vidas y nuestra
libertad hacia el bien y la verdad. Qué conmovedor ver cómo esa libertad se
siente atraída por lo bello, por lo verdadero, por lo bueno. Y no soy ingenua. No
quiere decir que no nos equivoquemos o que sintamos otras fuerzas que se
contradicen y quieren traicionar la libertad. No quiere decir que no nos
desviemos. Pero sí quiere decir que la libertad sabe a dónde volver porque lo
exige la llamada arcana del propio yo.
Soy feliz de ser persona.
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