Charles de Foucald, un científico francés dejó la ciudad
para compartir la vida con los tuaregs en el Sahara argelino y vivió una vida
ermitaña en búsqueda de Dios y de los más necesitados.
Simon Weil, la gran filósofa que dejó la comodidad de su
estudio para convertirse en una obrera agrícola y solidarizarse con la pobreza
bajo la Segunda Guerra Mundial.
Henri Thoreau, filósofo americano se internó por dos años en
el bosque, encontrando la felicidad en las cosas pequeñas frente a la decadencia
de los valores mercantilistas de la sociedad americana.
Son innumerables los personajes de la historia que han
dejado sus tierras en búsqueda de inspiración para reencontrarse consigo
mismos, con la naturaleza o con Dios.
Y cómo los comprendo. Creo que una gran tentación de los
intelectuales, filósofos, teólogos, humanistas o políticos es jugar con las
ideas o las palabras sin contacto con la realidad. Simon Weil, decía que el problema de la filosofía actual es que se había desligado
del trabajo manual y que debíamos poner a éste en el centro de la cultura
nuevamente.
El mismo Thoureau afirma: “Existen hoy en día profesores de filosofía, pero no
filósofos. Para ser un filósofo no se trata simplemente de tener pensamientos
sutiles, o fundar una escuela, sino amar la sabiduría a tal punto de vivir
según sus dictámenes: una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y
confianza”.
Este fin de semana estuve tres días en la granja de mi
cuñado trabajando con mi marido en el “tailing” de los corderos. Se trataba de
cortarles la colita a miles de corderitos recién nacidos. Mi experiencia ha
sido que la realidad es mucho más elevada que las ideas. La realidad y el contacto con ella lleva a la verdadera filosofía.
Este fin de semana me ha dejado pensando, en ideas cargadas
de sudor y por eso más reales:
Para trabajar la tierra es
necesario tratar a los campos, los animales con respeto y dedicación. Un buen
campesino es el mejor maestro de ecología.
Si tuviésemos la experiencia del
trabajo de campo detrás de cada fruto que comemos, de cada chompa de lana que
llevamos seríamos menos consumistas, más respetuosos con los bienes y el sudor
con el cual se producen. Más austeros.
Si somos
jefes y tenemos personal que trabaja para nosotros sería bueno por un día hacer
el mismo trabajo que hacen ellos para luego pagarles con dignidad. No por la
ley del mercado, sino por la ley de humanidad que ha de recompensar el trabajo
esforzado, valioso y cansador con un salario proporcionado.
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El trabajo manual hace que uno se concentre en
problemas reales y que baje intensidad a preocupaciones inútiles. Una mujer del
campo de México cuando le pregunté cómo estaba me respondió: “Bien profe, no
hay tiempo para pensar en los problemas. Tengo que dar de comer a mis hijos”.
Esa frase que se me quedó grabada la entendí bien estos días, cuando al llegar
al final de la jornada estábamos agotados de 8 horas de trabajo duro y manual
en el campo.
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Como diría el Papa Francisco, la realidad supera las ideas.
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